'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Ya me voy (2)

La comodificación de la escritura trajo demasiados agentes y mensajes al ambiente. Provocando por cierto que nadie pagara a los escritores. 
         
Nadie, salvo El Periódico, que siempre me pagó (Buscando a Syd es el trabajo más longevo que he tenido). Infiero que elPeriódico valora aún la palabra y por ende cuida –en la medida, claro, de sus posibilidades– a quienes la burilan. 
         
Algún día habrá un Núremberg para tantos grotescos editores y periodistas que cedieron a la hecatombe de lo gratuito y lo regalado. Incluyendo a quienes nunca levantaron un modelo digno de remuneración para columnistas y blogueros, demoliendo y banalizando el mercado del criterio, insultando un género periodístico nuclear, creando una burbuja digital que por supuesto habría de colapsar.  
         
Tantos medios que ya ni siquiera vemos en el feed. El algoritmo los abortó. La audiencia no los cita. Cesaron de ser referencia. Están boqueando o están muertos. Los pocos que consiguen aún viralizarse es porque viven del amarillismo y estupidizando a la gente. 
         
En tal contexto, lo mejor es no agregar más ruido al ruido. Envío saludo a todos aquellos que, ayer y hoy, hicieron posible que Buscando a Syd fuese publicada, de una forma u otra. Especialmente a José Rubén Zamora, ese mago, a quien reservo mi admiración. Y a usted, lector discreto. 
         
Me voy. Lo cual es fantástico. Siento relevante que aquellas personas que hemos tenido un rol público, por muy mínimo que sea, dejemos efectivamente de tenerlo. De lo contrario terminaremos igual que todos esos políticos que se enquistan en su plaza, y luego ni la Plaza, aquel espejismo, los quita ya de ahí.             
         
Me quito para que vengan otros. El statu quo somos nosotros: los genexers, boomers y dinosauros de siempre, que no voy a mencionar, porque no quiero arruinar mi última columna. Quizá esos posmillennials tengan algo más singular que aportar. O quizá no: quizá sean iguales que esa llamarada de tusa que les precediera. Cada generación es heroica y es decepcionante. 
         
Por mi parte, lo que tenía que decir ya lo dije. A veces leo con suficiente pena a colegas míos que no paran de comentar lo mismo de la misma reserota manera. Encontraron su formulita. 
         
Un escritor tiene que ser honesto cuando ya no tiene nada importante, o diferente, que comunicar, aún si le aplauden (sépase que no es mi caso: a mí nunca me pararon realmente bola, y por algo será). 
         
Me mudo a lo interior –al parecer ahí estaba Syd– y a mi proyecto de mentoría espiritual y meditacional llamado HALO. Yo soy ese escritor del cual habla Monterroso: el que le dio por la mística y esas cosas. 
         
La mística, siempre tan callada. Expresarse puede ser muy liberador, pero eventualmente hemos de liberarnos de la propia expresión también, del propio criterio, si en verdad queremos ser libres. Dicho bien, no es que ya no tenga nada que decir: dicho bien, es que ya no quiero decir nada. 
         
En un mundo en donde todos poseen una puta opinión, la única insurrección posible sigue siendo el silencio. 


(Buscando a Syd publicada el 11 de abril de 2019 en El Periódico.)

Ya me voy (1)

No basta con morir, dijo Sartre, hay que saber morir a tiempo. A mí el deadline se me pasó hace rato, pero peor fuera que se me siguiera pasando. Así que decido abandonar esta columna semanal, llamada Buscando a Syd, y que fue alojada en El Periódico desde hace unos quince años o más. No me voy a poner a hacer cuentas, a estas alturas. Son un chingo de columnas. 
         
Procuré escribirlas desde la pasión literaria, desde la liminalidad discursiva y quizá desde alguna sinceridad. Lo cual da un tanto igual, porque tales columnas hoy solo suceden en el olvido, aún si me tomé la molestia de subirlas todas, o la mayoría, a un blog correlativo (buscandoasyd.blogspot.com). 
         
Si me preguntaran, diría que al renunciar a esta espacio, abandono la última cosa que me mantenía unido a la escritura activa. Así es: el proyecto de la palabra se agotó: la identidad literaria fue quemada: la ambición verbal sobreseída. Aparte de un libro residual que viene en camino, la cosa ya se acabó. 
         
No es que el contexto no ayudara. Ayudó un vergo. Para empezar, me he dado cuenta que no existe un lugar ya para la deriva literaria, poética y mutante, en la plaza de la opinión: todo es política, análisis y posición automática. Solo buscan yesca, esos malditos. Lo demás les da más o menos lo mismo. La audiencia no quiere prosa ni quiere hondura: la audiencia nomás quiere ser confirmada. No es que el medio literario sea mucho mejor, por cierto. El medio literario es una corte. Una cosa de relaciones públicas. Una etiqueta, de carne y de pantalla. Una mierda. 
         
Por otro lado, está claro que ya no tengo sitio en la zona mediática local: no comulgo ni con el conservadurismo neandertal ni con el neovictorianismo de la diversidad, que confía demasiado en su propia miopía, en su propia autoridad, en su propia tea ardiente, y que interpreta cualquier emergencia postpluralista como una forma de regresión. Esta glaciación cultural, de visos ya autocráticos, puede que dure décadas. Aquellos que exigimos al pluralismo que revise su propia sombra somos maldecidos, y más que maldecidos, eviscerados, en el nombre de la santa igualdad. La de ellos, esto es. 
         
También subsiste el hecho de que entes como yo ya no son necesarios: hoy en día cualquiera escribe, en medios virtuales, blogs y redes sociales, así que la escritura se volvió un servicio–commodity. Es cierto que hay mucha gente escribiendo incluso bien, muy frescos, muy crinados. Pero también hay mucha basura, desde luego, y eso que he venido llamando la dictadura de la ocurrencia. Lamentablemente yo he contribuido mucho con la misma. 
         
En el reinado de lo efímero y el escroleo radical, lo que interesa es crear efecto. Hemos sustituido el matiz por el insulto y lo profundo por lo ingenioso. Son universos y universos de liviandades. La palabra ya no tiene peso, no tiene gravedad, ni tampoco goza de seriedad formal o conceptual. No ha de extrañarnos que el periodismo cultural y narrativo haya dejado de existir, para ceder su trono a la prensa cataléptica del like. 


(Buscando a Syd publicada el 4 de abril de 2019 en El Periódico.)

Mocoso

La Gran Broma.– Pronto los invitados entrarán en dolorosas convulsiones y vómitos, como grandes y gordas ratas envenenadas. Y no será solamente en este lugar: en tantísimas otras fiestas, a lo largo del país, en incontables celebraciones y galas, innumerables seres perderán la vida. La Gran Broma ha sido puesta en marcha, verán. Nuestra organización es vasta y es impecable.

Algo te va a pasar.– No seas inocente. El que toma hoy vinos sutiles, mañana desparramará sus tripas en las clínicas borradas de la lepra; perderá el sueño blanco ante la piedra cainita; comerá pedazos de hambre en la basura; vivirá en estanques putrefaccionados, bajo la mirada de los nazis mayorales. En alguna esquina, algo te va a pasar. Algo te va a pasar, en alguna esquina. Recibirás el acero de la noche. Serás repartido. Quebrada la costumbre de tu cuello. Puede que alguien –para quien tu vida es nada– corte tu mano con un machete, a lo bruto, dejándola sin nombre, sin posibilidad. Ni siquiera habrá una razón fija: será así nomás, porque sí, por ponerte una chaqueta de sombra y alacrán. Y cuando las lágrimas de ácido fundan tu bello rostro, y te hagan mostrar el hueso, entonces será como si jamás hubieras tenido cosa alguna, como si tus perlas fueran todas de durísimo arsénico. Vayan estas líneas por esos tajeados, sucios, ennegrecidos, cuyo karma cambió vil y abruptamente. Que dormían apaciblemente en los atrios y fueron corridos a latigazos por la policía municipal. Iban de destino henchidos, y hoy ya ni sus hijos los miran a los ojos… No, amigo: no hay prócer sin fin: no hay fortuna infinita. Solamente a un imbécil como tú se le puede ocurrir que su suerte está cuajada.

Mocoso.– Mi hijo es un mocoso. Quema insectos con una lupa. Hace agujeros donde no tiene que hacerlos. Ametralla a sus compañeritos en la escuela. ¿Será hora de quitarle su mesada?

El otro.– No olvidaremos al otro, que tú invitaste o yo invité, que quizá invitamos juntos, y ahora es como el agua de este desierto, la torre o lágrima inmaculada elevándose por encima del sucio tedio de nuestra espuma repetida. Estábamos en los años, aburridos, y quisimos un hachazo, y un hachazo obtuvimos. El otro, el fosforescente, nos dio el punto absoluto de referencia. Y ahora es él quien rige nuestras destinos, administra nuestra sed, nos indica qué sentir, y cuál es nuestro rol en esta obra que es todo menos nuestra. Extraño aquellos días cuando estábamos hastiados, pero éramos nosotros. Nosotros, no el otro, el inolvidable, el que vino pues de afuera, a mostrarnos que sin él no valemos nada. 

Las brutales consecuencias.– Decidiste por el universo y el universo acató tu decisión. Ya no hay modo de destomar ese ron, descomer esa carne. Ni modo de borrar esa escritura: la tinta, ella, ya sangró. Y las brutales consecuencias han de ser pagadas. ¿No oyes acaso?Tocan a tu puerta.


(Buscando a Syd publicada el 28 de marzo de 2019 en El Periódico.)

Exorcismo

Exorcismo.– El sacerdote se alista la sotana. Comprueba si tiene los utensilios. El crucifijo. El agua. La Biblia. Con varia reverencia, se persigna. Entra al cuarto, desde el coraje y la fe. Sorpresa: dentro hay otros sacerdotes. Ellos le explican que el poseso es él. Que el exorcismo es pues el suyo. 

El náufrago.­– Esta tierra y esta no tierra, tierra de nadie, sin nadie, de brozas de veras salvajes, y riscos como oscuras grafías. En esta tierra mi trono, este que ocupo desde hace tres, siete u once años. Noche a noche contemplo a los coleópteros copular, con grácil incompetencia. Lo cual me pone a pensar que a mi lado no tengo reina alguna. Es bueno que aprendiera a masturbarme con las hojas –tibias, suaves– y eso también es una expresión de mi reinado. Mi reinado es esta enorme forma de no esperar ya nada, de no esperar un barco o un ovni. Mi reinado es esta tierna cosa que transcurre cada atardecer, y para lo cual ya no guardo ni siquiera un mero nombre. Árboles, arenas, el tórax del agua: esas cosas forman mi perfección y monarquía. 

El camino.– El camino, a todo esto, no lleva a ningún lado. Es un sistema cerrado, un orbe sin salida. Se podría decir que es incluso involutivo: cada vez que das un paso, retrocedes. Cuando terminas de caminarlo, eres lo peor de ti mismo. 

Iremos tras él.– Romperemos la puerta de su casa de una patada, despertaremos a sus hijas de tres y cinco años, le quebraremos una, dos, tres y cuatro costillas, lo pondremos en la parte de atrás del pickup, mientras su mujer gritará, paraoficialmente. Luego lo llevaremos a un galpón muy apartado en donde nadie, y digo nadie, pueda escucharlo. Si tiene suerte, solo le quebraremos los dientes. Si no tiene suerte, su cadáver aparecerá en un montón de bolsas, a lo largo de la ciudad, a la hora tierna en que todos los niños despiertan. 

Ustedes no pertenecen aquí.– No venimos a hacer alianzas. No venimos a pactar nada. Ah, ¿no quieren moverse? Entonces los vamos a mover nosotros. Entiendan: ustedes no pertenecen aquí. ¿Que no tienen a donde ir? No es nuestro problema. Además tampoco es cierto lo que dicen. Pueden ir a esas madrigueras que están al borde de la ciudad. Volver a esos lugares sin Dios. Ahí pueden hacer lo que quieran. Ahí pueden matarse a gusto. Ignorantes. Indigentes. Sucios. 

Libres.– Quemaremos en la pira los viejos modos rancios, las saturaciones, los resentimientos, las represiones tantálicas, los yugos afectivos. Será un ritual audaz y rejuvenecedor, guiado por el principio de lo salvaje. Ya libres de toda categoría, reiremos y comeremos nuestras propias carnes. 

El suicida.– Es la hora. Hora de terminar con este círculo de infinitos pájaros. No quiero más yelmos, más ojos, más cifras, más bestias, más jardines, más silencios, más alas, más sangres, más ábsides, más páginas pálidas. El abismo ya sabe mi nombre. 


(Buscando a Syd publicada el 20 de marzo de 2019 en El Periódico.)

El señor malo

El señor malo.­– El señor malo, el señor tan malo, el mismo que, sobrecargado de vileza, mandó a matar a miles y quizá a millones, el ingeniero de la desgracia y la calamidad, destructor de las parusías y las salvaciones, ese mismo señor es quien ahora te está sonriendo.  

No resistiremos.­– Atacan la nave: no resistiremos. Esta buena y noble nave cruzó los espacios, los sagrados espacios, trabó amistad con seres inefables, conoció muchas singularidades. Pero todo eso ha terminado: las armas disyuntivas de nuestros enemigos atacan nuestra morada casa galáctica. Y parece que no sobreviviremos. Ya las computadoras perecentiemblan las ectopantallas, el frío entra en los corredores. Colegas míos: no queda más tiempo: ha sido un gran honor tripularlos.

Tu hija no te quiere.­– ¿No lo has adivinado? ¿Es que de veras no los has presentido? No hay persona a quien repugne más tu forma de ser, y tu voz, y la mano con que te rasuras cada día la barba cana, que tu hija. Es dable especular que esto es nomás una fase transitoria, corear que esto es un solo un momento en su desarrollo. No te desgastes con semejantes relatos tranquilizadores: tu hija verídicamente te odia, genuinamente te detesta. Y con cada segundo que pasa ese odio está cincelando un odio aún más negro y una aversión incluso mayor. Por lo demás, no quiero ser portador de malas noticias, pero yo creo que tu hija inclusive quiere hacerte daño. Sospecho que en la noche abrirá la puerta de tu cuarto, y te hundirá, mientras duermes, un cuchillo en la aorta, a tal velocidad, con semejante saña, y tantísimas veces, que te convertirá en algo ya irreconocible, antihumano. Luego contemplará tu cuerpo apagado y luego sonreirá, por fin libre, por fin intacta, por fin perdonándolo todo. 

Mis amigos extraños.– Mis amigos extraños tienen cromosomas extraños, y por tanto pueden hacer cosas que los demás no: se hacen así chiquititos como hormigas, ven cosas que están ocurriendo, a muchos miles de kilómetros, devuelven el calor y la vida a los pajarracos muertos, levantan con la mente las televisiones de plasma, entre otras cosas. “Lo que hay que hacer es matarlos”, dicen los extraños enemigos de mis amigos extraños, con esa nada enternecedora actitud de quien quiere destruir todo aquello que no comprende. Pero yo los comprendo, a mis tiernos amigos extraños: los oscurísimos, los insociables, los que, además de lidiar con el día a día, lidian con el hecho de que son extraños. Y que nos recuerdan que extraños somos todos. 

Un asunto de familia.– Y este es el cuarto de los fantasmas, que nunca van a dejarnos vivir en paz. No son esos fantasmas de aire macabro y modalidad despreciable de las películas. Diría que son más juguetones y traviesos, pero como sea nos hacen la vida imposible. Mi esposa espera que nos movamos pronto, pero en lo personal no pienso dejar esta casa. Además, y después de todo, uno no abandona así a los hijos, aunque estén muertos.


(Buscando a Syd publicada el 14 de marzo de 2019 en El Periódico.)

El tonto

El matemático.– Un hombre, afecto a las matemáticas, muy brillante, se para digno frente a una pizarra, resuelve una ecuación imposible. Nadie más lo comprende. El matemático está solo. Dios lo desdeña. 

Fantasmas, no renuncien.– Lo diré sumariamente: fantasmas, no renuncien. Entiendan: no están del todo desintegrados. Mil promesas, mil mastines aún los acompañan. No permitan que los echen de sus casas. ¡Sus casas, nunca de ellos! ¿No son aquí ustedes los autóctonos, los nativos? No es mi intención hacer un llamado al integrismo. El cambio es bienvenido. Pero este es nuestro hogar. Entre bruma y bruma, todos ustedes han perdido su columna vertebral. Han perdido su carácter. Han perdido su toque terrorífico. Tan lentos, tan inoperantes, son ahora. Acomodaticios, turiferarios, débiles fantasmas. ¿Es que me corresponde enumerar la larga lista de injusticias que han tenido que vivir, las humillaciones, los vulgares exorcismos? En el pasado, un espectro era cosa de temer, pródigo en gimnasias de miedo –temible pues. El saber–horror es una cosa que se ha perdido. Ahora los asustados, adviertan pues, son ustedes. ¡No! Espanten, fantasmas. Asesinen inclusive, si es preciso. Un empujoncito por las escaleras. Un cuchillo volador. No cedan a oscuras imposiciones catastrales. No se dejen intimidar por vagos rituales salomónicos. No vivan como méndigos apátridas. 

Intercambio en el desierto.– En la mitad del desierto, dos autos están estacionados, con los faros iluminados, despertando la longeva noche. Un coyote canta (es pequeño, es veloz) en la distancia. De acuerdo, no hay ningún coyote cantando en la distancia, pero de todos modos la escena es tétrica, cinematográfica. En todo caso, hay una pausa preñada, pues de los autos nadie ha salido todavía; es un trance de mucha expectación. ¿Se trata de un negocio de droga, el pago de un secuestro? Lo único que sabemos es que un silencio está siendo danzado entre ambos vehículos, hasta que por fin se baja una persona, y nos preguntamos por qué lleva gafas tan oscuras a esta hora. Enseguida la puerta del otro vehículo se abre, y otro hombre, de rostro hierático, nos reta con su aspecto tan inescrutable. Y comienza a avanzar hacia el centro: ese punto entre los autos. Y el sujeto primero también camina en esa misma dirección. Por fin se encuentran, ¿con desprecio acaso? ¿con altivez? ¿amenazantes? No: con amor. Se besan profundamente. Es que son amantes. 

El tonto.– El tonto lo ha visto todo. El tonto te vio violarla en el bosque. El tonto te vio transmutarla en un grito. El tonto sabe. El tonto de veras sabe. ¿Matarás también al tonto? 

Lo hemos perdido todo.– Lo hemos perdido todo, todo lo hemos perdido. Perdimos los caballos. Perdimos los sirvientes. Perdimos la mansión. Quedó nomás el hielo. No sé qué más decirte, salvo que somos pobres. 


(Buscando a Syd publicada el 7 de marzo de 2019 en El Periódico.)

Debate presidencial

Vienen de vuelta.– Vienen de vuelta, vienen crujiendo: los idos regresan. Se fueron en la larga noche, cruzando los dilatados desiertos, circunvalando lápidas calientes y desnudas. Partieron –camino mudo, lento peregrinaje– con una larga pregunta. ahora vienen ya de vuelta, con una oscura respuesta. 

Debate presidencial.– Al principio ambos candidatos tenían actitud de diáconos. Sin embargo a estas alturas más parecen prostitutas de cuarta. O sea que el debate se ha convertido en un intercambio de delaciones, amenazas, calumnias, insultos, agresiones. ¿Ha de extrañarnos cuando uno de los presidenciables, en un momento extraño, loco, súbito, se avalancha sobre su adversario, y le araña el rostro histéricamente? Uno se pregunta de donde saca la convicción para hundir los pulgares en el rostro del agredido, hasta enuclearlo.

Algo vuela por la ciudad.– Algo vuela por la ciudad. No es un obus. No es un dron. Ni siquiera es un OVNI. Es algo mucho más singular. Y no menos singulares son los patrones que dibuja incansablemente en el aire. Algunos se lo han topado cara a cara, y nos han dado descripciones inútiles. Los perros le ladran sin cesar. Los teólogos le tienen miedo. Hemos consultado a todos los expertos posibles: nos han dicho que tenemos que destruirlo. Quisimos bajarlo con el viejo arcabuz de la familia, pero es veloz. 

Mi perro y yo.– Mi perro y yo nos tomamos un café. Él me está hablando, como suele hacerlo, de Walter Benjamin, con pequeñas miradas despectivas hacia la forma en que no lo escucho. Y es que verdaderamente habla demasiado. Si hubiera sabido que hablaba tanto, jamás lo hubiera comprado. «Sé lo que estás pensando», me dice. «Y no es algo que aprecio particularmente». Y aún cita, el muy cabrón: «Para los oprimidos el estado de excepción es permanente».  

El clítoris.– Sembrado encima de un zaguán, ha de ser conjurado, conjuradas sus dos raíces eléctricas. El clítoris es un signo chiquitito arriba de una gran interrogante. Tiene aire de nada, pero provoca tempestades. Y cómo sería si fuese acariciado cada día, si fuese lamido por una maestrísima lengua, servido como una mínima patria soberana. Tóquelo; recitará versos. Las frutas cantarán. 

A vuelta de rueda.– Llevamos horas a vuelta de rueda, apenas avanzando, pseudoavanzando, ya sin avanzar. Un calor fantasmático nos rodea. Los niños lloran, inescrutables. ¿Qué está pasando allá delante? Quizá el infierno no es un sitio. Quizá el infierno sea no llegar. 

Nuestro modo de hacer las cosas.– No viene a ser ningún secreto que no guardamos simpatía alguna por los de tu especie. Sea por tu necedad de querer figurar a toda costa, o por esa beata, tan insípida, pretensión de salvar siempre a todo el mundo, nos resultas execrable. Verás: los héroes no ocupan ningún lugar en nuestro modo de hacer las cosas. Ya bastante nos está costando no dispararte en este momento. 


(Buscando a Syd publicada el 28 de febrero de 2019 en El Periódico.)

Ciudad–no

Conceptos y apreciaciones.– Emanas olas de inteligencia. Sutiles narrativas surgen de tu sofisticada boca. Tu compañía es como un barroco jardín: conceptos y apreciaciones. Las artistas más radicales, los más oblicuos autores, los cineastas más cerebrales, las referencias más inauditas. Yo lo único que quiero, sin embargo, es un buen polvo. 

El agorero.– Un accidente cambiará tu vida, marchitará todas tus primaveras. Puedo ver –ya elongado en la calle de la ciudad fatal– tu cuerpo, como una arcilla roja, indefinible, el lomo desastrado, las entrañas salidas, al lado de una moto hecha humo y clavos, luego de un accidente persuasivo y fulminante, en la niebla ocurrido. Ahora págame. 

Pájaro negro.– El rockero está grabando un álbum en su vieja mansión millonaria. Reconozcan su voz: dulce y amarga, goteando sobre la letra confusa, como sangre desordenada. Su estilo musical todos los conocemos: es ya una larga sombra en donde incontables fans se ahogan a gusto. Afuera, en el jardín laberíntico, aletea un pájaro negro. 

Ciudad–no.– Esta es la ciudad–nunca, la ciudad–no. Habrá que terminar por aceptar que todas las promesas se han agotado, y solo ha quedado el tráfico indescifrable, en silla de ruedas, liberando hilos de baba y caos. Pensemos por un momento en esos cientos de miles de carros, con sus conductores adentro, sin poder moverse, histéricos y asesinos. Pensemos por un momento en esta ciudad inmóvil hecha de inmóviles ciudades. Esta ciudad petrificada nonstop. Y no digo que no amo esta ciudad. Solo estoy diciendo que la odio. Mi ciudad. La de nadie. 

El viejo perro quiere dormir.– El viejo perro quiere dormir. Su vida ya no tiene sabor. Es como una espada sin filo. Varios tumores trinan en su piel enferma. Y sus órganos ancianos están temblando. Dos ciudadanos muertos son sus ojos. Y sus patas no le llevan a ningún lado. Hasta luego, mi más precioso amigo, apágate sin culpas, inúndate de nada. Tienes todo el derecho a soñar que duermes.

Hic et nunc.– Estoy redactando una historia de gánsteres. En la misma, un criminal de alto rango, traicionado y venido a menos, decide vengarse de todos aquellos que le arrebataron su familia y fortuna, anatemizaron su nombre, lo golpearon hasta desfigurarlo, lo dieron por muerto. Ora comprando a unos, ora torturando a otros, nuestro hombre consigue comprender quién ha ocasionado su caída y su desgracia. Y se da cuenta, en una reconstrucción asombrosa, que el responsable de orquestar su derrumbamiento no ha sido otro que él mismo. En efecto, mordido por la culpabilidad de un pasado de balas y muertos, arrepentido por la increíble cantidad de sombra repartida, y sangre derramada, el personaje ha diseñado para su propia persona un minucioso y espantoso laberinto, una poderosa expiación, que incluye la presencia de unos sicarios peculiarmente sádicos y retorcidos), y que termina sellando con su propia locura. La historia por cierto se llamará Hic et nunc. 


(Buscando a Syd publicada el 21 de febrero de 2019 en El Periódico.)

Tiempo para amar

Vencido.– Nada, amigo, sos un infame, un perfecto hijo de puta. Y lamentablemente para tu ralea la era de los intersticios ya finalizó. Tu argumento es exactamente el mismo de las estatuas de sal. No hay tribunal que vaya a otorgarte un indulto. A la manera de ciertos gusanos, vivirás apenas unos años miserables, en esta tierra. En lo que a ti respecta, será la tierra de la infamia, versada en desprecio, en escupitajos. Aquí conocerás los dolores suplementarios, en este hábitat sentirás un peso nuevo y prototípico. Y ninguna cosa podrás hacer para atenuarlo. Tus viejos amigos te darán uno a uno la espalda. Se apartarán de vos como de un Dios enfermo. Tu fecha de caducidad es clara. Estás vencido.

A ciencia cierta.– Personas cuyo ideal es vivir a ciencia cierta. Lo cual en cierto modo es heroico, ya que vivir a ciencia cierta requiere de un grado tremendo de precisión. No tengo sino admiración por estas personas que buscan en todo una seguridad y verificación absolutas; pero en otro sentido tanta fe en la certeza me hace dudar mucho de ellas. 

Los magos están en guerra.– Hay un aire vagamente ominoso y pestilente en el reinado. Espectros brumosos y parasitarios levitan en los senderos. Los oscuros príncipes de la magia se han declarado la guerra. Estelas de energía son proyectadas con rabia entre los bandos. Los viejos castillos sufren, cubiertos por la grasa negra causada por el fuego impetuoso de los dragones. En las tiernas esquinas, los pequeños homúnculos tiemblan.   

Tiempo para amar.– El amor no es solo de los amantes. No meramente de las madres. El amor no es de los santos, solo. Y no apenas de los héroes. El amor es de todos, realmente. Se podría decir que es particularmente de aquellos que dejan el pellejo en la tierra y en la fábrica, cada día, y que no tienen tiempo para amar. 

La Torre.– La humanidad somos dos y el hedor eterno de nuestras propias heces. Hemos estado juntos en esta Torre por mucho tiempo. En esta prisión hemos visto cómo bajan o suben, por las paredes húmedas, gotas frías de silencio. ¿Afecto? El afecto que nos tenemos es más una variante del asco. Es cierto que a veces nos abrazamos velozmente, en angustia. Es cierto que a veces enhebremos nuestras salivas repugnantes. Pero esos no son más que los últimos gestos reconocibles de una gramática ya olvidada. Pronto ya ni siquiera podremos recordar la razón por la cuál estamos siendo purificados. Pronto ya no podremos recordar si es bueno o malo que el mundo no nos recuerde. 

Una modelo amenaza a otra modelo.– Porque si sigues metiéndote en mi camino, perra, romperé ese espejo en el cual te miras todos los días, y con el más afilado de sus fragmentos te sacaré los ojos. 

Alicia está deprimida.– Alicia está conclusivamente deprimida. Todas las madrigueras están selladas. Todos los espejos rotos. En la esquina del cuarto hay un gato colgado. 


(Buscando a Syd publicada el 14 de febrero de 2019 en El Periódico.)

TOC

El asesino está suelto.– El asesino, ese fantasma, está suelto. Lleva en la mano derecha una jícara de sangre. En la izquierda, un revolver que ilumina, en disparo fugaz, la carcoma. Pánico de ecos en la ciudad blanquísima. Miedo húmedo en la urbe de los callejones. Quien camine a deshoras tiene ya los pasos contados: muy pronto será encañonado, sin rencor, incluso suavemente, suavemente. Hemos visto esos tiernos cadáveres cariados, con rosas nocturnas en la boca. El asesino es siempre el otro, que puede ser o no el asesino. 

La superstición.– ¿Qué es esa cosa? Esa cosa no es otra cosa que un caníbal. ¿Cómo, en estos tiempos? Pues sí, y entre hoy y mañana degustará tus testículos. Dicho de otra manera: los cortará con un cuchillo crudo y la sangre correrá por tus pantorrillas y… en fin, ya tienes una idea de lo que estoy hablando. Es obligado que comprendas que nada de esto es personal. No es que los bárbaros tengan algo contra ti. Son sus modos primitivos, sus maneras premodernas, eso es todo. Tampoco es que estas maneras sean tan distintas a las nuestras, de hecho: la civilización es una cruel superstición. 

No te salgas del círculo.­– Si no quieres ser atrapado, pues, por los efectos oscuros, más vale que no te salgas del círculo. Es muy cierto que la vida afuera del círculo es excitante. Cierto que los tambores prometen mieles, noches sin fin. Necesitas no obstante saber que los subseres y degolladores te están esperando allá afuera, como los lobos, cuando tienen hambre. Piensa en tu cabeza rodando por la avenida polvorienta. Piensa en tus húmedas vísceras alzadas ante la luna amarilla. Piensa en esos infinitos raudos dientecillos, fatigando tus huesos. Piénsalo muy bien, antes de dar otro paso. 

¿Dónde está mi hijo?.– ¿En dónde, pregunto, en qué lugar de lo vasto, llora o muere mi hijo? Él estaba ahí, en el pasillo del supermercado, y de pronto ya no estaba: alguien me lo agarró. Cuando me di cuenta había desaparecido. Lo busqué y lo busqué. Los años pasaron. Lo sigo buscando. Lo busco, endurecida, en las calles hambrientas. Me dicen que es hora de dejarlo ir. ¿Pero qué saben ellos? Mi hijo ha sido secuestrado. Y todos los teléfonos sangran silencio. 

Vives en un lugar pequeño.– Vives en un lugar pequeño. ¿Cuán pequeño? Extremadamente pequeño. ¿Pequeño como la uña del dedo más pequeño? Más pequeño todavía. Así de pequeño. Nada cabe. Ni siquiera tú cabes (es tan pequeño). Esta claustrofobia, esta pequeñez, te acompaña a todos lados. 

TOC.­– Por fin me tiraré del puente, me digo. Por fin me quitaré esta maldita vida. Por fin me liberaré de todas estas incesantes obsesiones. Pero justo cuando estoy a punto de saltar, una pregunta me asalta: ¿dejé prendida la estufa? 

Empatía.– Solo te pido que te pongas en sus zapatos. En los zapatos de mi pobre hijo, el enfermo. Y que le ofrezcas tu hígado. O te lo voy a quitar.  


(Buscando a Syd publicada el 7 de febrero de 2019 en El Periódico.)

Polaricemos (4)

No es cuestión de no polarizar, sino de polarizar sinérgica y sensatamente. 

Obvio que no hablo de otra guerra estéril. No es de exacerbar las competencias políticas tribales, ni redundar en trayectorias proliferantes de agresión. Desde luego que estamos a favor de un marco de paz que disipe la animadversión entre las sujetos sociales.

Solo tengamos en cuenta que esta depolarización consciente va de la mano de una polarización creativa. En este sentido, el reto evolutivo consiste en mantener un disentimiento erógeno y no demagógico.
         
Entiéndase esto: sino hay crisis, no hay crecimiento. La inestabilidad es fuente de posibilidades insospechadas en cualquier sistema sociocultural. Hay que desmantelar ese paradigma beato que asegura que el conflicto es por fuerza malo. El hecho es que sin la polarización dinámica, la vida sencillamente no sería posible. Más allá, se trata de una condición necesaria para el devenir histórico.
          
Nuestras contradicciones jamás se iban a resolver en esa posguerra de mentiritas en la cual solíamos vivir. Es hasta cierto punto deseable que las pasiones que han regido este país se expliciten y se consuman en el fuego de las posiciones. Las personas tienen total derecho a reclamar e indignarse. 
         
Pongamos por caso la paz de 1996, que fue firmada por los dirigentes de la guerra y los tecnócratas geopolíticos, pero de ningún modo por las víctimas del conflicto, y mucho menos por los distintos sistemas de valoración ideológica que siguen en pugna hasta la fecha. 
         
La armonía no se obtiene por decreto, eso lo sabemos. Se llega a ella por movimientos dialécticos que necesitan cancha para jugar. Quizá el rol de todo gobernante sea el de crear un metamarco en donde todas estas voces tengan un lugar fluido y puedan entonces ascender. También es una zona en donde todos se hacen responsables de sus energías polarizadoras. Si bien mantengo una tensión con el otro, también mantengo una tensión con ese mí mismo que está en tensión con el otro. 
         
En esta clase de espacio empieza a darse una unidad auténtica, una unidad que no rechaza los polos; que incluye las periferias (sin hacer de ellas nuevos centros de exclusión); y que está dispuesta a sostener y gestionar toda suerte de oposiciones. Mi punto es que para enderezar este país se requiere de mucha magia. Y la magia, incluida la magia social, solo funciona en la polaridad visionaria y asumida.  
         
En lo particular, desconfíode todos los que desconfían de la polarización. Si una cosa podemos tener segura es que el oponernos a la polarización causa, de hecho, más polarización. Un ejemplo es el de los políticos, que en vez de integrar cualquier pulsión polarizadora, como es su deber estatal, la niegan o la criminalizan. Sin contar que esos mismos políticos son ellos fuente de polarización, y no precisamente sana. Lo cierto es que la polarización es normal y en nuestro contexto de nación, en donde nada funciona, perfectamente deseable. El que no polarice en este contexto es cómplice de un régimen de muerte. Por tanto, yo polarizo. 


(Buscando a Syd publicada el 31 de enero de 2019 en El Periódico.)

Polaricemos (3)

En verdad la unidad es la puta de todos: predicadores, patriotas, pancistas, patrones y pancartistas, por igual. 
         
La de los predicadores es una categoría que utilizo en sentido ancho. Y lo que desean estos es una unidad bovina e inmóvil, una cordialidad de tablayeso, conveniente, inocua, monocorde. Suyos son esos programas moralistas que buscan, más que la unidad, la uniformidad, y más que la uniformidad, el pensamiento único.
         
Con los predicadores vienen los patriotas que todo lo resuelven con un chovinismo de sobremesa, y si no funciona pues lo resuelven a vergazos. 
         
Más allá, los gobernantes. Mismos que cuando dan declaraciones hablan de armonía patria, pero todos sabemos que son unos vividores y unos arribistas de la polarización.
         
Los empresarios también despotrican contra la polarización pero jamás ofrecen una propuesta estructurada para evitarla, mayormente porque solo dicen truismos retóricos y sin sustancia al respecto, y porque en el fondo, lo que ellos entienden por ausencia de polarización, es mera alineación a su sistema económico.
         
Por último está la unidad apócrifa de los pluralistas, que hablan y hablan de inclusión, pero en su narcisismo cultural no están dispuestos a incluir otros valores que no sean los suyos propios. 
         
Así pues, hay muchas unidades apócrifas en el ambiente, y de todas hay que fiarse. La peor seguirá siendo la unidad que astilla: reclama la cohesión, empero su naturaleza es fragmentadora.
         
No solo omite convenientemente las propias pulsiones disgregadoras, proyecta su divisionismo en el otro, al punto de criminizarlo. 
         
Ahí está la unidad ñoña que no se moja, que se cuida bastante de señalar, que soslaya los tópicos difíciles y evita los polos, reduciendo todas las intensidades a una mera unidad chata. Y a esa supuesta integración (que excluye la auténtica diferencia) la va llamando reconciliación, frente común o lo que sea. La idea es aglutinar a muchas personas aparentemente diversas en un mismo lugar, en plan caldo, y tomarles una foto que quede suficientemente bien en los diarios. 
         
Quisiera hablar aquí también de la unidad privada. Cuando Jimmy Morales, por caso, habla de la unidad habla por supuesto de la suya, que no es la mía, y cuando habla de valores, no solo no habla de los míos, ya ni siquiera habla de los suyos, puesto que Jimmy Morales carece de valores de cualquier tipo. Las clases altas ellas también hacen llamados a la unidad nacional. ¿Pero la unidad de quién? ¿La unidad en cuáles términos? La de ellos, claro. La que ellos venden. 
         
Se ve que la única forma en que estas personas pueden hablar de la unidad es desde la vaguedad absoluta, porque de otro modo se les cae la laca y el discurso. ¿No es fácil hablar de unidad sin explicar ni consensuar los criterios de esta unificación? 
         
La unidad es un discurso barato cuando no entiende que hay diversas y arteriales formas de entender la unidad. El reto: encontrar ese gran brujo capaz de articular todas las unidades en una sola y orgánica metaunidad.


(Buscando a Syd publicada el 24 de enero de 2019 en El Periódico.)

Polaricemos (2)

Milagro es que no hayamos todavía sacado nuestros agrias dagas y sagradas glocks y desatado un nuevo conflicto armado.  
            
Pero de otro lado, ¿es dable hablar de una nueva guerra, si la anterior aún no ha terminado?   
            
Y digo que aún no ha terminado porque las mentalidades operativas que la facultaron siguen intactas, así como las respectivas tensiones entre ellas. 
            
Ahí están los maximalistas de siempre, atizando el fuego de la disputa. Es lo que les gusta. Lo único que quieren, lo único que hacen, su raison d´être, digámoslo así, es acuchillar, a perpetuidad. Por supuesto, que tengan tanta convicción no les impide cobrarla. 
            
En este contexto, ¿de qué paz podríamos hablar? Sin un programa profundo de alocentrismo ideológico y de política integral, sin una ruta precisa para vencer las viejas fijaciones y eslóganes de base, los acuerdos no consiguieron establecer una auténtica cultura de conciliación. 
            
El proceso de paz nunca pasó de ser otra cosa que una logomaquia ordenada por la cartografía de los intereses globales y la necesidad doméstica de una exculpación explícita, para ambos bandos. 
            
Firmar la paz no trajo la paz y no trajo la no guerra. Lo que hizo es darle un negocio y una identidad a unos cuantos señores que la historia no se mata por defender. Un par de ellos, los más nostálgicos, continúan hablando de conservar la armonía social, misma que no ha existido sino en sus foros de opinión. 
            
El asunto es que esa guerra que tanto temen jamás vendrá: ya está aquí porque nunca se fue. Puesto de otro modo: la paz no ha sido más que la continuación de la guerra por otros medios. Puesto de un tercer modo: para muchos compatriotas da lo mismo vivir en tiempos de paz que en aquellos de guerra.
            
En efecto, hay un enfrentamiento muy poco misericordioso en la calle y en el campo.La gente de a pie lo vive día a día. Ustedes llámenle como quieran: yo le llamo exterminación. Elterrorismo planificado no es algo que ocurre en un abstracto país desértico del Medio Oriente. Hemos sido testigos de una masacre cruenta y continuada que ha venido sucediendo sistemáticamente todos los días, y durante años, en Guatemala. Y si no mueren de violencia, mueren de hambre o podridos en la enfermedad, que son violencias también. El actual Gobierno no ha hecho absolutamente nada por resolverlo, perdido como está en sus cábalas oscuras. 
            
Repito: que estemos en paz no quiere decir que no estemos en guerra. Y la cosa solo promete más brasa. Los próximos años serán de pillajes, contestaciones, reingenierías furiosas. 
            
Para librar esta ofensiva un temperamento dulce no será suficiente. Necesitaremos una franja especial de guerreros y guerreros, al servicio de la vida y la consciencia.
            
Alguien pregunta: ¿y no era pues la idea evitar la contienda? Mi respuesta es que la contienda es imposible de evitar. Mi respuesta, nuevamente, es que la contienda ya está aquí. El asunto consiste, más bien, en librar la batalla de manera limpia, de manera abierta, desde el diseño, desde la autocrítica. 


(Buscando a Syd publicada el 17 de enero de 2019 en El Periódico.)

Cicigia (7)

Defiendo a la CICIG del señor Velásquez. Y es justamente porque la defiendo que la critico. Y si no la defendiese, la criticaría igual, y eso no tendría por qué ser ensombrado por sus seguidores más fanáticos, para quienes es más cómodo disolverse en la apología que asumir los claroscuros. 
            
No tengo ningún interés económico en la CICIG ni extraigo de ahí rentas ciudadanas y políticas (lo digo porque la CICIG es como un tiburón que vive rodeado de pececitos mutualistas y parásitos). Si apoyé, y sigo apoyando, a CICIG, es por razones provisionales, pragmáticas y estratégicas. 
            
Hay un ridículo y sentimental eslogan que dice: «Yo amo la CICIG». Nunca ha sido mi caso. De hecho me dan suficiente asco todas esas muestras de apoyo enmieladas y chorreantes. Tampoco es de ir por la vida como un polezni durak. Esos que patrocinan a la CICIG están patrocinando cosas muy feas en otros lados, y en estos seguramente también. 
            
Sin embargo considero que era y sigue siendo importante que podamos afirmar la ley y el orden, sin los cuales no hay República, y la CICIG consolida una prótesis necesaria y realista, para un país invalido. En cualquier caso, ha resultado ser un poderoso catalizador y acelerador de nuestras más intensas pasiones y contradicciones públicas, políticas e ideológicas. Lo cual a mi modo de verlo es excelente. 
            
No quita que mi apoyo sea prudente. La prudencia es extranecesaria, cuando consideramos que nadie en ningún país del mundo tiene un modelo exactamente igual al de CICIG. Eso quiere decir, para empezar, que no contamos con un sistema de referencias externas de ningún tipo, y que en estas discusiones estamos solos, aunque nos acompañen extranjeros. Lo cual me pone a pensar en la acrecentada responsabilidad que guardamos de sopesar y definir seriamente este proceso, para otros que decidan o no imitarlo.
            
Termino esta seguidilla de columnas sobre CICIG, que me llevó unos dos meses, diciendo que la CICIG es necesaria, mas no suficiente. El experimento CICIG ha traído resultados interesantes, pero no nos engañemos: no ha podido, ni podrá jamás, resolver el problema de fondo del país.
            
Y eso es porque, por su naturaleza, CICIG no puede hacer arquitectura cultural, como ya expliqué en una columna pasada. No solo está limitada por la corrupción, no solo está ceñida por toda clase de taras institucionales y estructurales, sino además tiene que lidiar con las pugnas de metavalores que trasudan el país. 

En ese sentido es que urge alguna clase de proyecto avanzado que pueda crear corredores de fluidez entre las distintas perspectivas estatales –con sus respectivas justicias– y derivar soluciones que honren la totalidad nacional.
            
Ninguna organización de derecha, izquierda o centro tiene actualmente lo que se requiere para crear este tipo de condiciones. Un proyecto así demandaría de una visión muy singular, y lo que yo he venido llamando "chamanes culturales" para llevarse a cabo. De momento, estos no existen. 


(Buscando a Syd publicada el 10 de enero de 2019 en El Periódico.)

Cicigia (6)

Pudimos reconocer en aquel binomio Aldana/Velásquez gravitas y desapasionamiento institucional. Insano sería creer, sin embargo, que sus protocolos y tomas de decisión institucionales no adolecieron, en alguna medida, de proclividad o tendencia. 
            
Aclaro que cierta propensión es natural, en cualquier institución dada: nadie escapa a su propia perspectiva. Es por ello mismo que yo hubiera apreciado que el Eje MP/CICIG fuera más eficiente para explicar sus criterios de decisión, ya no solo técnicos u operativos, sino su posición general en el juego del poder, así como sus maneras de crear y negociar colaboraciones.
            
Alianzas se dieron. Y a veces muy abiertamente, como cuando el Comisionado y la Fiscal hicieron presencia en el evento aquel del Frente Ciudadano contra la Corrupción, dandoun mensaje entre desesperado y complaciente, presentándose donde no tenían que presentarse y empujando una mancuerna innecesaria, que adicionalmente resultó más bien inocua, en términos de contrarrestar la impunidad.
            
Ese día se sacrificó un semblante de ecuanimidad por una agenda evidentemente política y un meandro particularmente mediático. No es que el Eje fuese apolítico de antes, pero en todo caso había conseguido hasta ese momento no entrardescaradamente en el realpolitik. En mi opinión fue un error anteponer el ajedrez a una institucionalidad que debía permanecer posicionada, pero toda vez clínica, y algunos de nosotros enfriamos mucho nuestro apoyo. Sin contar que había uno o dos lobos en esa mesa, la clase de lobos con los cuales uno no se sienta a comer. 
            
Aún con esta clase de connivencias, CICIG se ha atrevido a decir que la justicia no es de izquierda o derecha. Lo cual por supuesto no es cierto, y revela ya sea ignorancia o manipulación, equivalente a la de sus peores detractores. Porque no es cuestión alguna de colapsar las diferentes justicias en un solo machote achatado y unidimensional, y todos agarrados de la mano. Se trata, más bien, de establecer diseños integrales verídicos entre las distintas agencias ideológicas y sus versiones de lo que es cabal. 
            
Por cierto,siento lástima por quienes, en su parroquialismo de Facebook, se tragaron el cuento de que la CICIG no tenía agenda ideológica, cuando nada hay más ideológico que la CICIG y nada más agendado.
            
¿Agendado por quienes? Eso lo sabemos todos. La CICIG fue ensamblada como un proyecto beta con altos potenciales para limpiar y administrar este país–laboratorio nombrado Guatemala. De ahí que la inversión fuese tan enfocada y masiva. Es imposible que no la hayan en algún momento considerado como un modelo factible y estándar de intervención blanda en la región y quién sabe si en el Tercer Mundo en general. Así como hay una soberanía nacional también hay una soberanía internacional y ambas están sujetas a toda clase de programas, provechos y perversiones.
            
Y aquí es donde se trae a la mesa una pregunta capital que no ha sido respondida adecuadamente: ¿quién fiscaliza a los fiscalizadores?

Es una pregunta que podría molestar a los convencidos, en contra de quienes nada tengo, excepto cuando empiezan a criminalizar y ostracizar la crítica.             

Algunos de estos convencidos debiesen ser, por su posición en la sociedad, críticos por default, como es el caso de comunicadores, pensadores y agentes culturales, muchos de los cuales se almidonaron en el banquete de la afiliación.

Si hay un derecho es el derecho a exigir claridad. Alguna vez escribí que la CICIG debiese tener incluido un espacio parecido al "defensor del lector", que pueda señalar e interrogar activamente su hibris operativa e ideológica, sin que ello signifique o construya oposición violenta. Es una cuestión de elevar la coralidad y la apertura en torno a una institución que está bastante sellada, y cuyos mecanismos de autorevisión no están claros, lo cual provoca muchas incomodidades. Esas incomodidades, que no fueron administradas sabiamente, crearon un escenario feo. Todos salimos perdiendo. 
            
Una cosa básica que todos deseamos saber es bajo qué criterios, términos y facultades la CICIG hace lo que hace y pacta lo que pacta. Hay que llegar a la médula de todo eso. Si CICIG es acusada de justicia selectiva, por ejemplo, podría explicar y comunicarnos mejor cómo selecciona su justicia. No es tampoco mucho pedir. Unos afirmarían que CICIG depende en buena parte de su reserva, pero con ello ya estamos entrando en un catch–22.
            
Es precisamente porque doy mi apoyo a esta institución que creo que esta tiene que ser muy escrutada. ¿Lo está? No lo suficiente. Por ejemplo, no entiendo cómo en todo el tiempo que lleva la CICIG no he leído un solo artículo de investigación relevante y de aliento sobre su identidad y valores institucionales, su operación, su personal, sus comunicaciones y su gobernanza. En particular, me gustaría saber cuál es su cultura laboral, su estructura interna, quiénes son en precisión sus mandos y cuáles sus roles, cómo es su cotidianidad y su atmósfera, y todo de sus prácticas y procesos, incluidos sus protocolos de decisión. Ideal hubiera sido que un periodista serio y objetivo se hubiera hundido un año en la Comisión, en su mejor momento, y redactara una pieza en secuencias o hiciera un docu al respecto o un blog en continuado. 
            
Al menos me gustaría leer o escuchar una entrevista sentida (no meramente decorativa) en donde el Comisionado atienda preguntas, no apenas coyunturales, sino además discursivas: que hablen pues del espíritu mismo de la CICIG. Recuerdo que en su momento el Comisionado comentó que la CICIG solo estaba acompañando las reformas. Para mí la pregunta evidente era: ¿qué quiere decir eso: acompañar?, ¿qué quiere decir en el fondo?
            
Desde luego, hablar de la esencia del proyecto no impide hablar de los resultados. Si yo fuera quien lo entrevistase, una cosa que me encantaría preguntarle al Comisionado es por qué no hemos recibido un mapa mejor delineado de cómo funcionan las células de extorsión, que por supuesto tienen dueño y modus operandi. 


(Buscando a Syd publicada el 3 de enero de 2019 en El Periódico.)

Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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