El tonto
El matemático.– Un hombre, afecto a las matemáticas, muy brillante, se para digno frente a una pizarra, resuelve una ecuación imposible. Nadie más lo comprende. El matemático está solo. Dios lo desdeña.
Fantasmas, no renuncien.– Lo diré sumariamente: fantasmas, no renuncien. Entiendan: no están del todo desintegrados. Mil promesas, mil mastines aún los acompañan. No permitan que los echen de sus casas. ¡Sus casas, nunca de ellos! ¿No son aquí ustedes los autóctonos, los nativos? No es mi intención hacer un llamado al integrismo. El cambio es bienvenido. Pero este es nuestro hogar. Entre bruma y bruma, todos ustedes han perdido su columna vertebral. Han perdido su carácter. Han perdido su toque terrorífico. Tan lentos, tan inoperantes, son ahora. Acomodaticios, turiferarios, débiles fantasmas. ¿Es que me corresponde enumerar la larga lista de injusticias que han tenido que vivir, las humillaciones, los vulgares exorcismos? En el pasado, un espectro era cosa de temer, pródigo en gimnasias de miedo –temible pues. El saber–horror es una cosa que se ha perdido. Ahora los asustados, adviertan pues, son ustedes. ¡No! Espanten, fantasmas. Asesinen inclusive, si es preciso. Un empujoncito por las escaleras. Un cuchillo volador. No cedan a oscuras imposiciones catastrales. No se dejen intimidar por vagos rituales salomónicos. No vivan como méndigos apátridas.
Intercambio en el desierto.– En la mitad del desierto, dos autos están estacionados, con los faros iluminados, despertando la longeva noche. Un coyote canta (es pequeño, es veloz) en la distancia. De acuerdo, no hay ningún coyote cantando en la distancia, pero de todos modos la escena es tétrica, cinematográfica. En todo caso, hay una pausa preñada, pues de los autos nadie ha salido todavía; es un trance de mucha expectación. ¿Se trata de un negocio de droga, el pago de un secuestro? Lo único que sabemos es que un silencio está siendo danzado entre ambos vehículos, hasta que por fin se baja una persona, y nos preguntamos por qué lleva gafas tan oscuras a esta hora. Enseguida la puerta del otro vehículo se abre, y otro hombre, de rostro hierático, nos reta con su aspecto tan inescrutable. Y comienza a avanzar hacia el centro: ese punto entre los autos. Y el sujeto primero también camina en esa misma dirección. Por fin se encuentran, ¿con desprecio acaso? ¿con altivez? ¿amenazantes? No: con amor. Se besan profundamente. Es que son amantes.
El tonto.– El tonto lo ha visto todo. El tonto te vio violarla en el bosque. El tonto te vio transmutarla en un grito. El tonto sabe. El tonto de veras sabe. ¿Matarás también al tonto?
Lo hemos perdido todo.– Lo hemos perdido todo, todo lo hemos perdido. Perdimos los caballos. Perdimos los sirvientes. Perdimos la mansión. Quedó nomás el hielo. No sé qué más decirte, salvo que somos pobres.
(Buscando a Syd publicada el 7 de marzo de 2019 en El Periódico.)
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