Ya me voy (1)
No basta con morir, dijo Sartre, hay que saber morir a tiempo. A mí el deadline se me pasó hace rato, pero peor fuera que se me siguiera pasando. Así que decido abandonar esta columna semanal, llamada Buscando a Syd, y que fue alojada en El Periódico desde hace unos quince años o más. No me voy a poner a hacer cuentas, a estas alturas. Son un chingo de columnas.
Procuré escribirlas desde la pasión literaria, desde la liminalidad discursiva y quizá desde alguna sinceridad. Lo cual da un tanto igual, porque tales columnas hoy solo suceden en el olvido, aún si me tomé la molestia de subirlas todas, o la mayoría, a un blog correlativo (buscandoasyd.blogspot.com).
Si me preguntaran, diría que al renunciar a esta espacio, abandono la última cosa que me mantenía unido a la escritura activa. Así es: el proyecto de la palabra se agotó: la identidad literaria fue quemada: la ambición verbal sobreseída. Aparte de un libro residual que viene en camino, la cosa ya se acabó.
No es que el contexto no ayudara. Ayudó un vergo. Para empezar, me he dado cuenta que no existe un lugar ya para la deriva literaria, poética y mutante, en la plaza de la opinión: todo es política, análisis y posición automática. Solo buscan yesca, esos malditos. Lo demás les da más o menos lo mismo. La audiencia no quiere prosa ni quiere hondura: la audiencia nomás quiere ser confirmada. No es que el medio literario sea mucho mejor, por cierto. El medio literario es una corte. Una cosa de relaciones públicas. Una etiqueta, de carne y de pantalla. Una mierda.
Por otro lado, está claro que ya no tengo sitio en la zona mediática local: no comulgo ni con el conservadurismo neandertal ni con el neovictorianismo de la diversidad, que confía demasiado en su propia miopía, en su propia autoridad, en su propia tea ardiente, y que interpreta cualquier emergencia postpluralista como una forma de regresión. Esta glaciación cultural, de visos ya autocráticos, puede que dure décadas. Aquellos que exigimos al pluralismo que revise su propia sombra somos maldecidos, y más que maldecidos, eviscerados, en el nombre de la santa igualdad. La de ellos, esto es.
También subsiste el hecho de que entes como yo ya no son necesarios: hoy en día cualquiera escribe, en medios virtuales, blogs y redes sociales, así que la escritura se volvió un servicio–commodity. Es cierto que hay mucha gente escribiendo incluso bien, muy frescos, muy crinados. Pero también hay mucha basura, desde luego, y eso que he venido llamando la dictadura de la ocurrencia. Lamentablemente yo he contribuido mucho con la misma.
En el reinado de lo efímero y el escroleo radical, lo que interesa es crear efecto. Hemos sustituido el matiz por el insulto y lo profundo por lo ingenioso. Son universos y universos de liviandades. La palabra ya no tiene peso, no tiene gravedad, ni tampoco goza de seriedad formal o conceptual. No ha de extrañarnos que el periodismo cultural y narrativo haya dejado de existir, para ceder su trono a la prensa cataléptica del like.
(Buscando a Syd publicada el 4 de abril de 2019 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario