Polaricemos (3)
En verdad la unidad es la puta de todos: predicadores, patriotas, pancistas, patrones y pancartistas, por igual.
La de los predicadores es una categoría que utilizo en sentido ancho. Y lo que desean estos es una unidad bovina e inmóvil, una cordialidad de tablayeso, conveniente, inocua, monocorde. Suyos son esos programas moralistas que buscan, más que la unidad, la uniformidad, y más que la uniformidad, el pensamiento único.
Con los predicadores vienen los patriotas que todo lo resuelven con un chovinismo de sobremesa, y si no funciona pues lo resuelven a vergazos.
Más allá, los gobernantes. Mismos que cuando dan declaraciones hablan de armonía patria, pero todos sabemos que son unos vividores y unos arribistas de la polarización.
Los empresarios también despotrican contra la polarización pero jamás ofrecen una propuesta estructurada para evitarla, mayormente porque solo dicen truismos retóricos y sin sustancia al respecto, y porque en el fondo, lo que ellos entienden por ausencia de polarización, es mera alineación a su sistema económico.
Por último está la unidad apócrifa de los pluralistas, que hablan y hablan de inclusión, pero en su narcisismo cultural no están dispuestos a incluir otros valores que no sean los suyos propios.
Así pues, hay muchas unidades apócrifas en el ambiente, y de todas hay que fiarse. La peor seguirá siendo la unidad que astilla: reclama la cohesión, empero su naturaleza es fragmentadora.
No solo omite convenientemente las propias pulsiones disgregadoras, proyecta su divisionismo en el otro, al punto de criminizarlo.
Ahí está la unidad ñoña que no se moja, que se cuida bastante de señalar, que soslaya los tópicos difíciles y evita los polos, reduciendo todas las intensidades a una mera unidad chata. Y a esa supuesta integración (que excluye la auténtica diferencia) la va llamando reconciliación, frente común o lo que sea. La idea es aglutinar a muchas personas aparentemente diversas en un mismo lugar, en plan caldo, y tomarles una foto que quede suficientemente bien en los diarios.
Quisiera hablar aquí también de la unidad privada. Cuando Jimmy Morales, por caso, habla de la unidad habla por supuesto de la suya, que no es la mía, y cuando habla de valores, no solo no habla de los míos, ya ni siquiera habla de los suyos, puesto que Jimmy Morales carece de valores de cualquier tipo. Las clases altas ellas también hacen llamados a la unidad nacional. ¿Pero la unidad de quién? ¿La unidad en cuáles términos? La de ellos, claro. La que ellos venden.
Se ve que la única forma en que estas personas pueden hablar de la unidad es desde la vaguedad absoluta, porque de otro modo se les cae la laca y el discurso. ¿No es fácil hablar de unidad sin explicar ni consensuar los criterios de esta unificación?
La unidad es un discurso barato cuando no entiende que hay diversas y arteriales formas de entender la unidad. El reto: encontrar ese gran brujo capaz de articular todas las unidades en una sola y orgánica metaunidad.
(Buscando a Syd publicada el 24 de enero de 2019 en El Periódico.)
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