Ciudad–no
Conceptos y apreciaciones.– Emanas olas de inteligencia. Sutiles narrativas surgen de tu sofisticada boca. Tu compañía es como un barroco jardín: conceptos y apreciaciones. Las artistas más radicales, los más oblicuos autores, los cineastas más cerebrales, las referencias más inauditas. Yo lo único que quiero, sin embargo, es un buen polvo.
El agorero.– Un accidente cambiará tu vida, marchitará todas tus primaveras. Puedo ver –ya elongado en la calle de la ciudad fatal– tu cuerpo, como una arcilla roja, indefinible, el lomo desastrado, las entrañas salidas, al lado de una moto hecha humo y clavos, luego de un accidente persuasivo y fulminante, en la niebla ocurrido. Ahora págame.
Pájaro negro.– El rockero está grabando un álbum en su vieja mansión millonaria. Reconozcan su voz: dulce y amarga, goteando sobre la letra confusa, como sangre desordenada. Su estilo musical todos los conocemos: es ya una larga sombra en donde incontables fans se ahogan a gusto. Afuera, en el jardín laberíntico, aletea un pájaro negro.
Ciudad–no.– Esta es la ciudad–nunca, la ciudad–no. Habrá que terminar por aceptar que todas las promesas se han agotado, y solo ha quedado el tráfico indescifrable, en silla de ruedas, liberando hilos de baba y caos. Pensemos por un momento en esos cientos de miles de carros, con sus conductores adentro, sin poder moverse, histéricos y asesinos. Pensemos por un momento en esta ciudad inmóvil hecha de inmóviles ciudades. Esta ciudad petrificada nonstop. Y no digo que no amo esta ciudad. Solo estoy diciendo que la odio. Mi ciudad. La de nadie.
El viejo perro quiere dormir.– El viejo perro quiere dormir. Su vida ya no tiene sabor. Es como una espada sin filo. Varios tumores trinan en su piel enferma. Y sus órganos ancianos están temblando. Dos ciudadanos muertos son sus ojos. Y sus patas no le llevan a ningún lado. Hasta luego, mi más precioso amigo, apágate sin culpas, inúndate de nada. Tienes todo el derecho a soñar que duermes.
Hic et nunc.– Estoy redactando una historia de gánsteres. En la misma, un criminal de alto rango, traicionado y venido a menos, decide vengarse de todos aquellos que le arrebataron su familia y fortuna, anatemizaron su nombre, lo golpearon hasta desfigurarlo, lo dieron por muerto. Ora comprando a unos, ora torturando a otros, nuestro hombre consigue comprender quién ha ocasionado su caída y su desgracia. Y se da cuenta, en una reconstrucción asombrosa, que el responsable de orquestar su derrumbamiento no ha sido otro que él mismo. En efecto, mordido por la culpabilidad de un pasado de balas y muertos, arrepentido por la increíble cantidad de sombra repartida, y sangre derramada, el personaje ha diseñado para su propia persona un minucioso y espantoso laberinto, una poderosa expiación, que incluye la presencia de unos sicarios peculiarmente sádicos y retorcidos), y que termina sellando con su propia locura. La historia por cierto se llamará Hic et nunc.
(Buscando a Syd publicada el 21 de febrero de 2019 en El Periódico.)
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