No maten al mensajero
Ya se sabe de riquillos y hasta millonetas de Harley que van de levantiscos el domingo, aunque el lunes se vuelvan a poner la corbata y establezcan de nuevo relación sentimental con una victoriana blackberry. Por fortuna, ellos son los menos, y aunque se estén retorciendo como un soldado herido en la Batalla de Somme –por esas disposiciones recientes del Ministerio Público, que les lastimó el estilo– apenas si nos interesan.
Los auténticamente interesantes, digo yo, son los mensajeros. Los que menudean, los que van hechos pistola bajo la lluvia que vino sin prevenir como en una redada policial. El mensajero es un lazarillo en motocicleta.
En el banco, se le ve al mensajero la angustia genuina, porque antes de él hay otros doce mensajeros haciendo cola, y todos con cara de querer realizar aprox unas doce operaciones bancarias.
Lo que le falta a los mensajeros es tiempo. A los mensajeros el tiempo se les fue retirado de su patrimonio. Digamos que es una noción epicúrea que no aplica a ellos. En tal sentido es que los mensajeros se parecen a los prisioneros: no disponen de sus propias horas, no es como que se puedan ir a tomar un chai tea a Barista, y planificar por celular con la amante la próxima encerrona.
Ahora se parecen más a los prisioneros, por llevar uniforme. Claxonazos, humos ciegos de ciudad eran antes el vestido de los mensajeros. Eso les devolvía una dignidad urbana que ya la prisa les había arrebatado. Pero hoy les han puesto el chaleco negro, y los mensajeros ya no representan otra cosa que la monotonía y la legalidad ministerial.
Procuraron, sí; gesticularon, sí; hicieron su tierna bulla gremializada. Pero fue inútil. El ahogado, de apellido Gándara, pateó más fuerte. Es cierto que hay una guerra en las calles, pero en este caso el MP mató al mensajero.
(Columna publicada el 18 de junio de 2009.)
Los auténticamente interesantes, digo yo, son los mensajeros. Los que menudean, los que van hechos pistola bajo la lluvia que vino sin prevenir como en una redada policial. El mensajero es un lazarillo en motocicleta.
En el banco, se le ve al mensajero la angustia genuina, porque antes de él hay otros doce mensajeros haciendo cola, y todos con cara de querer realizar aprox unas doce operaciones bancarias.
Lo que le falta a los mensajeros es tiempo. A los mensajeros el tiempo se les fue retirado de su patrimonio. Digamos que es una noción epicúrea que no aplica a ellos. En tal sentido es que los mensajeros se parecen a los prisioneros: no disponen de sus propias horas, no es como que se puedan ir a tomar un chai tea a Barista, y planificar por celular con la amante la próxima encerrona.
Ahora se parecen más a los prisioneros, por llevar uniforme. Claxonazos, humos ciegos de ciudad eran antes el vestido de los mensajeros. Eso les devolvía una dignidad urbana que ya la prisa les había arrebatado. Pero hoy les han puesto el chaleco negro, y los mensajeros ya no representan otra cosa que la monotonía y la legalidad ministerial.
Procuraron, sí; gesticularon, sí; hicieron su tierna bulla gremializada. Pero fue inútil. El ahogado, de apellido Gándara, pateó más fuerte. Es cierto que hay una guerra en las calles, pero en este caso el MP mató al mensajero.
(Columna publicada el 18 de junio de 2009.)
1 comentario:
La verdad, estaba de acuerdo con la pena compartida por los mensajeros y/o motoristas, solo hasta hoy por la tarde.
Como discriminar entre los motoristas mensajeros y motoristas ladrones? me encantaría saberlo, para saber por quien sentir pena y por quién desear que además de llevar un número en el casco y el chaleco (que ahora ademas le sirve para guardar el arma) debería llevar esposadas las manos al timón y talvez de esta forma poder diferenciar a los honestos y los delincuentes.
Su columna, como todo, escrita impecable y como siempre, mis felicitaciones por su talento!
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