'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







No maten al mensajero


Ya se sabe de riquillos y hasta millonetas de Harley que van de levantiscos el domingo, aunque el lunes se vuelvan a poner la corbata y establezcan de nuevo relación sentimental con una victoriana blackberry. Por fortuna, ellos son los menos, y aunque se estén retorciendo como un soldado herido en la Batalla de Somme –por esas disposiciones recientes del Ministerio Público, que les lastimó el estilo– apenas si nos interesan.

Los auténticamente interesantes, digo yo, son los mensajeros. Los que menudean, los que van hechos pistola bajo la lluvia que vino sin prevenir como en una redada policial. El mensajero es un lazarillo en motocicleta.

En el banco, se le ve al mensajero la angustia genuina, porque antes de él hay otros doce mensajeros haciendo cola, y todos con cara de querer realizar aprox unas doce operaciones bancarias.

Lo que le falta a los mensajeros es tiempo. A los mensajeros el tiempo se les fue retirado de su patrimonio. Digamos que es una noción epicúrea que no aplica a ellos. En tal sentido es que los mensajeros se parecen a los prisioneros: no disponen de sus propias horas, no es como que se puedan ir a tomar un chai tea a Barista, y planificar por celular con la amante la próxima encerrona.

Ahora se parecen más a los prisioneros, por llevar uniforme. Claxonazos, humos ciegos de ciudad eran antes el vestido de los mensajeros. Eso les devolvía una dignidad urbana que ya la prisa les había arrebatado. Pero hoy les han puesto el chaleco negro, y los mensajeros ya no representan otra cosa que la monotonía y la legalidad ministerial.

Procuraron, sí; gesticularon, sí; hicieron su tierna bulla gremializada. Pero fue inútil. El ahogado, de apellido Gándara, pateó más fuerte. Es cierto que hay una guerra en las calles, pero en este caso el MP mató al mensajero.


(Columna publicada el 18 de junio de 2009.)

1 comentario:

Lorena Torres dijo...

La verdad, estaba de acuerdo con la pena compartida por los mensajeros y/o motoristas, solo hasta hoy por la tarde.
Como discriminar entre los motoristas mensajeros y motoristas ladrones? me encantaría saberlo, para saber por quien sentir pena y por quién desear que además de llevar un número en el casco y el chaleco (que ahora ademas le sirve para guardar el arma) debería llevar esposadas las manos al timón y talvez de esta forma poder diferenciar a los honestos y los delincuentes.
Su columna, como todo, escrita impecable y como siempre, mis felicitaciones por su talento!

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Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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