De la pulsión escópica
Ustedes a lo mejor ya escucharon de (Ex) Céntrico, el espacio que el Centro Cultural de España puso a funcionar en la zona 1 de unos meses para acá. Personalmente no conozco el lugar pero pondré pie muy pronto, ya que he sido invitado a intervenir en una de sus actividades, llamada De la pulsión escópica y otros delirios amorosos. Eso hoy en la noche.
Y la idea era, es, viene siendo, que yo y otros leamos textos –nunca me dijeron si prosa o verso o qué– a partir de una foto que me fue proveída, una foto tomada hasta donde se por Andrea Aragón, que en cuanto a retrato social y antisocial se refiere, es la artista más dotada, lo mejorcito.
No pienso leer textos míos, para qué, sino textos de terceros. Y ya decidí que voy a leer poesía. Verán: en esa foto que me dieron hay dos cuerpos tocándose, y rápido se da cuenta uno que entre esos dos cuerpos de la fotografía sólo cabe algo tan extremadamente fino y sutil como un poema.
Aparte hubiera sido que la foto tratase de una escena asquerosa en un motel del Cerrito del Carmen. Cosa que hubiera sido por demás interesante, pero a veces hay que darle la silla a lo sensible, hay que ponerse clásicos. Después de todo, ¡no todo pezón fue creado para regar los jardines pornosinápticos de maniacos sexólicos!, ¡no todo culo diseñado para ser visto por medio de los vidrios crepusculares de un peep show!, ¡no todo encuentro sensual una carnicería estilo división panzer de la SS! En un mundo hipersexuado en donde tu niña de doce ya se acostó con, al menos, trece, no cae del todo mal volver a la magia simple de una nalga, de una clavícula, de una espalda, a un erotismo inocente, a una sexualidad Rosebud. Así que agradezco que por lo menos a mí –no se si a los otros invitados de la noche– me haya tocado una foto en donde aún pueda externar, al verla, un poema del siglo pasado.
(Columna publicada el 25 de junio de 2009.)
Y la idea era, es, viene siendo, que yo y otros leamos textos –nunca me dijeron si prosa o verso o qué– a partir de una foto que me fue proveída, una foto tomada hasta donde se por Andrea Aragón, que en cuanto a retrato social y antisocial se refiere, es la artista más dotada, lo mejorcito.
No pienso leer textos míos, para qué, sino textos de terceros. Y ya decidí que voy a leer poesía. Verán: en esa foto que me dieron hay dos cuerpos tocándose, y rápido se da cuenta uno que entre esos dos cuerpos de la fotografía sólo cabe algo tan extremadamente fino y sutil como un poema.
Aparte hubiera sido que la foto tratase de una escena asquerosa en un motel del Cerrito del Carmen. Cosa que hubiera sido por demás interesante, pero a veces hay que darle la silla a lo sensible, hay que ponerse clásicos. Después de todo, ¡no todo pezón fue creado para regar los jardines pornosinápticos de maniacos sexólicos!, ¡no todo culo diseñado para ser visto por medio de los vidrios crepusculares de un peep show!, ¡no todo encuentro sensual una carnicería estilo división panzer de la SS! En un mundo hipersexuado en donde tu niña de doce ya se acostó con, al menos, trece, no cae del todo mal volver a la magia simple de una nalga, de una clavícula, de una espalda, a un erotismo inocente, a una sexualidad Rosebud. Así que agradezco que por lo menos a mí –no se si a los otros invitados de la noche– me haya tocado una foto en donde aún pueda externar, al verla, un poema del siglo pasado.
(Columna publicada el 25 de junio de 2009.)
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