Ya me voy (2)
La comodificación de la escritura trajo demasiados agentes y mensajes al ambiente. Provocando por cierto que nadie pagara a los escritores.
Nadie, salvo El Periódico, que siempre me pagó (Buscando a Syd es el trabajo más longevo que he tenido). Infiero que elPeriódico valora aún la palabra y por ende cuida –en la medida, claro, de sus posibilidades– a quienes la burilan.
Algún día habrá un Núremberg para tantos grotescos editores y periodistas que cedieron a la hecatombe de lo gratuito y lo regalado. Incluyendo a quienes nunca levantaron un modelo digno de remuneración para columnistas y blogueros, demoliendo y banalizando el mercado del criterio, insultando un género periodístico nuclear, creando una burbuja digital que por supuesto habría de colapsar.
Tantos medios que ya ni siquiera vemos en el feed. El algoritmo los abortó. La audiencia no los cita. Cesaron de ser referencia. Están boqueando o están muertos. Los pocos que consiguen aún viralizarse es porque viven del amarillismo y estupidizando a la gente.
En tal contexto, lo mejor es no agregar más ruido al ruido. Envío saludo a todos aquellos que, ayer y hoy, hicieron posible que Buscando a Syd fuese publicada, de una forma u otra. Especialmente a José Rubén Zamora, ese mago, a quien reservo mi admiración. Y a usted, lector discreto.
Me voy. Lo cual es fantástico. Siento relevante que aquellas personas que hemos tenido un rol público, por muy mínimo que sea, dejemos efectivamente de tenerlo. De lo contrario terminaremos igual que todos esos políticos que se enquistan en su plaza, y luego ni la Plaza, aquel espejismo, los quita ya de ahí.
Me quito para que vengan otros. El statu quo somos nosotros: los genexers, boomers y dinosauros de siempre, que no voy a mencionar, porque no quiero arruinar mi última columna. Quizá esos posmillennials tengan algo más singular que aportar. O quizá no: quizá sean iguales que esa llamarada de tusa que les precediera. Cada generación es heroica y es decepcionante.
Por mi parte, lo que tenía que decir ya lo dije. A veces leo con suficiente pena a colegas míos que no paran de comentar lo mismo de la misma reserota manera. Encontraron su formulita.
Un escritor tiene que ser honesto cuando ya no tiene nada importante, o diferente, que comunicar, aún si le aplauden (sépase que no es mi caso: a mí nunca me pararon realmente bola, y por algo será).
Me mudo a lo interior –al parecer ahí estaba Syd– y a mi proyecto de mentoría espiritual y meditacional llamado HALO. Yo soy ese escritor del cual habla Monterroso: el que le dio por la mística y esas cosas.
La mística, siempre tan callada. Expresarse puede ser muy liberador, pero eventualmente hemos de liberarnos de la propia expresión también, del propio criterio, si en verdad queremos ser libres. Dicho bien, no es que ya no tenga nada que decir: dicho bien, es que ya no quiero decir nada.
En un mundo en donde todos poseen una puta opinión, la única insurrección posible sigue siendo el silencio.
(Buscando a Syd publicada el 11 de abril de 2019 en El Periódico.)