El señor malo
El señor malo.– El señor malo, el señor tan malo, el mismo que, sobrecargado de vileza, mandó a matar a miles y quizá a millones, el ingeniero de la desgracia y la calamidad, destructor de las parusías y las salvaciones, ese mismo señor es quien ahora te está sonriendo.
No resistiremos.– Atacan la nave: no resistiremos. Esta buena y noble nave cruzó los espacios, los sagrados espacios, trabó amistad con seres inefables, conoció muchas singularidades. Pero todo eso ha terminado: las armas disyuntivas de nuestros enemigos atacan nuestra morada casa galáctica. Y parece que no sobreviviremos. Ya las computadoras perecen, tiemblan las ectopantallas, el frío entra en los corredores. Colegas míos: no queda más tiempo: ha sido un gran honor tripularlos.
Tu hija no te quiere.– ¿No lo has adivinado? ¿Es que de veras no los has presentido? No hay persona a quien repugne más tu forma de ser, y tu voz, y la mano con que te rasuras cada día la barba cana, que tu hija. Es dable especular que esto es nomás una fase transitoria, corear que esto es un solo un momento en su desarrollo. No te desgastes con semejantes relatos tranquilizadores: tu hija verídicamente te odia, genuinamente te detesta. Y con cada segundo que pasa ese odio está cincelando un odio aún más negro y una aversión incluso mayor. Por lo demás, no quiero ser portador de malas noticias, pero yo creo que tu hija inclusive quiere hacerte daño. Sospecho que en la noche abrirá la puerta de tu cuarto, y te hundirá, mientras duermes, un cuchillo en la aorta, a tal velocidad, con semejante saña, y tantísimas veces, que te convertirá en algo ya irreconocible, antihumano. Luego contemplará tu cuerpo apagado y luego sonreirá, por fin libre, por fin intacta, por fin perdonándolo todo.
Mis amigos extraños.– Mis amigos extraños tienen cromosomas extraños, y por tanto pueden hacer cosas que los demás no: se hacen así chiquititos como hormigas, ven cosas que están ocurriendo, a muchos miles de kilómetros, devuelven el calor y la vida a los pajarracos muertos, levantan con la mente las televisiones de plasma, entre otras cosas. “Lo que hay que hacer es matarlos”, dicen los extraños enemigos de mis amigos extraños, con esa nada enternecedora actitud de quien quiere destruir todo aquello que no comprende. Pero yo los comprendo, a mis tiernos amigos extraños: los oscurísimos, los insociables, los que, además de lidiar con el día a día, lidian con el hecho de que son extraños. Y que nos recuerdan que extraños somos todos.
Un asunto de familia.– Y este es el cuarto de los fantasmas, que nunca van a dejarnos vivir en paz. No son esos fantasmas de aire macabro y modalidad despreciable de las películas. Diría que son más juguetones y traviesos, pero como sea nos hacen la vida imposible. Mi esposa espera que nos movamos pronto, pero en lo personal no pienso dejar esta casa. Además, y después de todo, uno no abandona así a los hijos, aunque estén muertos.
(Buscando a Syd publicada el 14 de marzo de 2019 en El Periódico.)
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