Debate presidencial
Vienen de vuelta.– Vienen de vuelta, vienen crujiendo: los idos regresan. Se fueron en la larga noche, cruzando los dilatados desiertos, circunvalando lápidas calientes y desnudas. Partieron –camino mudo, lento peregrinaje– con una larga pregunta. Y ahora vienen ya de vuelta, con una oscura respuesta.
Debate presidencial.– Al principio ambos candidatos tenían actitud de diáconos. Sin embargo a estas alturas más parecen prostitutas de cuarta. O sea que el debate se ha convertido en un intercambio de delaciones, amenazas, calumnias, insultos, agresiones. ¿Ha de extrañarnos cuando uno de los presidenciables, en un momento extraño, loco, súbito, se avalancha sobre su adversario, y le araña el rostro histéricamente? Uno se pregunta de donde saca la convicción para hundir los pulgares en el rostro del agredido, hasta enuclearlo.
Algo vuela por la ciudad.– Algo vuela por la ciudad. No es un obus. No es un dron. Ni siquiera es un OVNI. Es algo mucho más singular. Y no menos singulares son los patrones que dibuja incansablemente en el aire. Algunos se lo han topado cara a cara, y nos han dado descripciones inútiles. Los perros le ladran sin cesar. Los teólogos le tienen miedo. Hemos consultado a todos los expertos posibles: nos han dicho que tenemos que destruirlo. Quisimos bajarlo con el viejo arcabuz de la familia, pero es veloz.
Mi perro y yo.– Mi perro y yo nos tomamos un café. Él me está hablando, como suele hacerlo, de Walter Benjamin, con pequeñas miradas despectivas hacia la forma en que no lo escucho. Y es que verdaderamente habla demasiado. Si hubiera sabido que hablaba tanto, jamás lo hubiera comprado. «Sé lo que estás pensando», me dice. «Y no es algo que aprecio particularmente». Y aún cita, el muy cabrón: «Para los oprimidos el estado de excepción es permanente».
El clítoris.– Sembrado encima de un zaguán, ha de ser conjurado, conjuradas sus dos raíces eléctricas. El clítoris es un signo chiquitito arriba de una gran interrogante. Tiene aire de nada, pero provoca tempestades. Y cómo sería si fuese acariciado cada día, si fuese lamido por una maestrísima lengua, servido como una mínima patria soberana. Tóquelo; recitará versos. Las frutas cantarán.
A vuelta de rueda.– Llevamos horas a vuelta de rueda, apenas avanzando, pseudoavanzando, ya sin avanzar. Un calor fantasmático nos rodea. Los niños lloran, inescrutables. ¿Qué está pasando allá delante? Quizá el infierno no es un sitio. Quizá el infierno sea no llegar.
Nuestro modo de hacer las cosas.– No viene a ser ningún secreto que no guardamos simpatía alguna por los de tu especie. Sea por tu necedad de querer figurar a toda costa, o por esa beata, tan insípida, pretensión de salvar siempre a todo el mundo, nos resultas execrable. Verás: los héroes no ocupan ningún lugar en nuestro modo de hacer las cosas. Ya bastante nos está costando no dispararte en este momento.
(Buscando a Syd publicada el 28 de febrero de 2019 en El Periódico.)
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