Cicigia (4)
Con el Comisionado a distancia, los coches hipercontentos.
Contando con el apoyo explícito o tácito de la ciudadanía aventajada, compuesta por personas a quienes lo único que les importa es que nadie altere el tráfico que los lleva de sus condominios esplendentes a la abstracción republicana más cercana.
En vez de sublimar su rechazo a la CICIG a través de un dudoso nacionalismo de WhatsApp, preferiría que me dijesen: me gustan mis privilegios oscuros, y apreciaba las cosas como siempre han sido, libremente corruptas, liberalmente opacas. Esa clase de honestidad sería en cierto modo más respetable.
Entretanto, los intelectuales del poder, si cabe llamarles intelectuales, se ensañan contra la Comisión. Algunos hablan de un problema de fondo no resuelto. Lo cual a mi modo de verlo transcribe ya sea inocencia o complicidad o cinismo o ignorancia completa de las profundidades sistémicas de la corrupción. No se está desmantelando una casita de legos. Por otro lado, queda claro que CICIG alcanzaría mayores resultados si hubiese menor oposición a su mandato, la clase de oposición que estos críticos, programáticamente, sostienen.
Aducen que la CICIG no ha dado resultados pero no hablan de cómo la Administración actual, por entero disfuncional, no ha sabido acompañarle y chuparle llanta. Si el sistema es insuficiente no es culpa de CICIG, que bastante hace con revelar esta insuficiencia. Ante esta, la necesidad de la CICIG queda de hecho más enmarcada. El mecanismo por virtud del cual funcionarios e intelectuales alineados pretenden transferir estas carencia del sistema y convertirla en una carencia de la CICIG es una operación discursiva bastante oscura.
Y una que beneficia mucho al Gobierno de Guatemala, en particular al Presidente, enemigo capital del Comisionado. Si yo estuviera en contra de la CICIG, nada me gustaría que Jota Morales fuera quien representase mis intereses. Ni Jota, ni aquellos quienes le rodean. Recordemos cuando el Ministro de Gobernación habló de una "criminalidad local" y una "criminalidad transnacional", después de aquel circo con los vehículos militares y los mercenarios que siempre ponen en estas cosas. Con lo cual situaba a un empleado de la CICIG y a un sicario o extorsionador en un mismo nivel. En esa ocasión yo entendí que el discurso reaccionario vendría en el siguiente orden: 1) CICIG sin Velásquez; 2) Guatemala sin CICIG; 3) Guatemala sin el Enemigo Interno.
Cuando no pudieron domesticaron a la CICIG, decidieron ellos solitos que Guatemala no la quería. Discutir las condiciones de continuidad o desmantelamiento de la CICIG, así como su necesidad o innecesidad, su legitimidad o por el contrario su disformidad, es absolutamente sano y relevante. Lo que no se puede, en una democracia representativa, es obliterar a todo un sector de esta conversación, en nombre de Guatemala, como si los simpatizantes de la CICIG, que encima no son pocos, no fueran guatemaltecos ellos también. Sobre todo cuando hay de por medio tan fuertes y tan dudosos intereses. Y para rematar apelando al brazo armado, en modo ultrabullying.
El Gobierno de Jota ha repetido hasta la náusea que el factor polarizador es Iván Velásquez. Lo cual es lamentable. En el mejor de los mundos posibles, este gobierno no se opondría sistemáticamente a la CICIG sino mediaría hábil y creativamente entre dos posiciones nacionales enfrentadas, lejos de cualquier agenda cerrada. Posiciones que como ya dijimos la CICIG no ha creado, solo patentizado, lo cual es muy apreciable. Tal era pues la misión o leyenda histórica de esta administración, misma que el alcornoque que tenemos por Presidente no supo honrar.
(Buscando a Syd publicada el 20 de diciembre de 2018 en El Periódico.)
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