Cicigia (3)
Y está todo el asunto de la soberanía.
Imposible que, en un país desmedidamente etnocéntrico como el nuestro, un modelo de justicia internacional (e incluso con algunos matices postnacionales) pudiera arraigar sin que la soberanía se percibiera violentada.
Lo cierto es que no siempre es expulsando al otro y cerrándose a lo de afuera como se resguarda la soberanía. Por veces la mejor forma de preservar la soberanía es abriéndose a la influencia exterior y removiendo eso que en nosotros está envenenado. No podemos ser como el adicto que, hundido en la negación, no acepta los mensajes y el feedback externos, por ejemplo durante una intervención, porque entonces está condenado. Está claro que así como se puede perder la soberanía desde fuera, se puede perder desde dentro.
Por demás, asumir el argumento de la soberanía «in abstracto», sin considerar el juego de figuras públicas que en este momento respaldan dicho argumento y se sirven de él, y sin adentrarse en los meandros concretos de la coyuntura y la ocasión, es un juego teórico irresponsable y una manera de evadir lo que sin embargo es obvio y está enfrente. ¿Qué soberanía es tal si está al servicio del narcisismo político? ¿Si carece de representación?
Sirva decir que esos mismos guatemaltecos que hoy rechazan –en nombre de la soberanía– la injerencia y el internacionalismo, son los mismos que celebraron, y siguen celebrando, la intervención contrarrevolucionaria del 54.
Por otro lado, esa noción de soberanía de la cual tanto hablan en las sobremesas (y que a menudo no es otra cosa que impunidad y egosuficiencia) les vuelve inmovilistas respecto a Nicaragua, fariseos respecto a Venezuela y cómplices respecto a Honduras, por dar ejemplo.
Se ha dicho que la CICIG promueve la división nacional. Yo no le he sentido así. De hecho, yo creo que la CICIG ha hecho un cierto esfuerzo por mantener ciertos modales, por decirlo así, consulares. Por supuesto, esos modales le vienen guango a sus adversarios, que no son tan diplomáticos ni son tan educados.
Con todo y modales, la Comisión se vio obligada en su momento, para cumplir su rol, y con el objetivo de magnetizar más apoyo y fidelidad por parte de la gente, a subirle tono a la conversación. Pero eso mismo de otra parte le gastó el aura de distancia que le había asegurado tantos apoyos locales. Y le ganó no pocos detractores, ya no solo entre los políticos, sino en la propia ciudadanía. Difícil posición la de la CICIG: no poder dar el fíat total a la persecución, sin que eso se vea como una cacería de brujas, o un gesto de parcialidad, pero a la vez no poder quedarse con las manos cruzadas.
Comprendamos que no es que la CICIG dividiera el país. El país ha estado dividido desde siempre. La CICIG solo enmarcó esa división. El asunto con temas como la CICIG es que son utilizados, consciente o inconscientemente, como atractores para establecer metasensibilidades políticas. Perdida así la especifidad del tema preciso, este se vuelve pronto un circo ideológico y memético.
(Buscando a Syd publicada el 13 de diciembre de 2018 en El Periódico.)
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