Laberinto
Este dolor.– Este dolor es íntimo y es pueblo: ciudad y ruiseñor.
La niña que envenena pájaros.– Parece que la niña que envenena pájaros ha salido otra vez a caminar. Los envenena, luego los consuela un poquito, luego los sigue envenenando. Si alguien filmara a la niña que envenena pájaros, se daría cuenta que lo hace todo en inocencia y sin maldad, pues esa niña es una iluminada, y su corazón es espontáneo, como los charcos que se forman con la lluvia, charcos que la niña que envenena pájaros brinca. Por tanto los pájaros cantan lo más que pueden y tragan el veneno acordemente y entran en convulsiones y sangran del pico, agradecidos.
Gatillo.– Dudando estaba, cuando apretó el gatillo.
Laberinto.– No temas, hijo. No temas. Si no fuese porque te quiero tantono estaría tan preocupado por la forma en que estás utilizando tu Talento. Este filo que llevo en la mano es el símbolo más preciso y perfecto de mi incorruptible devoción por tu ser. Tu madre, esa–perra–emasculante, no comprende lo mucho que te amo, no respeta mis Responsabilidades, no se calla por un maldito segundo, incluso me ha lanzado por las escaleras. ¿Cómo puedo escribir en estas condiciones? ¡Tantos obstáculos! La anciana ríe, el negro avanza, la simétrica, acumulada alfombra, no termina. Pero también tengo aliados: Grady, y el buen Lloyd, que sabe que soy un hombre que paga sus deudas. Como afuera hay un laberinto, también hay otro aquí también. Pero con un bourbon y un hacha uno puede hacer maravillas.
Quedó el mundo.– Quedaron las bagatelas. Una taza, y un poco de café cavilando en ella. Quedó una módica cuenta bancaria. Quedó la vieja circunstancia de bajar por el ascensor. Los carros ayuntados en el tráfico. El número de seguidores en Facebook. Quedó una ausencia manando. Las pequeñas enfermedades. El mamotreto no leído. Quedó el espejo del baño. Quedó el mundo, que siempre sí es plano.
Baúl.– Soy yo, en el baúl del carro, pero es como si fuera alguien más. Y sin embargo soy yo. Yo el que suda, el que está teniendo un ataque de pánico. Y sin embargo es como si fuera otro, en el sueño largo de la oscuridad, preguntándose: ¿a dónde me están llevando?, ¿y cómo escaparé? Son preguntas que no puedo responder. Solo sé que el tiempo pasa, que tengo ganas de ir al baño. Él, para mientras, calcula, crea estrategias. Que lo maten antes que a mí, está pensando. A decir verdad, yo estoy pensando lo mismo, pero a diferencia de él, con cierta culpa y remordimiento. Me gustaría abrazarlo, pero sospecho que es algo que poco le gustaría. Llegamos. ¿A quién sacarán primero?
Cuida tu máscara.– Cuida tu máscara. Solo tienes mil más.
Tren.– Primero va el anciano. Tres mujeres, sin alhajas. Y seguidamente los demás. Van al tren sin flores. Van al tren de abismo. No saben a donde van, pero les duele su destino. Oh, el misterio de los vagones que son oscuros como tumbas.Tenemos sed, dicen los niños.
(Buscando a Syd publicada el 27 de septiembre de 2018 en El Periódico.)
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