Grabación
Gloriosa.– La mujer se levanta de la mesa. Todo el mundo ya la ha visto, ha visto su fulminante silueta, anotado su reverberante minifalda, y también los sofisticados tacones, su halo, su risa, su juventud. Todo el mundo de hecho la sigue viendo, mientras ella cruza, con aplomo natural, garbo, gracia, el fino restaurante de autor. Es gloriosa. Una quimera. La mujer ingresa al baño, se mete a una de las cabinas, en donde procede pulcramente a vomitar.
El último hombre.– No mueras. Lucido hombre: no mueras. El esmog es más denso que nunca, y las teologías del mercado ya han sido combinadas. ¿Quién dirá la Decencia si mueres? ¿Quién nos recordará lo que se puede hacer con un muñón? La noche es violante, es velluda. Después de ti solo las ratas.
Todas tus palabras.– ¿Puedes hablar más alto? No, no te puedo escuchar. Veo sí tus labios moverse, pero no te puedo escuchar. No escucho. Soy una isla. Difunta para tus sonidos. En una época podía oírlos y creía todo lo que decían. Pero tus mentiras han matado, una a una, todas tus palabras.
¡Suenen, suenen tambores!.– Era una película porno decididamente extraña. El soldado confederado desvistiendo al oficial de la unión, en la sórdida cabaña. Y la negra milf que se les anexa al cabo, configurando un threesome formidable. Hasta ahí seguí viendo con algún interés. Todavía llegué a presenciar, más adelante, la escena anal de la bayoneta, junto al río. Incluso soporté la orgía con los muertos, en el campo de batalla. Fue cuando la niñita blanca se puso a recitar ¡Suenen, suenen tambores! de Walt Whitman (a la vez que se masturbaba, más bien frenéticamente, sobre una bandera sangrienta), fue en ese momento cuando la cosa ya me pareció excesiva. Cerré el browser, salí a caminar.
Un pueblo precisa ser Defendido.– Un pueblo precisa ser Defendido de los asquerosos, de los repugnantes, de los pseudo–hombres, de los oro–junkies. En respuesta a la linfa repugnante que sale de sus bocas, en respuesta a la típica lepra de sus uñas ambiciosas, hemos venido. No somos ni siquiera diez, y ni siquiera justos somos, pero creemos que la muerte viene con ciertos códigos que aún nosotros, tan mezquinos como somos, respetamos. Venimos a retomar este lugar, con la bendición del Gran Maquinista. Los canallas morirán en nuestra trigonometría de balas. Estos insolentes caballos beberán vuestra sangre.
Grabación.– Una banda graba una canción. Y la canción es sobre una banda que graba una canción. La canción es buena, los vuelve considerablemente famosos. Fama y dinero, dinero y sexo, sexo y drogas: todo el circo. Como es usual en estos casos, la banda es incapaz de lidiar con tanta presión y notoriedad, y bueno, termina separándose. Gastados los rencores, la banda vuelve a juntarse, años más tarde, para grabar una canción. ¿La última, la primera?
Cristo camina en el desierto.– Es como una cucaracha perdida en las arenas. Y sin embargo es el mismísimo Cristo. De manera que sus pasos dejan ríos. Y sin embargo es solo un hombre, con sed.
(Buscando a Syd publicada el 5 de julio de 2018 en El Periódico.)
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