El durmiente del desierto
El durmiente del desierto (variante para un poema de Rimbaud).– Es un agujero desértico en donde el agua no existe, y que enreda desquiciadamente en los cactos harapos de fuego; en donde el cénit, de la sierra cruel, calcina: es un vasto agujero donde sangra el día. Un joven migrante hondureño, el hocico abierto, sin gorra ya, y la nuca rasgada por las espinas amarillentas, duerme: tendido en el polvo, bajo el cielo abierto, pálido en su lecho, donde la luz tortura. Con los pies en los arbustos secos, duerme. Sonriendo levemente, como lo haría un niño enfermo, sueña: desierto, dale un poco de frío: está hirviendo. Ya no siente los olores; duerme al sol, la mano en el pecho, tranquilo. No tiene dos agujeros rojos en el costado izquierdo, es cierto –pero ya un Cazador lo tiene en la mira.
Papel.– El techo está hecho de papel. La rasuradora está hecha de papel. El desayuno está hecho de papel. La engrapadora está hecha de papel. Los colegas están hechos de papel. El autobús está hecho de papel. El apartamento está hecho de papel. La televisión está hecha de papel. Tú eres de sangre.
La condición.– Discúlpenme, hablaré de mi condición. Entiendan que no es fácil para mí –uno de los paladines de Carlomagno, excelso desarrollador de Manhattan, rock star diamantino, Dalai espiritual– comentar de esto tan poco primaveral que le acontece a mi verga. ¡Mi bella, recia verga, condenada a una situación tan infamante! He considerado terminar mi existencia con somníferos, o arrojarlo, mi cuerpo, desde la inmensa terraza, o bien pegarme un tiro primigenio, colgarme en un hotel. Así de confundido, desesperado estoy. No piensen que no he buscado ayuda. Ya lo probé todo. Hoy en la noche me segaré el miembro.
El espía.– Sabemos bien que la estás espiando –de día y de noche y al amanecer–. Al estilo de los peores monstruos, examinas todos sus movimientos. La pantalla de tu ordenador refleja el rostro obseso de hierro vengativo. Estás calculando cómo acabar con ella, cómo reducir su vida a puros escombros. ¿Que cómo sabemos todo esto, preguntas? Como tú la ves a ella, nosotros te vemos a ti. Donde tú estás, nosotros estamos. Pero nosotros estamos más profundo.
Mi estado interior.– Te diré algo acerca de mi estado interior. Es viscoso, al mismo tiempo rugoso, y ciertamente tiene algo, tiene eso de ácido. Pasa con mi estado interior que pronto empieza a reclamar sangre. Me meto a algún zaguán, intento pacificarlo. Es inútil; pronto estaré descuartizando a un vagabundo. Esto ha durado meses y meses, quizá años. Estoy cargado de una angustia que no cesa. Es mentira que mi estado interior sea mío: mi estado interior respira por su cuenta.
Trans.– Eso que tú quieres que yo sea, no soy. Mi raíz está en otro lado. Mi savia es otra savia. Mi árbol es otro sol. Lo que en tu país es ciego, aquí mira: mira todo mi esplendor.
(Buscando a Syd publicada el 28 de junio de 2018 en El Periódico.)
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