Hormigas
Soltaré mi halcón.– Soltaré mi halcón. Volará por la planicie eterna, con inteligencia, con elegancia, y muy pronto reconocerá a su víctima. Entonces bajará con increíble rapidez, acercándose fluida a su propia sombra. Su propia sombra, ya sobre ti. Así es: tú eres su víctima. Tú eres mi víctima. Mi halcón te sacará los ojos.
Lamento
del manco.– Vuelve. No
te vayas. No me dejes solo. Osa no retirar tus cinco ansias de aquí. Regresa a
este muñón que dibuja un hambre sin forma. Tú eres mi mano. Además la derecha.
Mujer
caminando en la playa.– Una
mujer en la playa camina sobre la arena derramada. Todo lo que se diga de ella,
de la arena, es bastante insuficiente, y todo lo que se diga asimismo de la
mujer. La mujer: no queremos palabrearla excesivamente. ¿Y sin embargo cómo no
hacerlo? Vamos a decir que su andar
es limpio, que sus pasos se posan
sobre el instante tendido, con
radiante elegancia crepuscular. A la vez diremos que parece triste, como
exiliada de alguna región que jamás la mereció. Ya acarreados por la poesía,
diremos que es como si la tarde se negara a cerrar el acta, eso con tal de
acompañarla un rato más. La mujer es a todas luces excepcional. En quince
minutos será asesinada.
El
invisible.– El terror
no es que te vean a escondidas. El
terror es ver desde lo oculto, y jamás ser visto.
Los
cruzacalles.– Nadie
contravenga el orden dinámico de los cruzacalles. Nadie se atreva a quedarse
parado en el paso cebrado. No es que los cruzacalles sean esencialmente
malignos. De hecho pueden ser incluso deferentes, en su frialdad. Y son
extremadamente eficientes, eso quien lo duda: conocen cosas esenciales respecto
al tiempo y el espacio. Lo intrigante, sobre todo, es su manera de funcionar:
como un solo organismo inteligente. Cada cruzacalle es la sílaba fluyente de un
lenguaje colectivo. Eso sí: que a
nadie se le ocurra permanecer inmóvil en medio la calle. Porque entonces será
arrollado, y luego destruido a mordiscos.
Hormigas.–
Me di cuenta que tenía
un agujero en la mano. Del agujero adicionalmente salían hormigas. Observé lo gordas, grandes y diligentes
que eran. Ni decir que el asunto todo me pareció fascinante. Lo mismo que estar
en una película surrealista.
Hule.–
Tu amor es de hule, tus
dedos. La refrigeradora es de hule. De hule las ventanas. Y las vacas, las
gallinas. Los parquímetros, de hule. El emblema es hule puro. El polvo es polvo
de hule. El acordeón, hule también.
El hule, un hule especial, que se
enrosca en el hule. Los ayeres, todos de hule. Las albas. Las puertas. Mi madre es de hule. Tu torso es de hule. Los
ríos son de hule. Todo lo demás es plástico.
El
cuarto.– Dentro de tu
cuarto hay un pequeño cuarto, y
dentro de ese cuarto hay un cuarto tercero.
Ahí te encuentras y te cuesta mucho respirar. Y eso es porque en el cuarto
de al lado, ya estás muerto.
La
espada perfecta.– Hoy
he forjado la espada perfecta. Es capaz de dividir los días y los soles.
Poderosa y vitriólica: ligera como un ala. Por fin cortaré este cordón
umbilical.
(Buscando a Syd publicada el 8 de marzo
de 2018 en El Periódico.)
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