Estamos cayendo
Allá
en los desiertos.– Allá
en los desiertos hay hombres rudos, rudos de tedio, pensando en los pasos que
algún día los sacarán del desierto, y los llevarán más allá del furor del polvo.
Son pasos que no existen, por supuesto, y si existen serán pronto calcinados
por el sol, cuya sola poesía es la sed. No existen los pasos ni tampoco los
caminos, que son cosas decorativas, prácticamente inexistentes. Allá en los
desiertos, lo único que de veras existe es la sombra del grito del ave, sobre
el viejo signo borrado.
La
hoja.– Nunca la hoja supo en qué momento se
desprendió del árbol. Tic.
Balada
del conductor nocturno.– Mi vida
no es otra cosa sino manejar, en las noches viudas, en una ciudad cuyo nombre es
como tocar un gigante insecto desdichado, y que siempre va al Sur, porque el
Sur es su peso incesante. ¡Oh ciudad, que eres dos ciudades, ambas oscuras! Eres
como una pistola inocente, ebria de posibilidades, llena de vida. A tus calles
ofrezco mis caminos. A tus perros inmutables. A tus señales raspadas. A tus
tibias prostitutas. A tus árboles de moscas. Al ajedrez de tus semáforos, con
sus ritmos tan místicos y precisos. El día que no pueda rodar más por tus
orillas bravas, me colgaré como una res de unos ganchos, frente a un restorán
chino.
Western.– Este es mi espacio. No, es mi espacio.
Es mi espacio, te digo. Pum. Saca de mi espacio tu asqueroso cadáver.
Especial.– Qué persona más especial eres. Si digo
una cosa, me haces sentir como un imbécil. Si digo lo contrario, me haces
sentir como un imbécil lo mismo. Seré un imbécil, no importa lo que diga. Tú en
cambio puede decir cualquier cosa. Y mejor si es en la mesa, enfrente de todos.
En la mesa dirás lo humillante, lo impiadoso, lo no circunscrito. Y yo nunca
olvidaré tus palabras. De hecho las repetiré, hasta la náusea, en incontables
sesiones psicoterapéuticas, en infinitas reuniones de Doce Pasos.
Fresas.– Amamos las fresas. En esta casa amamos
las fresas. Cómete las malditas fresas.
Los
secretos del mago.– Los secretos matarán al mago. Lo irán
comiendo de a poco, en un cruce de ansiedades y paranoias. El mago ya no podrá
dormir, y ya no podrá comer, por cuidar sus secretos. El problema es que los
secretos no conocen la gratitud: son malignos y son calculadores. Los secretos
se ocultarán del propio mago, y el mago, al no poder encontrarlos, se tirará obcecadamente
desde un lugar alto. Y entonces los secretos serán de veras secretos.
Estamos
cayendo.– Estamos
cayendo; es una sensación angustiante y pura, horrible y transparente. ¿El
objetivo de caer como lo estamos haciendo? No hay. Simplemente caemos. Es muy
superficial. Y sin embargo es profundo, como profundo es el abismo.
La fiesta.– Es una alta fiesta. Una
fiesta sin márgenes, absoluta. Es creíble que vaya a morir esta noche. Quizá
ahogado en la piscina. Quizá de asfixia erótica. Quizá de sobredosis. No tiene
importancia. Treinta segundos aquí valen treinta años afuera. Todo lo que no es
placer es mentira. En una bandeja, una larva.
(Buscando a Syd publicada el 22 de
febrero de 2018 en El Periódico.)
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