Ciudad sin sur
El maletín.– Por la mañana, preparas el maletín. Vas en el carro y el maletín te acompaña. Llegas a la oficina, el maletín yace a tus pies. Luego te sientas a comer con el maletín en la silla. Te preguntan qué hay en el maletín: «nada», respondes. Pero hay algo en el maletín, de hecho, algo innombrable, algo precioso. Y si consigues terminar la jornada, es solo por la ilusión que te da eso que llevas allí dentro. Vuelves a casa; abres, por fin, el maletín: ahí, chiquitito, estás tú, abriendo el maletín.
Nadan
peces por tu sangre.– Nadan peces por tu sangre, traspasando espejos y
membranas. Mil y un peces van de estación en estación, entre los pedazos
brillantes de tu furia. Desde aquí hasta lo íntimo, hasta la última caja –la
que solo tú has visto. Son peces bellos y te merecen y yo apuesto por esos
peces que navegan en tu sol líquido, que no son para nada ajenos a tu
magnificencia y a tu forma de vivir tan libre, exclusiva y salvaje. Los demás
no tenemos peces así, pues somos todos muy mediocres. Nos ocultamos en nuestras
ruinas, en nuestros graneros ya sin gloria. Lo mucho que daríamos por tener un
par de peces de esos paseando en nuestra propia sangre rala, y sentir que algo
vive en nosotros.
Por
los centros comerciales.– Hemos vagado por los centros comerciales: lo hemos hecho ya durante trescientos
años. Somos las tribus circulares de las vitrinas. Nuestra ocupación primordial es pedir un millón de veces la misma taza de café, y hablar, hasta vomitar,
de esa persona que en realidad ignoramos si existe. Nada nos saca de nuestro
aburrimiento. Ya olvidamos lo que eran los jardines, el mundo externo. ¿Qué nos
depara el futuro? Solo tiendas y tiendas y ropa que nunca nos queda, y un Reverendo en el food court
predicando con voz estentórea las últimas ofertas.
Ciudad
sin sur.– ¿Es posible escapar de este lugar? No. Esta membrana delgadita que me
recubre no lo permitiría. Tampoco lo
permitirían los amables cenobitas. Ni los reyes paralíticos me lo van a
permitir. A veces pienso: ojalá
hubiera muerto en el vientre de mi madre,
así sería un viajero de la muerte. Ahora estoy condenado a residir en esta
ciudad sin secretos, esta ciudad de
tedio, esta ciudad sin sur.
Pesadillas
de la Nave Espacial.– La Nave Espacial sigue teniendo pesadillas. En sus pesadillas ella nunca llega a
su destino, sea porque una lluvia de
meteoros la golpea, o porque es atacada por un vehículo alienígena, o porque se da una falla masiva en su
sistema. Los tripulantes, ya conscientes de los delirios de la Nave Espacial,
han solicitado a Central una solución o terapia que pueda escamparlas. Mas
Central, por alguna razón, no responde. Algo que la Nave Espacial soñó la otra
noche.
(Buscando a Syd publicada el 1 de febrero
de 2018 en El Periódico.)
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