El arte de la muerte
Los
antivivos necesitan tu grasa.– Los antivivos necesitan tu grasa. Porque ya no
existen. Con semejante grasa podrían por fin salir de esa locura, de esa
marginalidad suya: la inexistencia, la invida. Florecerían. Tú, para mientras,
no necesitas tantísima gordura: ¿no ves cómo ocupas, lonja tras lonja tras
lonja, la enorme habitación? Eres como una rana gigantesca que se ha hartado
muchos pájaros. Por favor: sé piadoso: comparte: da pues de comer a los
transparentes.
Protesta.–
Señor: ¿por qué nos humillas así: por qué nos quieres encerrar en esta torre de pan muerto? ¿Por qué
pusiste todos esos frutos envenenados en tu glorioso jardín? ¿Por qué las piedras pesan más ahora? ¿Es que no te gustan las ofrendas de
neón, que llevamos para ti, sobre
nuestras magras espaldas? Estuvimos
hablando mucho en la mañana de cómo
por la noche seremos eviscerados. Solo venimos a decirte que no estamos de
acuerdo.
La
estás siguiendo.– Por
las calles y aceras continuadas,
entre edificios que crecen hora a hora, la
estás siguiendo. Siguiéndola, viscosamente,
entre los ruidos–ambulancia, que saturan el raudo instante. No dejes que se escape, no dejes que la esquina se la lleve. Síguela, maldito, como lo has venido haciendo,
subrepticiamente, cada día. Síguela, y
luego vuelve a casa. Te estaremos esperando.
Cuando
cierras la puerta.– La
noticia es que a tu hijo le gusta
asesinar perritos. Que tu esposa pone, depone sus propias heces en frascos de vidrio. Que tu padre le pega a tu
madre –a tu madre que tiene
alzhéimer. Tú también haces Cosas, cuando
cierras la puerta.
Hoy
cenaremos al abuelo.– Hoy cenaremos al abuelo. Es lo que siempre quiso. Hijo mío, me
dijo: cuando muera quiero que tú y
Marta y los niños me coman. Coman de
mí como los discípulos comieron de
Jesús en la Última Cena. Coman mi
próstata hipertrofiada, saboreen mis
lentos ojos muertos, y chupen mis dedos reumatoides. Y degusten mi corazón, que nunca los quiso, porque todos ustedes arruinaron mi vida. Así pues, hoy cenaremos
al abuelo, como un día ustedes me
cenarán a mí.
El
arte de la muerte.– Vi
los cuerpos, los cuerpos. Estuve ahí. Esta no fue una matanza cualquiera. Esto
fue realizado por un ser superior, un ente de sangre azul. Ah, las pieles, las
pieles, cubriendo las paredes, los órganos tibios decorando los amplios
jardines, las manos cortadas, las
fantásticas calcinaciones. Jóvenes, niños tal vez, desmembrados, sus partes
creando esculturas extrañas –enfriándose bajo el sol. Era la manera, la
delicadeza, los efectos de la luz. Estoy cansado, pero no dormiré nunca, nunca.
Ahora conozco el arte de la muerte.
Algo
salió mal con el experimento.– Señor, algo salió mal con el experimento; el laboratorio ha sido
comprometido; debemos salir inmediatamente. ¿Que por qué no tengo un brazo,
Señor? Como dije: algo salió mal con
el experimento. Como dije: el laboratorio ha sido comprometido. Y como también
dije: debemos salir inmediatamente.
(Buscando a Syd publicada el 25 de enero de 2018 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario