Lágrimas de hielo
El frío baja
pero sube. Ha sido un tema, en las últimas semanas. Para mí el temor (el
temblor) era que cualquiera de estos días el loco del barrio amaneciera tieso en
su banca.
Lo cual,
comprenderán ustedes, nunca es auspicioso.
No se precisa
ser un escalador del K2 para sentir los rigores del clima. Hasta los propios ticos
se han estado muriendo, literalmente, de frío, como leí en no sé qué noticia.
En lo personal,
si me quejo escasamente del tiempo, es porque entiendo que hay personas que de veras
lo vienen sufriendo.
Lo de aquí ha
sido nada, vamos. ¿Vieron esas fotos y videos de Massachusetts, después del
ciclón bomba? Jaidios. En el norte los carros quedaron enterrados en el hielo y
los tiburones petrificados en el agua. No es poesía: fue exactamente lo que
ocurrió.
Da lo mismo
que no hubiese una temporada de Juego de Tronos este año, porque el invierno
vino igual. Para mientras el problema evidente es que en el trono US hay un imbécil,
llamado Trump, cuyo negacionismo (que falla en comprender las relaciones entre
el calentamiento global y estos gélidos sucesos) promete nefastas consecuencias,
en nuestra biopolítica planetaria.
Si algo no hay
que subestimar es el calor y si algo no hay que subestimar es el frío. Ni
siquiera se requieren grandes variaciones: ligeras modificaciones en la
temperatura de turno pueden causar significativos daños en esta delicada casa
nuestra llamada Tierra. Ya no digamos variaciones mayores, como en el caso de
las superglaciaciones, que anularon no pocos depósitos de existencia orgánica.
Estos casos
magnos sirven mucho para que nos demos cuenta que los dioses invernales son
unos grandísimos cabrones. ¿Los hemos visto llorar alguna vez? Nunca. Son
incapaces de llorar, porque sus lágrimas son de hielo. Y aún así, el hombre les
ha construido todos esos altares.
Algunos religiosos,
otros tecnoseglares. Pongamos por caso ese chino que no hace mucho congeló a su
mujer de cuerpo entero, por la santa intercesión de la Fundación de Ciencias de
la Vida Yinfeng. Parece ser que a la cuata la metieron en 2000 litros de
nitrógeno líquido, a 190 grados bajo cero, en plan Hans Solo.
Dejando del
lado el noble petrarquismo de la empresa, para mí que todo eso de la perservación postmortem es
otra forma de pensamiento mágico, esta vez derivada de la fe científica. ¿No
era Chesterton quien decía que lo malo de que el hombre dejara de creer en Dios
era que estaba dispuesto a creer en cualquier cosa?
Henos aquí, haciendo del frío nuestro
refugio, nuestro calor. Como esos deprimidos que se hunden en una especie de
invierno interior, porque de esa manera no sienten nada. Miran esas
hermosísimas imágenes del desierto del Sahara, cubierto de nieve: y no sienten
nada. Su sola esperanza, su sola ilusión, es el entumecimiento.
Mi mensaje: no
se enfríen, amigos. Hasta que el planeta se convierta en una gigantesca planta
criogénica queda la responsabilidad de mantener el corazón caliente y las manos
tibias. Yo hasta me fui a comprar una tetera eléctrica. A veces, cuando las
tardes se ponen frescas, me hago un té de tilo, y pienso en esos nobles poetas y
pintores que murieron de neumonía, en callejas infames.
Pobres
serotes.
(Buscando a Syd publicada el 18 de enero
de 2018 en El Periódico.)
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