Ellos no saben
Insectos.–
Ya vienen –los insectos– a sacarte los ojos. Vienen desde la
ciudad verde, desde el amplio laberinto de la tierra, desde el horizonte más
antiguo, más sagrado y más elemental. Ni tu morada ni tu cerbatana podrán
defenderte, guerrero. Ya vienen los insectos a perforarte los testículos. Los
insectos te mostrarán tu verdadera estatura. Y llevarán tus costillas por
senderos mojados.
Ellos no saben.–
Ellos no saben, ellos ignoran
que dentro de mí llevo una leche muerta,
que dentro de mi cuerpo hay otro cuerpo, que bien puede ser el de un ave podrida. Algo en todo caso sin
desenlace, que nunca nunca será
perdonado, que tose sangre contra la
misma vida, contra la tarde: sangre escupe. Sonrío, pretendo: ellos no saben.
El gusano.–
¿De veras crees que una chica tan bonita como ella se va a fijar en un gusano tan insignificante como tú? No seas idiota. Y aunque se fijara en
ti, nunca podría funcionar. Soy tu padre, sé de estas cosas y conozco esas
chicas. Esas chicas no están hechas para nosotros, no. Por eso habitan del otro
lado de la ciudad. Allá donde viven
los abogados, los doctores, los dueños del mundo. Recuerdo que una vez tuve una chica como esa. También recuerdo la
paliza que me dieron por ponerle las manos encima. Fue una buena, una sabia
paliza. Como la paliza que te voy a dar si
sigues pensando que eres algo más que un gusano. Ahora, pásame la botella.
Salir de este pueblo.– Lo que quiero es salir de este pueblo, de
este polvo, de este lugar sin
viento, cuyo único viento es la vejez. Tengo derecho a encontrar un destino más
reluciente que el de mis padres y
sus padres y todos sus abuelos. Ellos,
calcinados, rezan por una lluvia, pero yo quiero fuego. Ellos rezan al pie de
una roca muerta, pero yo tengo sed. Di, vida, que eres algo más que estas
calles sin esperanza.
Gracias.–
Gracias, cónsul oscuro, por
tus cómics retorcidos: tus niños que comen ranas, tus
maletas–asesinos–seriales, tus plantas neurodendritosas. Gracias por esos dibujos en donde pones tantísimo amor (y tanto humor) para otros extraños
que no tenemos tu talento. No
tenemos tu talento, pero también somos extraños. Y viendo tus cómics, sentimos que hay
un lugar para nosotros, en algún mundo.
El precio de un error.– Primero fue
el escupitajo. Luego fue por todos, ante todos, y entre ellos, humillado.
Levantado solo para ser puesto en el suelo nuevamente, con violencia. Obligado
a comer, en esa noche intensa, sus propios excrementos. Días más tarde, lo vapulearían, lo dejarían muerto en la playa
helada. Es obvio que no debió saludarla. A la niña, me refiero.
Limpieza.– Mi consejo es que vayas al
sitio donde el aguacero es constante y esperes hasta que la lluvia te borre el
rostro.
La exhibición.– Ya te aburriste, quieres
salir. El problema es que esta
exhibición, además de ser una exhibición, es una cárcel.
(Buscando a
Syd publicada el 30 de noviembre de 2017 en El Periódico.)
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