Pánico
Queso.–
¿Eres tú, queso, que
vienes a visitarme? Te doy las
gracias, viejo amigo, gracias. ¿Qué
haría yo sin tu claridad y compañía? Tú
y yo hemos tenidos ratos muy amenos. He navegado por tus bellos mares lácteos. Y ahora, en la hora postrera, no
anhelo la compañía de mis hijos o
esposa, asco. Te deseo solamente a ti, queso, con pan.
El
niño vio algo.– El niño
vio algo. Fue algo que no olvidará. Un
horror que encendió sus ojos, y su ser. Ese humo, ese olor, lo acompañarán
siempre.
A
la hora esa del café.– Te veo, a la hora esa del café, te veo con el otro,
regresada a los brazos de quien yo no soy,
en una geografía que me excede y me es negada, te veo, vesperal, desde el auto, y la mole de la tarde verdinegra cae sin
ángulos, cruda, excrementicia, y en las aceras caminan los entes con sus hocicos anónimos, ignorantes del amor que
alguna vez tuvimos, de las máscaras que intercambiamos, de nuestros pechos
mutuos y nuestros pedernales, y si pudiera la calle con ímpetu atravesar,
decirte cosas de hierro y roca, cosas invulnerables, y poner sobre ellas la
verdadera flor inmaculada, entonces todos los murciélagos, los rojos errores,
saldrían volando, y quedaríamos los dos, esteparios, y el otro retrocedería humillado,
con su tufo liso, quedaríamos nosotros, compañeros, amores, como antes…pero no
atravieso la calle, y no te digo
cosas de roca y hierro, y han pasado
ya los años, y yo sigo en este carro, en
este silencio, a la hora esa del café, y
tú ya tienes hijos.
Día
soleado.– Mira, mamá, hay sol afuera, dijo
la pequeña lluvia, mirando por la ventana.
Clase
de manejo.– El día que te mueras, recordarás el día en que
aprendiste a manejar. Recordarás: el
tráfico, los carros histéricos en la avenida, el miedo contenido en cada uno de tus músculos, recordarás el monólogo del instructor,
y la forma como te humilló, el muy
maldito, y cómo lloraste enfrente de él. En realidad nunca aprendiste a manejar.
Cuando
me golpea.– Cuando me golpea, me golpea mucho en los ojos ojos.
Por tanto no veo nada nada. Ni siquiera veo al nene nene. Con los brazos busco busco el sitio sitio donde llora llora. Pero
eso es cuando cuando me pega pega en los ojos ojos. Cuando me golpea en la panza panza el nene nene no nace nace.
La
saliva de los abandonados.– Vienen pasando por el sol largo y por la sed negra de
los que no tienen casa ni patria en
ningún horizonte. Vienen restados,
por sí solos, en tristísima manada. Y acuérdense que traen niños, algunos en vientres, otros en vómitos, asustados, cubiertos por la sal
indigna, y viendo todavía el
relámpago nunca enfriado de la batalla en el desierto. Desierto que ya no
pisarán, en el cuál ya no orarán, sobre el cual ya no escupirán la seca, áspera saliva de los
abandonados. Ahora son solamente ellos, y sus hijos, como tiernas raíces arrancadas de tajo. El agua está llenando el bote, llevan las costillas frías. El mar
es ese gran lamento mojado.
Pánico.–
Pánico del anillo atrapado en el círculo.
(Buscando a Syd publicada el 23 de noviembre
de 2017 en El Periódico.)
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