Los espejos
Se
te acabó la gas.– Estos días y los otros se acaban. La espuma se va terminando. Lo compuesto dice adiós. El traje se
deshace ante tus ojos cansados. El espejo libera todos sus reflejos. Se te
acabó la gas, colega. Qué noche renga, y última. Su perfume, el de la orina.
Sin embargo hay algo de cristalino. Todos los soles mueren, pero mueren en el
sol.
El
conductor.– Manejo por las brutales calles del ciempiés. En las esquinas hay decadencia y hay
fornicio. Este es mi sendero quemado, entre semáforos. En las aceras hay laúdes rotos, y esos enanos locos de beber ajenjo con sus labios gangrenados. Suenan disparos
en ciertos segmentos cercanos de la noche municipal, y las sucias parentelas se desplazan como manadas turbias de
coyotes, huyendo de un cadáver
acabado de liquidar. Pedazos y
astillas de espejo reflejan las tinieblas
de los otros callejones, y un hombre muestra sus muñones a la noche, mientras grita refranes bíblicos, que nadie está en razón de
entender. Miro todo este caos, mas jamás me detengo. Muy pronto llegaré a casa:
abrazaré a mi hija.
Los
espejos.– Estamos aquí
para juzgarte, para pesar una a una
tus cuchillas, tus joyas, tus modos, tus viscosas madrugadas. No
hables. Nosotros, los espejos,
hablaremos, y tú, el reducido, escucharás. Estamos aquí para saber exactamente cuántos hogares has desmantelado, lo ancho de tus valles, si eres suave o eres duro, tenue o reptil o espada. Que no
hables. Que no hables. Hablará tu oro o tu greda, tu gratitud o tus años
cargados de bocanadas de tedio.
Hablarás a través de nosotros.
El
mercado.– Este es el mercado, el de los hombres. Aquí a diario alguien compra,
alguien es liquidado. Esos membrillos están todos envenenados, por ejemplo. Si
fuera tú, no me acercaría mucho a ninguno de ellos. Ni tampoco a esos sujetos
adosados al muro. Cuando terminen de dibujarte, te sacarán un riñón. Sí,
compadre, este lugar no es estrictamente seguro. Aquí están los fragmentos de
las almas que acusan muerte. Como si en
vez de órganos tuvieran ratas vivas. Este mercado es un abismo pleno de odio y
sofocación.
Sabiduría.–
No te quites la vida
hasta que puedas producir con tus manos la soga con la cual vas a ahorcarte.
Drive
away.– Fueron, sí, los
gritos de mamá, y fue papá
asesinando las cosas, loco de
alcohol y rabia, de vacío. Fue la
arcilla del asco acumulado, y las
incontables palabras ateridas, en
ese punto negro en la garganta. Tomé
el carro, y nunca más me detuve. Cuando el propio carro se inmovilizó, tomé otro carro, y luego otro más.
Manejé por las rutas largas de noviembre,
vi atardeceres que eran turbias rosas,
rosas que eran sublimes escorpiones. Y los gritos de mamá se borraron y se borraron papá y sus botellas y el punto negro también se borró. De
acuerdo: Vd. me puede enviar a la
cárcel, señor Juez, por haber robado uno a uno esos vehículos. Pero entonces
tiene que saber algo: cuando abran
esos duros umbrales, y salga libre,
yo seguiré manejando.
(Buscando a Syd publicada el 9 de noviembre
de 2017 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario