Diario abierto
El hecho es
que cada cierto tiempo me pregunto sobre el rol y función de Buscando a Syd. Es
un ejercicio sano, para cualquier emisor formal de opinión, revisar los fines y
motivaciones de su espacio columnístico. En mi caso, viene a ser un ejercicio
que hago con alguna frecuencia. Y cuando lo hago, siempre hay dos opciones que
me saltan mucho: orientarme hacia lo íntimo o movilizarme hacia lo colectivo.
Empecemos por
la última opción. Me refiero a la posibilidad de hacer de Buscando a Syd una
columna de análisis político, por ejemplo. Cosa que podría hacer no mal,
incluso; mejor que algunos, parece.
Yo siempre voy
dando toda suerte de criterios políticos en mi página de Facebook, y ahí pueden
rastrearlos. Sin embargo tengo un problema con convertir eso en un ejercicio
formal y es que esa tablilla es la misma que dan casi todos los columnistas en
el país. En verdad, hay demasiados putos analistas, sin contar los de las
redes. Levanta uno una piedra y aparece otro de esos, muy dentón.
De otra parte,
escruto a todos esos amigos míos que les fascina observar la vasta y escabrosa
criatura administrativa, compruebo que son seres del género amargado. Lo cual
es lógico: es un patio muy convulso, ese de la opinión coyuntural, con sus
ayeres fallidos y sus mañanas sin mañana. Qué reinado violento y paranoico.
Todo el tiempo hay que pelearse con seres brutos, fanáticos, demagogos,
cuchilleros, todo el tiempo. La forma más segura de conservar la paz interior
es manteniéndose al margen, sin duda. Luego también es cierto que uno se harta
de hablar de tanto carterista o caradura que abunda en el aparato del poder.
Ahí es donde
yo prefiero hablar de cosas más cercanas, y además casi nadie lo está haciendo.
Entiendo que la tendencia ha sido (aún más en los últimos años) la de politizar
al individuo, elevar su temperatura ciudadana, pero aquí es todo lo contrario:
subjetivar lo público, por medio de un diario abierto. En realidad, tal fue
desde un principio la mística de Buscando a Syd. Un lugar autoral que, por su
fondo y forma, estuviera en pugna con esas otras columnas de tono
editorializante. Individualidad y literatura, entonces la fórmula.
Hoy no parece
una fórmula particularmente notable, con tanta intimidad y gramática en el
Twitter, pero en aquel tiempo no había sitio para eso. Los medios y plumas
siempre opinaban de la situación del país como si la persona no tuviera su
situación también. Se hablaba del cáncer del sistema, pero nada del propio
cáncer, pues. Hasta la fecha, la persona sigue sin existir en algunos medios de
opinión. Y si existe, existe de un modo muy banal o bien de un modo altamente ideologizado,
en proclama. Que no tiene nada de malo en sí, pero yo estoy hablando de otra
cosa y de otra cosa quiero hablar. ¿De qué? De la vida privada, que además da
una bonita y orgánica coherencia a la propia columna, en el tiempo, según me he
dado cuenta.
(Buscando a Syd publicada el 7 de septiembre
de 2017 en El Periódico.)
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