Milanesa (2)
La probidad
monolítica es propio de sistemas culturales poco desarrollados. Conforme un
sistema cultural crece, crece su complejidad ética. Ello no quiere decir –ojo–
que estamos en libertad de prescindir impunemente de aquellas rectitudes pasadas.
Es frecuente que el aparato de normatividades más evolucionado condene el más
primitivo, sin tomar en cuenta que, sin este, ni siquiera existiría, o podría
sostenerse. Hay un tipo de revisionismo barato que, en su egolatría histórica,
no entiende lo recto como algo diacrónico.
Es
tremendamente cómodo, e injusto, evaluar la moral de ayer con la moral de hoy.
Como de hecho es injusto evaluar la moral de hoy con la moral de ayer. Si algo
hemos de agradecer a la posmodernidad es el que nos haya mostrado que no hay
tal cosa como una virtud única, congelada: toda virtud varía en el tiempo y el
espacio, dinámicamente, es pertinente y específica a las culturas, los
contextos, los circunstancias y los individuos. Sin contar que muchas zonas de
la experiencia humana ni siquiera entran francamente en esfera de corrección
alguna.
En términos
generales, eso que podemos llamar vagamente lo “honorable” es mucho más
inasible y complejo de lo que estamos dispuestos a admitir. El arte –el cine,
por ejemplo– es muy bueno para presentar situaciones ambiguas, en donde las
cosas son buenas y malas al mismo tiempo. En la vida real es precisamente lo
mismo. Hace muy poco tuve que tomar una decisión de vida que, desde una
perspectiva, es vergonzosa y deleznable, pero desde otra, entendible y
aconsejable. Lo cual me puso en un sensible y complicado yoga moral (uno que me
estoy exigiendo vivir en todo el rango de su intensidad).
El reinado de
los principios es, por naturaleza, contradictorio. Honrar un compromiso virtuoso
es transgredir otro. Anular cierto valor ético es afirmar un segundo. Lo cuál
dificulta el juicio de las obligaciones de modo considerable.
Y todo se
complica aún más cuando consideramos las virtudes de la inmoralidad, o lo que
el poeta llamó, con gran tino, “las flores del mal”. Últimamente, he pensado
mucho en aquellos filósofos y escritores que supieron dar algún valor a la
transgresión y descubrir en ella la rutilante putrefacción que las buenas
conciencias rechazan con asco. Cancelar lo obsceno traería muchos desajustes en
el orden de las cosas. Una asepsia total ciertamente desregularía nuestro
sistema de anticuerpos. Hay bases bacterianas que son de todo punto necesarias,
en cualquier organismo, fisiológico o social.
No hablo solo
de las inmoralidades débiles, como comprar discos pirata, sino incluso de
inmoralidades más pesadas. Por ejemplo, matar. Que en algunas circunstancias
bien puede ser lo más correcto. Hay historias del Buda que nos aleccionan al
respecto. Aclaro: esas historias nada tienen que ver con esa sed de sangre
social que ha poblado las redes sociales en las últimas semanas.
Quizá sea un
buen momento para traer aquí el arquetipo del forajido. Es un arquetipo muy
útil cuando la atmósfera de hipocresía y legalismo se está poniendo en extremo
pesada. Un arquetipo importante, porque desconfía tanto de la moral única como
de la doble moral. Me viene a la mente
aquella frase de Asturias: «En esta ciudad de iglesias se siente una gran
necesidad de pecar». Ahí hablaba de Antigua, pero se puede aplicar a la
Guatemala entera de hoy, donde todos y todas se las llevan de sheriff, y donde
interrogar los recatos colectivos de turno es percibido ya sea como connivencia
o como complacencia.
Por supuesto, es
de leer la letra pequeña: «Para vivir fuera de la ley, tienes que ser honesto».
La frase es de Dylan y es una ley en sí misma. ¿Son nuestros crímenes honestos?
Cuando el forajido renuncia a su honestidad (o cuando empieza a matizar
demasiado) entonces precisa volver, como en un círculo, a la pura integridad.
¿Pura? No sé. Quizá
lo esclarecido no es caer en el dogmatismo térrico de las funciones y los
deberes recibidos ni en la desobediencia líquida de las desvergüenzas y los
cinismos. Solo en semejante zona intermedia podrá emerger, entonces, una
auténtica creatividad moral.
Estoy hablado
de un ámbito excepcional para trascender la ética procelosa de las polaridades,
y accesar lo que se podría llamar, si me permiten tanta expresión, una ética mística,
una ética abierta...
(Buscando a Syd publicada el 31 de agosto
de 2017 en El Periódico.)
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