'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Milanesa (2)

La probidad monolítica es propio de sistemas culturales poco desarrollados. Conforme un sistema cultural crece, crece su complejidad ética. Ello no quiere decir –ojo– que estamos en libertad de prescindir impunemente de aquellas rectitudes pasadas. Es frecuente que el aparato de normatividades más evolucionado condene el más primitivo, sin tomar en cuenta que, sin este, ni siquiera existiría, o podría sostenerse. Hay un tipo de revisionismo barato que, en su egolatría histórica, no entiende lo recto como algo diacrónico.
           
Es tremendamente cómodo, e injusto, evaluar la moral de ayer con la moral de hoy. Como de hecho es injusto evaluar la moral de hoy con la moral de ayer. Si algo hemos de agradecer a la posmodernidad es el que nos haya mostrado que no hay tal cosa como una virtud única, congelada: toda virtud varía en el tiempo y el espacio, dinámicamente, es pertinente y específica a las culturas, los contextos, los circunstancias y los individuos. Sin contar que muchas zonas de la experiencia humana ni siquiera entran francamente en esfera de corrección alguna.
           
En términos generales, eso que podemos llamar vagamente lo “honorable” es mucho más inasible y complejo de lo que estamos dispuestos a admitir. El arte –el cine, por ejemplo– es muy bueno para presentar situaciones ambiguas, en donde las cosas son buenas y malas al mismo tiempo. En la vida real es precisamente lo mismo. Hace muy poco tuve que tomar una decisión de vida que, desde una perspectiva, es vergonzosa y deleznable, pero desde otra, entendible y aconsejable. Lo cual me puso en un sensible y complicado yoga moral (uno que me estoy exigiendo vivir en todo el rango de su intensidad).
           
El reinado de los principios es, por naturaleza, contradictorio. Honrar un compromiso virtuoso es transgredir otro. Anular cierto valor ético es afirmar un segundo. Lo cuál dificulta el juicio de las obligaciones de modo considerable.
           
Y todo se complica aún más cuando consideramos las virtudes de la inmoralidad, o lo que el poeta llamó, con gran tino, “las flores del mal”. Últimamente, he pensado mucho en aquellos filósofos y escritores que supieron dar algún valor a la transgresión y descubrir en ella la rutilante putrefacción que las buenas conciencias rechazan con asco. Cancelar lo obsceno traería muchos desajustes en el orden de las cosas. Una asepsia total ciertamente desregularía nuestro sistema de anticuerpos. Hay bases bacterianas que son de todo punto necesarias, en cualquier organismo, fisiológico o social.
           
No hablo solo de las inmoralidades débiles, como comprar discos pirata, sino incluso de inmoralidades más pesadas. Por ejemplo, matar. Que en algunas circunstancias bien puede ser lo más correcto. Hay historias del Buda que nos aleccionan al respecto. Aclaro: esas historias nada tienen que ver con esa sed de sangre social que ha poblado las redes sociales en las últimas semanas.
           
Quizá sea un buen momento para traer aquí el arquetipo del forajido. Es un arquetipo muy útil cuando la atmósfera de hipocresía y legalismo se está poniendo en extremo pesada. Un arquetipo importante, porque desconfía tanto de la moral única como de la doble moral.  Me viene a la mente aquella frase de Asturias: «En esta ciudad de iglesias se siente una gran necesidad de pecar». Ahí hablaba de Antigua, pero se puede aplicar a la Guatemala entera de hoy, donde todos y todas se las llevan de sheriff, y donde interrogar los recatos colectivos de turno es percibido ya sea como connivencia o como complacencia.
           
Por supuesto, es de leer la letra pequeña: «Para vivir fuera de la ley, tienes que ser honesto». La frase es de Dylan y es una ley en sí misma. ¿Son nuestros crímenes honestos? Cuando el forajido renuncia a su honestidad (o cuando empieza a matizar demasiado) entonces precisa volver, como en un círculo, a la pura integridad.
           
¿Pura? No sé. Quizá lo esclarecido no es caer en el dogmatismo térrico de las funciones y los deberes recibidos ni en la desobediencia líquida de las desvergüenzas y los cinismos. Solo en semejante zona intermedia podrá emerger, entonces, una auténtica creatividad moral.
           
Estoy hablado de un ámbito excepcional para trascender la ética procelosa de las polaridades, y accesar lo que se podría llamar, si me permiten tanta expresión, una ética mística, una ética abierta...


(Buscando a Syd publicada el 31 de agosto de 2017 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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