Dialógico
Se habló del
diálogo la semana pasada, pero no se vio ningún mapeo. Lo que se vio, por el
contrario, es una gran premura por establecer pseudodiálogos. Y de esos hay como
varios.
Está, para
empezar, el diálogo inútil, inoperante. Diálogos que son como ese puente de
Chinautla que costó 24 millones y no lleva a ninguna parte: muy onerosos, en
términos de energía y recursos, mas no sirven de nada. En lo particular soy de los que creen –contra
el culto y dictadura de lo consensual– que las mesas de diálogo, aisladas de
otras formas de decisión, están condenadas a la desfoliación y el fracaso.
Terminan encallando en pactos blandos o llana burocracia.
Desde luego está el diálogo
decorativo, el falso diálogo, el postizo. El del Presidente, que
habla de una conversación nacional, y jura tener las puertas abiertas, cuando
él mismo es un inaccesible, un contraído, que solo da la cara para vernos la
cara. Un
ejemplo de diálogo retórico es el diálogo ostracista que se cierra a otras
formas de diálogo, aún siendo estas significativas. Es el diálogo que excluye
el diálogo. Liderado siempre por el más sellado statu quo y siempre operado por
alguna cepa de rapaz supraindividualidad. Ese vivero de oportunistas y cínicos
verificados que no poseen real voluntad de cambio comunal –todo lo contrario–
pero siempre desean comer del mismo. Para lo cual cooptan el discurso del
consenso.
Esto tiene que ver con otro modo de
pseudodiálogo: el diálogo no representativo. El que no toma en cuenta las
afluencias periféricas –no por periféricas menos importantes– de la plática. El
que prohíbe la entrada a actores limpios por incómodos (y si los dejan entrar,
los colocan en una situación claramente asimétrica).
También tiene que ver con el diálogo ilegítimo:
operado, manipulado y controlado por grupos manchados de interés. ¿Se puede ser
juez y parte en estos asuntos? ¿Cómo es que terminan siempre los mismos
expoliadores en las mismas mesas dando la misma distribución de la ideología, el
capital y las oportunidades nacionales? Y sin embargo ellos ya dialogaron
antes, ya fallaron, ya le fallaron al país.
En términos globales, el
pseudodiálogo es uno en donde las partes no quieren, saben o pueden realmente dialogar.
Esto incluye, desde luego, a quienes moderan y gestionan el dicho diálogo. No
es cuestión de buscar instituciones más o menos patriarcales y honorables para
guiar la conversación: dichas instituciones no cuentan con el cerebro o nivel
de consciencia para formular soluciones colectivas relevantes, no obsoletas
(viven en otras calendas), para la clase de complejidad que estamos viviendo. Un sistema cuya
concepción de unidad es limitada no puede formular un proyecto de unidad
superior. Se requiere un tesauro más sofisticado: códigos conceptuales y también
pragmáticos más fluidos e integrales.
A la vista de
nuestra situación actual, de veras no es necesario pontificar demasiado sobre
los peligros de que el intercambio no figure en nuestro mercado de valores.
Todos los conocemos bien, esos peligros. Pero sí es de resaltar que hablar de diálogo
sin antes hablar de las condiciones del mismo es más que un despropósito. Puede
parecer lento y lioso, pero es absolutamente necesario. Despacio que tengo
dignidad.
Por supuesto,
siempre queda otra opción: el no diálogo, que no es otra cosa que diálogo
alterno: contradiálogo.
(Buscando a Syd publicada el 5 de octubre
de 2017 en El Periódico.)
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