'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Carretera

Luego de un cuarto de siglo de vivir en el mismo lugar, mis padres se mudaron de casa. Los ayudé el otro día a llevar algunas cosas a su nueva residencia. Para lo cual subí a Carretera a El Salvador, que es donde han vivido todo este tiempo, donde yo mismo alguna vez viví.
           
Mientras subía por la autopista hinchada, prostática, recordé que antes antes, cuando era nomás un chirisito, Carretera a El Salvador era coordenada entre adánica y feral, ni siquiera estaba asfaltada, propiamente.  
           
Y quedaba hasta la chingada: era como ir a Pana o qué sé yo. Una Mongolia lejana de árboles y aserraderos. Presentemente Carretera a El Salvador (así le quedó el nombre: genérico y topográfico) nos parece a todos una zona superevidente y cercana.

Cuando nos fuimos a vivir ahí con mis padres, en aquella última adolescencia, Carretera ya estaba poblándose bastante, pero era todavía un área relativamente calma e idílica. No se daba el tráfico maldito que hay en la actualidad. El mar del desarrollo no había fagocitado la zona.

Ahora, al entrar en ella, contemplo con desprecio todos los comercios que existen y que le otorgan un semblante vulgar de consumo y establecimiento. La voracidad comercial e inmobiliaria han convertido a Carretera en un laberinto inclemente de negocios y condominios oportunistas, para una clase media encumbrada y aspiracional, que quema así su pisto, y cree que eso es vivir. No hay signos de cultura ni cohabitación más allá de la vitrina y la hartazón.

Llegando a mi antigua casa, aproveché para recorrerla, dado que era la última vez que, acaso, la vería. Caminé por los cuartos del hogar perdido, también por sus jardines fríos, sublimes y mohosos.

Parece que hay belleza y algo lamartiniano en todo esto, pero en verdad la vida en condominio representa, en mi opinión, la domesticación y muerte del espíritu. Especialmente para un ser urbano como yo, que necesita estar en contacto con las fuerzas vivas de la ciudad. Para mientras, esas comunidades cerradas se autosaturan de irrealidad, en tanto que dan la espalda a la gente y sus vicisitudes. Sus habitantes ni siquiera comunican entre ellos mismos. Es una narrativa posesiva, monádica e insular, que los torna medio paranoicos y semipsicópatas.

Seres de cámara, talanquera y razor ribbon.

Cargué mi carro con las cosas de mis padres, y después salí del condominio, quizá para no volver, dándome cuenta que aquellas casas, entonces tan señoriales y bonitas, actualmente estaban más bien derruidas, despintadas y pasadas de moda. De seguro devaluadas también. Así es como mueren los sueños pequeñoburgueses.

Manejando nuevamente por la carretera –pero esta vez para abajo– es posible que yo alcanzara a ver, en un tramo o curva, la gritante ciudad de Guatemala. Esa ciudad, alguna vez tan campechana y transitable, con sus superficies confortables y dominicales, hoy está de rodillas ante un tráfico atroz, y sobre todo traspasada por la miseria y la inseguridad. Es lo que ocurre cuando no se reparten bien las cosas. 

Por supuesto, los pocos y privilegiados van detectando nuevos centros de reclusión o paraísos del high–rise, lejos de la mugre y la sangre, más sellados y protegidos. ¿Pero cuánto van a aguantar los preciosos muros de sus castillos, antes que ingrese el extraño invitado de la Máscara Roja?
           
En fin, me apresto a sacar mi identificación: seguramente van a pedírmela, cuando llegue a la nueva casa de mis padres.


(Buscando a Syd publicada el 19 de octubre de 2017 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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