1001 noches
El sábado asistí a la inauguración
del proyecto 1001 noches. Este start up cultural apuesta de un modo muy
explícito por la expresión urbana, en una ciudad con pocas metáforas, y busca
socializarse con alguna frescura.
En su página de facebook se definen como
una plataforma de encuentro y creación. En su website, como un espacio efímero
donde convergen cultura y comercio.
Parece que detrás de 1001 noches hay un
equipo inteligente y procurante, que además trabaja con múltiples curadores,
para definir las experiencias del centro. Hasta dónde van a poder mantener la
exploración, es algo que aún está por verse, como ya dijera el maestro zen.
Leí por cierto con algún interés un
comunicado de Disco Inferno/Analógicos, en donde estos básicamente acusan a 1001 noches de conservadores e
informales, en razón a una fiesta que no se dio. Ignoro los detalles, y supongo
que cada cual tendrá su punto de vista.
Especulo que la pita de 1001 noches no es infinita, porque, a mi
entender, están haciendo sharecropping en lo que solía ser la sede del Transurbano
–antes un banco, si recuerdan. Y por lo tanto seguramente tienen que complacer
a cierto patriciado, y hacer los malabares del caso. Sería por cierto
interesante ver de cerca su modelo de negocios.
Pero el proyecto está ya operativo y
armado, y durará tres años exactamente (de ahí que lo califiquen como efímero).
En él se llevarán a cabo, de un modo regular y continuado, eventos artísticos y
estéticos, desde plurales disciplinas. De hecho, están recibiendo propuestas,
en mística abierta de colaboración, por si a alguno interesa. Estoy seguro que
veremos por ahí un par de cosas estimulantes, como las hemos visto en otros
espacios (pienso en la Erre) en su momento.
No todo tiene por qué ser interesante,
claro. Lo del sábado estuvo correcto, pero decir que reventó mi cerebro sería
jalarlo, y eso que era opening night. Vi los neones, caminé sobre el piedrín,
escuché la música atmosférica de Alex Hentze, olí los altos perfumes de las
guapas de turno, y habría comido libanés, si no hubiera cenado ya.
Correcto, como dije.
El lugar de sí da para mucho, bajo este
esquema de refuncionalización cultural y gentrificación creativa, especialmente
porque permite toda clase de juegos espaciales y monumentalidades y derivas…
Solo esperamos que las mismas no sean
cortocircuitadas por las otras derivas, las comerciales. Pongo por caso la
ridículamente larga fila de gente que vi el sábado, para comprar una mísera
tarjeta cashless, y cortando a la mitad la entrada al evento, en un horroroso
antifeng chui, no el mejor de los presagios.
Tampoco es que adverse yo la parte
comercial, conformada actualmente, según el website, por un estudio de yoga,
una boutique de diseño, una empresa de aplicaciones, un espacio coworking, y
una universidad digital. Más abajo, el Bar Zacapa, o como se llame eso.
Y bueno, el food court, que reunió,
durante la inauguración, a un ecléctico grupo, de lo familiar a lo poshipster,
entre lo relajado y lo levemente esnob.
(Buscando a Syd publicada el 26 de
octubre de 2017 en El Periódico.)
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