'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Médicos



Me cuento entre los privilegiados que tiene, aún si no siempre, acceso a médicos privados. Sin embargo confieso que mantengo una relación difícil e insatisfactoria con no pocos de estos galenos de clínica y consultorio. No siempre es culpa de ellos, admito. Admito que soy un paciente invasivo, escéptico, difícil, desobediente, dramático y muy dado a la conmiseración. La clase de pacientes que los doctores detestan –y con harta razón. ¿Cómo pueden apreciar a un paciente que en el fondo los percibe como rígidos, insensibles, ineficientes y acolmillados? Ah, y frustrados, incluso cuando está en el mayor de los éxitos profesionales.

Hay, en toda evidencia, médicos que son grandes soles de la medicina, que aman su profesión, su profesión les ama a ellos. Por esta clase de especímenes solo cabe mostrar continua admiración y respeto. Se trata de individuos que han estudiado mucho y practicado más. Dignos representantes de las artes curativas, que defienden con sumo rigor. Poseen las habilidades clínicas, pero luego también las humanas, tan importantes. Eso de ser consciente de las necesidades y subjetividades del paciente. De entregarse al mismo y acompañarlo en serio y escuchar de veras. De acatar rectamente su ajenidad de enfermo y ayudarle a que desarrolle su propia intuición medicinal. El afectado es quien está viviendo, desde dentro, la patología; por tanto, en lugar de descartar sus percepciones, las reconoce como cruciales. Sabemos por demás que hay médicos que irradian casto calor y son extremadamente agradables. Que comunican sus hallazgos con gran tino, desde el tacto o yendo al punto, siempre que lo dicte la ocasión. Algunos incluso no cobran tan caro.

Pero así como hay buenos médicos, los hay ineficientes, los hay cuya medicina más bien nos enferma, y que nos someten a largos procesos  errados que tienden a empeorarlo todo. ¿Quién no ha pagado fantásticas cantidades de dinero a un galeno por resultados magros e incluso contraproducentes?  Pasa además que muchos médicos padecen ellos mismos de un mal: el mal hirviente del dinero. Y en ese sentido, más que un consultorio, tienen montada una operación de carácter neofordiano, destinada a exprimir a los alicaídos hasta el último centavo. Ahí no encontrará el doliente lo que viene a buscar –una relación terapéutica rica, productiva y funcional. Lo que encontrará más bien es gasto inmisericorde, a más de prisa y presunción. Profesionales fríos estos que, no solo no entran en el universo del paciente, le niegan todo discernimiento, afecto y vulnerabilidad, obteniendo así un paisaje limitado de sus necesidades. Los conocemos, esos médicos: ásperos, distantes, plomosos y como enrejados. Aparte de no dar tiempo, no dan explicaciones. Es proverbial el arquetipo del doctor insoportable, que transpira excesiva confianza en sus propias competencias y en su propia autoridad, mientras camina altanero e inflexible por los pasillos raudos de algún hospital insomne. Es un producto empinado de la ciencia médica, que a veces va presentando como algo infalible. Sobre esta pirámide pétrea, el médico pasa a ser el sacerdote inexpugnable. Para mientras, el paciente se convierte en un bicho a vencer, cuyas capacidades de observación y experimentación son básicamente irrelevantes. Y es cierto que hay enfermos que ya se creen más doctores que los propios doctores –especialmente en esta era tremenda de la información– pero ello no quiere decir que los pacientes en general no tengan nada que decir, o preguntar.

La relación paciente/médico no siempre es fácil y se vive a menudo como una tensión –no siempre creativa. Es porque, como todas las relaciones, esta es una relación de poder, y navegarla puede ser difícil y complejo para todas las partes involucradas.


(Buscando a Syd publicada el 27 de julio de 2017 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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