'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







El bunker (2)

Con todo y talanqueras, en la calle de la Embajada de los Estados Unidos, quiero decir en la avenida, no impiden el paso, al menos el peatonal.

Cosa aparte es pedir visa. Cuando de visa se trata, no dejan pasar a cualquiera.

Aunque hace mucho mucho tiempo que no viajo a los Estados Unidos –desde que me di cuenta que no me gusta viajar– aún recuerdo la última vez que fui a pedir el documento. Se respiraba la cruda energía del terror, ante los cancerberos y sus preguntas milimétricas y más que nada burocráticas.

Ríanse ustedes del castillo de Kafka.

¿Cuántos frustrados –denegados, rebotados­– vomitó este edificio? Uno piensa en todos aquellos a quienes no quedó otro remedio que agarrar el tren de la muerte y ser pisados por el sol sangrante de los indocumentados. O bien tuvieron que permanecer en en el país, en donde viven en la ultramarginalidad, como los preteridos nacionales que son.

Allá, en la esquina, van haciendo fila, o pululan en los alrededores, muchos de estos solicitantes. Así es como la Embajada ha generado todo un ecosistema alrededor de sí misma. Pequeña economía gravitante tirando a informal, que incluye comedores ejecutivos, parqueos formales o informales, servicios de fotos y fotocopias, asistencia migracional de toda índole. Que no le pongan, dice un rótulo de la embajada, en tales u otras palabras.

Este hormigueo a ratos superlativo ha de contrastar con el ambiente interior de la Embajada, en donde reuniones de alto nivel a buen seguro ocurren. Uno solo puede sospechar las cosas que se discuten ahí dentro. Desde mi ventana, veo a todos esos personajes encorbatados en procesión. ¿Quiénes son esos sujetos? No sé. Ignoro si son crápulas o respetables. Si estuviera atento al acontecer nacional, a lo mejor sabría.
           
La Embajada tiene eso de eminentemente político. Es realmente el símbolo de un sistema. Todas las manifestaciones sociales, con sus pancartas respectivas, hacen parada obligatoria, enfrente. Es un automatismo. Yo mismo fui a manifestar ahí hace muchos años, por lo de Irak. Le dábamos flores a los pilotos vehiculares, como si estuviéramos en el verano del amor. El evento le regaló una escena a mi novelita Labios.
           
Esta Embajada se ha constituido como un pedazo crucial y muchas veces filibustero en la historia de nuestro país, para rabia de muchos, que odian a los Estados Unidos, a quienes ven como los verdaderos dueños de la zafra y la finca.
             
Es así. Lo que no sé es hasta qué punto y en qué grado. Pero desde luego, la influencia es innegable. En otra columna –llamada “Amor prohibido”– dije que nunca caigo en el error de confundir a la globalidad de estadounidenses con sus gerencias y administraciones. ¿Decir esto le cuesta la visa a uno? A saber.
           
Lo que sí sé es que no es para nada fácil tener acceso a territorio estadounidense en estos tiempos. Según mis cálculos, sería mucho más sencillo matarse y renacer en territorio gringo: las probabilidades son de veras más altas.


(Buscando a Syd publicada el 6 de julio de 2017 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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