Comer bien
Y comer mal. Lo mío es ingerir consuetudinariamente
bombas de glucosa y sucios carbohidratos. Han sido tan innobles los atracones,
tan dionisiacas las embauladas, tan senatoriales los embuches.
Según mi lógica torcida y columbrada, como
no puedo darle rienda suelta a otros tipos de neurosis, que es lo que en el
fondo y seguramente me gustaría, entonces tengo el derecho a envenenarme con lo
que como, y con lo que sea. Realmente podría decir que yo me harto mis
problemas.
Pero no hay tal cosa como un paraíso
péptico. Últimamente, he puesto un poquito de atención a mis hábitos nutricionales.
No, no es por verme pura muchachita, no es para que me quede la lencería sexi.
La figura a mí me la suda por completo. Las razones son extra–estéticas y más
salutíferas que eso.
Una de ellas tiene que ver con
desintoxicar lo que está claramente intoxicado. Nuestros alimentos ya vienen sin
nutrientes y como muy acancerados. A puras hormonas y preservantes y pesticidas
nos tienen funcionando, esos malditos. ¿Ustedes recuerdan lo que era una
manzana antes y lo que es una manzana hoy? Hoy es veneno. Así pues, nuestros
cuerpos se sienten enfermos, incompletos, derrotados, porque son los
laboratorios y fosas sépticas de la industria alimenticia. No me extrañaría
nada que un día las uñas se nos caigan, mientras nos damos un baño, o que nos
salga un ojo mutante en la axila, lo cual, dada nuestra actual ingesta, sería harto
normal.
Ni siquiera es de explicarlo mucho: con
un poco que se rectifique la dieta, uno siente ya los resultados. Es así de
milagroso. Pasa que comer bien es un brete y una profesión. Y yo no soy
exactamente uno de esos seres aureolados y vestales y gnósticos que a buen
seguro leen las etiquetas del producto y premeditan el menú en los pasillos del
súper. Mi mujer sí, gracias a Dios, y si no por fuera por ella es que yo no llego
ni a octubre.
Otra cosa es que vivimos en una cultura
que no solo no privilegia lo orgánico, sino que por el contrario pretende
alimentar a las poblaciones con chancropanes de carretilla, Tortrix y orina
embotellada. Si me lo preguntan, es una cultura prevaricadora y criminal. Y se
tiene que decir algo al respecto.
Por supuesto, así como comer mal y mucho
es una obsesión rabiosa, también ha de serlo, y lo es, y lo ha sido por mucho
tiempo, comer bien y comer menos. A veces viene todo junto, como es el caso de esas
chupadas y deformes criaturas que devoran y vomitan, y entre ambos movimientos
antitéticos, se cortan delicadamente las venas, produciendo y pringando un
Pollock estratificado de bilis y sangre en la alfombra de su cuarto rosadito,
que los padres descubren con horror al día siguiente, junto a la bulímica mellada
y sin vida.
En lo que a mí respecta, mis respetables,
no quiero que comer bien se convierta en un nuevo problema, una nueva
pesadumbre, una nueva asfixia, una nueva obsesión, un nuevo integrismo de mi
propia personalidad.
Pero definitivamente quiero comer mejor.
(Buscando a Syd publicada el 8 de junio
de 2017 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario