Play
Estoy haciendo
lo más irresponsable, escribir poesía.
Lo estoy
haciendo además en el momento menos apropiado, en el que menos puedo
permitírmelo. Y sin embargo, es de todo punto necesario.
Verán: he
estado amurado en estos días en una torre de ansiedad. Y escribir poesía es
para mí una forma de deshacer eso.
O sea una
manera de hacer algo (ya que hacer nada de hecho crea y produce más ansiedad) pero
hacer algo imaginativo, espacioso y libre. Como cuando a los locos los ponen a
pintar acuarelas. Qué mierdas de dibujos los que hacen, pero los mantiene como quietos,
a los pisados.
En mi caso, no
es cosa de acudir a pastillas y ansiolíticos rosados: me gustan demasiado. Así
que recurro a otras formas de adelgazarme la pálida. Como la meditación (con
sus párpados de ataraxia) o la escritura, como ya bien dije.
Bueno, cierto
tipo de escritura, porque luego hay otros tipos de escribir que en cambio patrocinan
aún más presión y depresión, y me van dejando con el sistema nervioso hecho pedazos
y ya marinado para el rebonito.
Son muchos,
muchos, quienes viven ciegos en el desván bermejo y sucio de la ansiedad, entre ráfagas
de terror, leyendo un libro puro de incertidumbre. Lo torpe es que responden a
la presión presionándose más y cuando se relajan lo hacen desde un sentido fijo
de obligación. Su play es exigencia, lo cual nunca funciona. ¿No dijo el chino
que la rigidez es amiga de la muerte?
La otra vez me
puse a ver, nuevamente, el documental sobre Ramírez Amaya llamado El Pájaro Sobreviviente. Y ahí el
maestro dice en su momento: “Lo único que he hecho toda la vida es jugar y
seguir jugando”. De los niños será el reino de los cielos. Follow your bliss, recomendaba Joseph Campbell.
Tampoco estoy
invitando a tirar todos los compromisos por la ventana. Está muy bien aquella
rola noventera que decía: porque yo no
quiero trabajar, no quiero ir a estudiar, etc. Pero si va a tocar la
guitarra, colega, por el amor de Dios tóquela con alguna consistencia. Ramírez
Amaya juega, pero juega seriamente, juega hasta las últimas consecuencias, por ello
le admiramos. La poesía demanda responsabilidad y estructura. Incluso en su
modalidad más play, requiere dirección y compromiso.
Con un
espíritu de relajación, pero alerta, uno se va curando las desesperanzas. Y quizá
lo mismo aplique a la comarca entera. Los psicorrígidos quieren salvar el país
con su cara perpetua de ano, pero la sola manera de salvar este país será
jugando, poniéndonos liminales y creativos. Es el estilo aéreo de los
cerbataneros. Como escribí en un texto alguna vez: “No son el tipo
de superhéroe fornido, sacrificial o ideológico. Hay que percibirlos más bien
compactos, ingeniosos, ágiles, medio cabrones y difíciles de timar, porque
ellos mismos son los últimos timadores, los últimos tricksters”.
Son
chingones, esos gemelos.
(Buscando a Syd publicada el 18 de mayo de
2017 en El Periódico.)
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