Payasos
Podríamos hablar de ese arquetipo
poderoso: el payaso.
Hay payasos de espíritu muy noble,
payasos productores de alegría, angelicales payasos –puro amor y candidez. Regalan
perritos de globo mientras el sol de la tarde reverbera sobre la tierna cocacola,
ya servida en vasitos de plástico. A esos payasos los queremos bastante.
O no. Hay mara que frikea con los
payasos (en cuenta, si recuerdan, Kramer, de Seinfeld) y es porque hay algo de
frikeante en ellos. Será porque el payaso representa, en su atuendo
extravagante, lo Otro amenazante, portador de una magia oscura: el humor,
portal a nuestros demonios más privados, a nuestras fatales menudencias, a
nuestros sentimientos más intensos de inadecuación. ¿Nunca han estado en un
circo rezando porque el payaso no los elija de entre el público? Yo sí.
La cultura popular no ayuda, pues abunda
en referencias de payasos para nada solares, así por ejemplo el clásico Guasón,
de Batman, o el payaso de It, del gran
Stephen King. Cuando yo era adolescente escuchaba una banda de metal llamada
Dangerous Toys. Y miraba con fascinación las portadas de sus discos, en donde
aparecía un payaso extravagante y mala taza. Payasos de dientes podridos que
han alimentado nuestras más sinceras pesadillas.
Ese payaso eterno de la noche, como
sacado de una oscura teúrgia, y que, desde su macabra sonrisa, nos comanda y
nos hipnotiza, y nos congela la voluntad. La única forma de lidiar con un
payaso así es quebrándole una botella de vidrio e insertándole el chaye en la
yugular, para que mane una ola de sangre, cosa que he hecho un par de veces.
De otro modo será el payaso quien nos
liquidará a nosotros, y será él quien nos irá jalando de una pierna sin vida a
través de algún pasillo oscuro, iluminado intermitentemente por los fogonazos
de alguna tormenta. Así funcionan estas cosas.
Aparte de los payasos alegres o los que
dan miedo, los hay que dan y destilan asco. Todos nos hemos encontrado alguna
vez con un payaso bolo y sucio y tosiente y patético. ¿Nunca vieron esa
película de humor negro, Shakes The Clown
(1991)? Pues algo así.
Payasos como esos son muy fáciles de
encontrar en cualquier país del tercer mundo que se respete, por virtud de esos
pequeños circos repugnantes y descosidos que lo van recorriendo (siempre hay un
gazmoño que pretende sublimarlos). O payasos de la calle, como ese que vi la
otra vez, el más triste que he visto en toda mi ramera vida. A lo mejor Arjona lo
agarra y le da brete en su nueva gira, como a Panchorizo.
También están los payasos ridículos.
Argumentará el listo del salón que esa y no otra es la intención de todo
payaso: la ridiculez. Pero yo distingo entre la ridiculez virtuosa y la
ridiculez involuntaria. En esta última categoría entra el Presidente, que
inveteradamente recibe memes insaciables al respecto. Por muy serio, director y
moralista que se ponga, por muy sermoneador y gendarme, ese mote de fantoche es
que jamás se le quita. Como no se quita la percepción de que su gobierno es una
broma de mal gusto.
(Buscando a Syd publicada el 11 de mayo
de 2017 en El Periódico.)
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