Netcenter
Día en que un plano cenital de tipo
cósmico (la tierra es redonda, es azul, moteada de retazos de blanco, estilo
ectoplasma) se acerca en vertiginoso zoom in, traspasa los cielos de Guatemala,
se posiciona encima de nuestra malcarada ciudad, y, específicamente, sobre un
específico edificio gris, traspasa sucesivos techos, y se detiene en un cuarto
o cámara en donde un grupo de netcenteros trabaja con el rictus de quien sabe
exactamente lo que está haciendo, aunque no del todo por qué.
¿Qué percibimos de estos seres, en esta
caverna luminiscente, en este resplandor ensombrado? Percibimos sus manos
tecno–mórficas, que teclean incesantes y con cierta compulsión no impostada, y
se hacen acompañar de bebidas hipertónicas (latas siempre más vacías que llenas,
pues el turno va avanzado). A veces se toman un descanso para ver una página
porno, en donde ahora una mujer dilata considerablemente el ano, que boquea esperma,
y los netcenteros lo contemplan todo, entre bromas pueriles y misóginas,
próximas al bestialismo, en tanto que el screensaver de otra computadora
proyecta diseños psicotrópicos de fúlgidos colores carmín, por igual líquidos y
fractales, aceitosos y geométricos.
Esto, todo esto que llaman un netcenter,
todo este fervoroso e insomne nido de pantallas, es financiado por un señor bovino–funcionarial,
él mismo un sobrado ignorante en cuestiones digitales, pero empleador de este
tipo de estrategias muy poco dominicales, obtenidas, metabolizadas, estas
estrategias, a través de ya unos años de posturas rastreras, en este siglo
veintiuno que siempre sí tiene algo de neblinoso y medieval.
Ninguno de los netcenteros conocerá
nunca a su magno patrono imperial, eso es un hecho; y sin embargo todos
trabajan para él con cierto brío acerado, desposesionados de cualquier
requerimiento ético, de toda custodia moral, de este o aquel escrúpulo
significativo, mientras monitorean las redes sociales, propician una calumnia
migada de mala onda, o cranean doctamente un hackeo.
En particular uno de ellos destaca por
su angulosa entrega, por su afiliación entre mercenaria y fanática, entre
pirata y soldadesca, entre furtiva y patriota. De sus dedos, de las junturas
magras de sus dedos brota todo un conjunto de defensas desproporcionadas y
ataques vergonzantes; tendencias con olor a cloaca y hashtags exultantes; campañas
negrísimas y adscripciones bíblicas; troleos babilónicos y apologías viscerales;
portentosas difamaciones y prestigios retóricos; falsos perfiles y perfiles
falsos…
No se hable más: el empleo es hacer y
deshacer personas. Y todo eso en contra y a favor sale a la sociosfera digital
con inderrumbable convicción, con salitrosa certidumbre, con hervido
compromiso, como una quilla memética, para convertirse en un devorador y tóxico
trending topic, sobre el yunque crepuscular y gimiente de la opinión pública. El
honorable, ebrio de criterios, se subirá a no dudarlo a esta ola impura.
(Buscando a Syd publicada el 16 de marzo
de 2017 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario