El Jardín Azul
Caminando no poco en los pasillos de un hospital, y aguardando no menos en sus salas de espera, pensé mucho en el Buda de la Medicina y su esplendente reinado.
La mitogonía budista ha dibujado un amplio
panteón de seres superiores que residen más allá de los fastidios crudos de la
existencia condicionada. De estos seres emanan Tierras Puras: paraísos si
quieren, en donde se puede trabajar a gusto por el bienestar de todos los
seres, porque las condiciones son espiritualmente excepcionales.
No quiero
ignorar una de estas
extraordinarias residencias, la de Bhaiṣajyaguru, el Maestro de la Medicina, cuyo fulgor lapislázuli difunde
regeneración y libertad inconmensurables.
Si la Tierra Pura de Vaidūryanirbhāsa –tal es su nombre– es un lugar
ubicable en el continuo espacio–temporal, o se trata más bien de una morada de
otro orden, es algo a debatir. Como sea, está ligada mítica u objetivamente al
Este. Desde un punto inefable –que en realidad es todos los puntos– nació y
nacerá siempre el Maestro de la Medicina con su unción cicatrizante y su
mandala magnífico.
Sentado sobre
una flor de loto de tenues pétalos luminiscentes, este Buda es la matriz
coemergente de la apariencia más pura y el inefable vacío. Su mano derecha sujeta una rama de la
planta arura. Su concentrada mano izquierda levanta el néctar trascendental. Doce juramentos o votos nobilísimos
comprometen al Buda–Médico con todos los seres.
Cuando las
letras del mantra búdico giran, poderes insondables eflorecen de Bhaiṣajyaguru,
que desde su formidable samadhi compasivo, beneficia a los transmigrantes de
los tres tiempos y las diez direcciones. En virtud de su actividad prodigiosa, innumerables
dolencias físicas son removidas. Pero el Rey de los Médicos no solo alivia la
enfermedad tangible, sino además ofrece el amrita de la sabiduría, que remueve el
veneno del samsara.
La Tierra Pura
del Gurú de la Medicina es un vasto y esplendente jardín balsámico
compuesto por comunidades de maestros iluminados, ocupados en la sanación de
todos los seres sintientes. Senderos
geométricos, constelados de gemas curativas y cruzados por arroyos de aguas milagrosas.
Plantas restauradoras que deconstruyen los cánceres de todos los universos.
Animales cuya mera presencia y
aliento rejuvenecen. Monjes–médicos que se dedican constantemente a poderosos
rituales místicos y espagíricos, con el fin de reponer a los infinitos enfermos.
Radiantes ángeles, reconstituyendo todo lo que está cortado. Edificios
diamantinos custodiando incontables tecnologías medicinales. La Tierra Pura irradia bendición
iluminada al espacio todo.
Ay,
cuando pienso en la dura salud de nuestro país, y en los muertos que van
quedando en este estero, en esta profunda gusanera, en este nido de gorgonas, imploro
al Buda Lapislázuli: ven a cumplir con la promesa de tu planta, danos tu pan
azul, limpia la escoria de nuestros cuerpos y la confusión de nuestras mentes,
protege la vida. Que cualquiera
que lea este texto pueda alcanzar la salud suprema.
(Buscando a Syd publicada el 23 de marzo
de 2017 en El Periódico.)
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