Trabajar en paro
1. Caminaba por la calle el otro día, y me fijé
que había un serotal haciendo cola, cola que daba la vuelta a la cuadra. Parecía
una de esas colas para sacar los penales, pero de hecho la onda era para una
entrevista de trabajo. Es lo que toca a los que no poseen –no poseemos– los
medios de producción. En la gran orgía demográfica, unos muy pocos se han
champanizado y faisanizado la existencia, y el resto no tiene ni para comprarse
el último cigarro. Los trabajos se desplazan veloz y viscosamente muy lejos de
nosotros. En estos lares, ya ni digamos. No es por gusto que la mara va a
morirse a los desiertos. Es porque se está muriendo de hambre. Pero el hambre
ya tiene su muro, y la recesión económica le está haciendo camita a unos
karmitas espantosos.
2. Por estos días he estado bastante pisado de trabajo. Conmigo el
problema es que vivo trabajando en tierras ajenas –haciendo aparcería, pues– y
eso es siempre una mala idea, tirando a pésima. Del periodismo es ya imposible
vivir, aunque del mismo se puede morir de muchas maneras. Ya las oportunidades
de conseguir una página honesta y remunerada son bastante nulas. Eso me ha
hecho moverme a otras zonas laborales. Pasa que la pelusilla corporativa y
publicitaria rapidito le saca a uno las alergias. Y eso de estar haciendo corte
a los patricios y los cuadros de marketing... ni hablar. Ultimadamente le hago
huevos, claro, pero a una persona como yo, subnormal para el networking y todo,
es más bien empinado. ¿Qué hay de sus libros?, me preguntan los inocentes. Con
mis regalías de mis libros yo no compro un libro. Parece que estoy exagerando,
pero no. Si no pongo números es porque me da vergüenza. Así pues, en la parte
creativa, la cosa no pasa de concursos literarios (que han experimentado una
significativa entropía) y becas, que no son otra cosa que una forma sofisticada
de caridad cultural.
3. Problemas laborales los he tenido desde
siempre. La vida del redactor viene por ciclos de miseria. Aún viniendo del
sector privilegiado de la población, y gozando activamente de esos privilegios,
me ha cargado, como se dice, candanga. Termino vendiendo nimiedades en portales
digitales.
Lo bueno es que cuando uno ya no sabe cómo va
vivir la próxima semana (o la presente, para el caso) empieza a huevos a ponerse
creativo. Como yo lo veo, el trabajador del mañana –es decir, de hoy– ya no podrá
limitarse a ser alguien que cumpla una función predeterminada, sino de plano
tendrá que asumirse como un diseñador de posibilidades laborales. Los laborantes
actuales son criaturas más que nada mutantes, que nada tienen que ver con aquellos
monigotes fordianos del siglo pasado.
Los trabajadores, si quieren sobrevivir en estos
tiempos, deberán convertirse en seres muy panorámicos y visionarios, capaces de
diseñar productos y servicios relevantes, y dotar todo eso de identidad, operatividad,
organización, comunicación, gestionabilidad. Se ve que no es poca cosa.
Pero además las leyes de la cacería laboral hoy
se benefician de ciertos principios. Una de ellos es el principio de la independencia,
que nos libera de la dependencia compulsiva. El enfoque dependiente tiene por
supuesto toda suerte de virtudes… ¡siempre que efectivamente exista! Una cosa
que te da el freelanceo es que estás siempre sin trabajo, en cierta manera, ese
es tu modo default, y con un poco de inteligencia, aprendés a operar en ese modo,
sin que la pálida te congele. Lo escalofriante es cuando esas personas que viven
totalmente subordinadas –y que se han endeudado grandemente en base a esa
subordinación– pierden el brete.
No endeudarse es una buena idea. No amarrarse
es una buena idea. No centralizarse es una buena idea. El modelo aquí es más
bien móvil, desmontable y es dinámico. Se precisa el olfato del ciego y la sed
del lazarillo. También la flexibilidad del taoísta y la mutabilidad del
caoísta. ¿Para qué encerrarse en títulos y roles fijos? Por supuesto que la identidad
laboral es importante, pero hoy semejante identidad demanda más bien
hibridación y la hibridación desindentidad, que libera opciones intrigantes. El
secreto es interseccionar habilidades, en un mundo que reclama cada vez más
especialización y diferenciación. Es la guerra a los encuadres profesionales comoditizados
y salitrados y monolíticos. La auténticas necesidades y oportunidades y
sincronicidades competitivas se hallan en los entre–estados laborales, en la
crepuscularidad del mercado, en los márgenes. Quizá el Tercer Mundo es el mundo
de la oportunidad y ventaja, contrario a lo que creemos. Menos mal que muchas
personas del Primer Mundo no se han dado cuenta de que aquí existen tantísimas
alternativas intocadas –o solamente tocadas por la mediocridad– porque de lo
contrario muchos locales ya estarían sin trabajo.
Pero lo cierto es que ya lo están. Y de eso va
esta columna. Trabajar en un mundo parado, trabajar en un mundo en paro, será para
todos uno de los mayores retos del siglo veintiuno.
(Buscando a Syd publicada el 16 de
febrero de 2017 en El Periódico.)
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