Puertas
Una cosa sé de las puertas. Sé que se abren y que se cierran, todo el tiempo. Tal es su cultura, su manera de ser.
Unas son monumentales, otras chiquititas,
como las de Alicia; unas bellas y otras chuecas; unas cuadradas y otras
octaédricas; unas convencionales, otras son como portales alien; unas, ya se
sabe, puertas al cielo, otras van directamente al infierno; las hay que se
abren y cierran muy poco, pero otras no cesan de funcionar, porque son puertas
fecundas.
Lo que de plano tienen en común estas
puertas es que se abren y se cierran. Desde el exterior, desde el interior, o
desde el exterior y el interior.
Puertas: he abierto y he cerrado muchas.
He tenido la fortuna de abrir una puerta y encontrar al otro lado una moneda o
una nutria o el amor de mi existencia. Han sido experiencias muy dignas de ser
vividas. Por supuesto, me ha ocurrido también que he abierto una puerta y del
otro lado no había nadie, solo nada: una nada esbelta y escarlata.
Confieso que también he cerrado puertas.
Discreta y leve y afelpadamente, o bien de un portazo (era la única manera). No
pocas veces me cerré una puerta a mí mismo. Así, por ejemplo, puertas
laborales. Mato mis contactos, me peleo con todos, un desastre. Desde luego he
abierto y cerrado puertas a otros. Cuando era adolescente cerraba la puerta de
mi cuarto, que era como cerrar la puerta de mi mundo, y del otro lado quedaban
los que no importaban, que eran todos. Cerrar una puerta en este caso era como
implosionar.
Se ha visto que hay países enteros que
implosionan. Una forma de cerrar una puerta es poner un muro. Trump, más del
infierno de lo que incluso creíamos, parece que está cerrando muchas puertas.
Por supuesto, otros me han abierto y
cerrado puertas a mí. Y yo he quedado afuera o he quedado adentro, según el
caso.
Pongamos que me quedé afuera. Entonces
exijo que me dejen entrar, que me digan qué está pasando ahí adentro. Otras
veces ya ni me importa y ya ni pregunto. Y sin embargo en algunas ocasiones hay
que ver qué onda. Peor si son funcionarios los encerrados. Esos víboras.
No sé si ustedes tienen clara la función
de una puerta, pero básicamente es para dejar entrar y para dejar salir, y para
no dejar entrar y para no dejar salir. Todo depende del grado de disponibilidad
de la persona que está a cargo de la puerta.
Cerrar y abrir puertas es una ciencia y
un arte y por momentos un misterio. Puertas, por ejemplo, que se abren y se
cierran simultáneamente, cuánticamente. O bien eso que contaba Rumi de que
tocaba y tocaba para que le abrieran, para luego darse cuenta que había estado
tocando desde dentro.
Muy valiosas, las puertas. Yo me he
enamorado de muchas de ellas, que por supuesto son entes, son personas. ¿Qué
haríamos sin puertas? ¿Saben ustedes que hay universos en donde desconocen el
concepto de puerta?
Hay desesperados que quieren cerrar la
puerta de su existencia. Con lo cual procedo a explicarles que el espacio que
hay antes y después de toda puerta es irrevocablemente el mismo. Eso los calma,
o los desespera aún más.
(Buscando a Syd publicada el 9 de
febrero de 2017 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario