Cambio
La realidad, fascinante como es,
ciertamente. Pero también fascinante como podría
ser. Estoy hablando del principio del cambio.
Quizá en un inicio lo único que resultaba
evocativo, digno de mi curiosidad, era mi evolución personal. ¿Cómo sacarme los
venenos? ¿Cómo sanar mis heridas? ¿Cómo empoderarme, en tanto que individuo?
Pero claro: imposible operar un cambio
personal sin atender el ambiente y la cultura circundantes. Y es ahí donde
empieza uno a interesarse ya no solo en el cambio limitado de sí mismo sino en
el cambio de aquello que le rodea. Es el pollito rompiendo existencialmente la
cáscara desde dentro.
Mientras el pollito rompe la cáscara existencialmente
desde dentro, la gallina está presionando desde fuera. Y la gallina en este
caso quiere decir la comunidad, que exige cambio del individuo, en aras de la misma
comunidad.
Por supuesto, lo que el individuo y lo
que la comunidad entienden por cambio muchas veces no coincide. ¿Cómo sinergizar
ambos órdenes de movilidad? Un tema áspero y delicado. Toda comunidad
–familiar, laboral, de intereses comunes– viene a ser un sistema cultural con
reglas y condicionamientos determinados, no pocas veces reacio a cualquier
creatividad específica. Toda suerte de tensiones deriva de ello.
Estas tensiones se presentan igualmente en
la esfera nacional. ¿De qué manera generar cambios originales en ambientes
ferozmente dogmáticos, que no aceptan el cambio o solo aceptan el cambio en sus
propios perennes términos? Para mí esto viene a ser un tópico de extrema
urgencia, en el país. Y uno especialmente candente esta semana, puesto que se
habla de cambios –por tanto de intercambios– constitucionales.
Obviamente, el reto aquí es consolidar
un modelo que logre combinar los cambios privativos con los cambios otrantes. Hablamos
de un diseño relacional en el sentido verdaderamente amplio de la palabra: un
diseño que logre transcomunicar sistemas enfrentados de realidad, sin
congelarse en la noción de que un sistema es superior al otro. Antes bien, se
trata de reconocer la sabiduría inherente de todos las posibilidades –su
defecto, también– buscando armonizarlas de acuerdo a una arquitectura dinámica,
orgánica e integral, lo cual va mucho más allá de una mera negociación de
posiciones. Crear este contenedor, el de la perspectiva total, es algo que
tomará mucho tiempo; más vale ir empezando.
Si hacer esto en el espacio nacional es
suficientemente difícil, en el espacio planetario ya ni digamos. A ese nivel
estamos hablando del trabajo fantástico de integrar naciones, culturas,
macroredes de energía material y consciente. Es un trabajo que parece abstracto
y exótico, ajeno a nuestras particulares competencias e intereses, y sin
embargo no podemos circunvalarlo. ¿De qué sirve salvar al individuo, a la
comunidad, al propio país, si todo el planeta está sangrando por innumerables
costados? Así pues, las viejas esferas contenidas de responsabilidad simplemente
ya no son suficientes.
Ver los árboles es importante, pero no
podemos dejar de ver el bosque. A la vez, no podemos, por atender el bosque, ignorar
los árboles.
(Buscando a Syd publicada el 1 de
diciembre de 2016 en El Periódico.)
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