El contenedor
El otro día publiqué una columna de veta
moralizadora (hélas, una veta que me persigue) sobre la importancia de
comprometerse con algo, y ponía el ejemplo del escritor que en algún momento
dado tiene que elegir un camino creativo y seguirlo a profundidad, o nunca
conseguirá autointegrarse. Si me lo permiten, es algo de lo cual quisiera continuar
hablando en la presente.
Lo veo muy claro conmigo. Cuando empecé
a escribir, mi visión era escribir de todo. O sea convertirme en un 4X4 de la
literatura. Y así fue: transité todos los géneros y redacté en todas las
direcciones. Con lo cual se dio un interjuego de posibilidades retóricas muy divertido
y exultante. El problema es que nunca logré armar un contenedor solido, pues
entre tanto proyecto y tanta búsqueda la cosa se terminó dispersando en plurales
itinerarios, algunos interesantes, pero ninguna carretera mayor.
Está sujeto a discusión, pero yo creo
que la orientación concreta y sin intervalo es tu mejor aliada para hacer algo
significativo, literariamente hablando, sobre todo cuando no sos un escritor de
tiempo completo.
¿Y qué hay de todos esos grandes
escritores que han cultivado toda suerte de movimientos, pregunta alguien? Pues
sí. Por eso son grandes. Tienen ese alcance, esa capacidad de dotar a su obra,
por muy diversa que sea, de un mismo espíritu magno, cohesivo y creador.
Pero no todos poseemos ese calibre.
En tal sentido, no me parece demasiado
idiota elegir un estilo, un género, un proyecto, una topología escritural
determinada, y dentro de eso ya desarrollarse.
¿Cómo escoger a dónde ir? Bueno, hay
criterios pragmáticos, pero más que nada la cosa está en responder a nuestra
propia autenticidad. Además, no hay mejor forma de honrar al lector. Como bien dijo Polonio a Laertes: “Sé fiel a
ti mismo y de eso seguirá, como la noche al día, que no podrás ser falso con
nadie”.
Por supuesto, una frase como esa atrae
toda suerte de preguntas difíciles: ¿qué es ser fiel a uno mismo?; ¿y qué pasa
si ser fiel a uno mismo es ser fiel a muchas cosas? ¿si contengo multitudes, en
plan Whitman? Sea. Pero en todo caso, lo valioso aquí es que ya estamos
moviéndonos dentro de un enfoque unitivo y sinergizante. Cuando asumimos
espiritual y operativamente una identidad literaria, terminamos con una obra
hecha, en el sentido más poderoso de la palabra.
El riesgo obvio sería producir un
cinturón de castidad, una maniobra verbal anquilosada. ¿De qué sirve hacer algo
incluso bien definido pero sin corazón o tracción poética, muy resuelto pero
sin salidas imaginativas?
Tenemos que asegurarnos que nuestra obra
tenga y obtenga frescura e inspiración. Entiéndase: sostener a toda costa el
contenedor, pero sin caer en una suerte de endogamia o parálisis reclusiva. En
ello está la importancia de mantener siempre cierta otredad literaria: apertura
y fluidez orgánica. El talento, podría entonces decirse, está en nuestra
capacidad de crear algo muy delimitado y visible, pero que respire, que tenga
poros.
(Buscando a Syd publicada el 24 de
noviembre de 2016 en El Periódico.)
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