'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Mi hija la gata (1)


La enfermedad es un hecho universal. Nadie puede patentar la enfermedad y decir: mía. Si hay algo democrático y connatural a todos los seres es la enfermedad.
           
En eso pensaba en la sala de espera del veterinario, a donde llevé la semana pasada a mi gata, porque había estado vomitando fatal y feo y sin parar. Yo no tengo hijos, así que en cierto modo mi hija es mi gata. Algunos arguyen que semejante perspectiva es perjudicial para el animal. Yo mismo soy el primero en advertir de los peligros de antroponormar las relaciones con las demás especies, incluyendo las especies domesticadas. Pero a la vez no puedo negar mi propia naturaleza humana, lo cual también sería una forma de violencia. Aquel humano que tenga un animal doméstico y diga que no experimenta algún sentimiento de filialidad hacia el mismo a lo mejor es un reptil.
           
Así pues, desde que adopté a mi gata –Padme, su nombre– consideré a esta dulce y salvaje criatura algo así como mi vástago. Y verla enferma (vomitando) y decaída (vomitando más) y sin comer ni tomar nada (vomitando toda esa bilis) no fue ninguna ni agradable experiencia.
           
Por supuesto, los gatos tienden a vomitar con alguna regularidad, dado que tienen en su interior bolas de pelos y tal, pero esto era de hecho distinto. Con lo cual procedimos, mi esposa y yo, a llevarla al vet, y ahí estábamos en la sala de espera, recibiendo ese aroma primal, caprino y animal que siempre olorece en toda sala de espera de toda clínica veterinaria que se respete.
           
Finalmente nos pasaron y fue el espectáculo de siempre. Ya de sí la gata estaba nerviosa, porque nunca sale de casa, salvo justamente para ir al veterinario (donde la pinchan y la medican y la manipulan, cosa que entendiblemente detesta). Mi gata ha sido toda la vida una gata de apartamento, verán. Una gata–burbuja.
           
Básicamente se puso como la gran puta. Y a repartir agresiones por doquier. Hasta que terminó quedándose quedita y saturnina, como emocionalmente esquinada, lo cual no dejó de partirle el hocico a mi corazón. Yo, como para evadir, para ir evadiendo, me puse a ver un poster en donde se consignaban todas clase de enfermedades oculares en perros, con las fotos del caso. Eran ojos blancuzcos, cataráticos; amargos ojos ya sin cromatismo, sub–ojos. Y pensé en mi padrastro, hoy ciego. Y luego pensé que un día me voy a quedar ciego yo también, de tanto escribir libros que nadie lee. Y como no tengo hijos humanos nadie podrá ayudarme y estaré solo en mi casa porque además ya para entonces mi gata estará muerta y lo estará mi esposa y lo estará el resto de la humanidad.
           
Lo cual no dejó de darme miedo, tengo que reconocerlo. Uno de esos miedos insondables, irracionales y putrefactos que le agarran a uno en cualquier entorno vagamente médico, y más a personas como yo, que somos tan miedosas. Uno de esos miedos.

Volvimos a la casa con la gata. Se dirigió a un rinconcito silente, a la vera de todo, y yo con la pena de que se me fuera a poner peor. Y entonces me agarró otra vez el miedo. Yo solo pensaba en aquel verso de Gonzalo Rojas: “El mundo se me empezó a morir como un niño en la noche”.
           
Yo no quería que la gata se me muriera, en la noche.


(Buscando a Syd publicada el 6 de octubre de 2016 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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