PT (1)
El otro
día escribí algo en Contrapoder sobre lo que he llamado “pluralismo tóxico”
(PT) y me gustaría continuar mi reflexión en este espacio.
En el
artículo de Contrapoder dije que el PT ocurre cuando la cultura de la
diversidad es incapaz de ver sus propias relaciones de poder así como defectos
nucleares.
Realmente
son varios. Uno de ellos la rigidez. No es privativo del PT, por supuesto.
Todos los sistemas convencionales de realidad tienden a cristalizar mórbidamente
sus respectivas perspectivas y a proyectar y sobreimponer su propia mirada en
la realidad circundante. El asunto con el PT es que considera que por ser tan
abierto no sucumbe a este mismo proceso. Esta clase de arrogancia cultural le
dificulta en ciertos momentos una introspección seria, y bien puede llevarle a
ciertos modos de fantasía y de parálisis. En efecto, sin la humildad suficiente
para trascender un modelo que juzga insuperable, se le escapan escenarios y posibilidades
clave de transformación. El pluralismo deberá entender que, por muy incluyente
que sea su punto de vista, es, de hecho, meramente un punto de vista.
Entre
menos lo entienda, más se volverá circular y repetitivo, y adolecerá de ese
mismo clónico y genérico tic interpretativo que se ha derramado desde las aulas
redichas de los cultural studies
hasta nuestros espacios intersociales, y que ya en la práctica carece a menudo de
frescura y creatividad crítica. Saturando por demás el discurso cultural de interpretaciones
inertes, que no producen saltos interesantes de alteridad. Ahora bien, si de
veras queremos acabar con los males de la discriminación y el aplastamiento,
estos saltos creativos son imprescindibles. De otro modo es casi seguro que
caeremos en viejas estrategias perjudiciales: territorialidad, facilitación,
aíslamiento o victimización cultural. Esta victimización puede ser propia o puesta
sobre el otro, sin ayudarle de esa cuenta a asumir sus propias
responsabilidades en la lógica hegemónica, en la cual todos y todas, sin
excepción, participamos. Fácil decirlo desde la acera privilegiada, dirá
alguno. Pues no: no es fácil. Es sumamente complicado.
No solo
no están dispuestos a relajar su punto de vista, los pluralistas tóxicos lo
defienden incluso con agresión y a veces desde la más avanzada paranoia
cultural. Por supuesto, no estoy sugiriendo que no hayan opresiones reales
ocurriendo, puesto que, como dijera Cobain, “que seas un paranoico no quiere
decir que no te persigan”. Pero ciertamente lo inverso también encuentra
aplicación.
Muchas
veces lo que obtenemos es un escenario de doble moral, que asume muchas formas.
Una de ellas es el dirigismo identitario, sutil o abierto. Otra es la agarrotada,
a–dialógica y programática exclusión del percibido excluyente (real o no). Un
tercer ejemplo que se me viene a la mente es el de personas que asumen
posiciones antihegemónicas incendiarias, pero que ya puestos a ver a fondo sus
decisiones de vida, nos damos cuenta que no están completamente alineadas con
lo que tanto defienden.
(Buscando a Syd publicada el 1 de septiembre
de 2016 en El Periódico.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario