'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







El brujo (1)


Entiendo que nació en Perú. Entiendo que nació en 1925. Quién sabe. Qué más da.
           
Otros se han dedicado a escudriñar la biografía de Carlos Castaneda (su paso por UCLA, sus viajes a México, sus inexistentes notas de campo, la tensegridad, el extraño círculo de mujeres que le rodeaban) y remitiré al lector interesado a esos magnos detectives.
           
Por mi parte me limito a mencionar dos o tres cosas de la biografía de Castaneda. Una es que sus libros empezaron a agarrar vuelo pasaditos los sesenta, década de expansiones culturales y aperturas de la consciencia, para exaltadas liminalidades.
           
Carlos Castaneda forma parte de una generación de autores y maestros espirituales configurados en los Estados Unidos, en los sesenta–setenta, que destacaron por pioneros, experimentales, controversiales, insolentes y pirados. Muchos de ellos están listados en las listas de cultos y sectas. Son los que más irritan a los escepticons (y lo adorables que son cuando están irritados) así como a los rectores verticales de las costumbres.
           
En ese panteón de extravagantes, Castaneda ocupa un lugar muy evidente, dado su éxito hipertrofiado. Pero siendo como lo fue un superventas y un fenómeno cultural (portada de Time de marzo 1973) nada se sabía de él. Este juego entre lo secretivo y lo público lo mantuvo toda su vida. Lo explica en sus propios libros: borrar los contornos de la biografía, colocarle una niebla alrededor.   
           
Sabemos que esconderse es parte del sendero de cualquier brujo que se respete. Biografía y ficción mezcladas en un mismo engrudo de ficción y biografía. El resultado es fascinante.
           
Hoy tenemos un resto de debunkers alrededor de la figura de Castaneda, zopiloteando. Lo malo es que luego hay que debunkearlos a ellos, porque dicen toda clase de cosas que objetivamente no nos constan y que no pasan del reporte personal. Ellos mismos son Castaneda, en cierto modo. Pero el asunto es que lo son vicariamente, como en emanación degradada.
           
A veces ofrecen algo más que un reporte personal, como es el caso de la documentación de Gaby Geuter, que captura a Castaneda hacia al final de su vida, en filme y fotos. Ese footage, más pueril de lo que se piensa, tiene en sí mismo algo de patológico, enervante y repugnante. Hay que estar un tanto enfermito para ir filmando y escaneando a alguien con semejante celo, desde el carro. Revelando una bigamia o poligamia que a mí me da lo mismo. Y luego haciendo, por supuesto, un libro vendible y ventajista con todo eso.
           
Así pues, después de la credibilidad y credulidad vino la desconfianza, pero curiosamente esa desconfianza trajo un nuevo interés por Castaneda, que después de todo es bastante interesante.
           
No digo que no haya una atmósfera pesada alrededor de Castaneda, que la hay. Las mujeres que vivían con él desaparecieron de un modo oscuro, luego de su muerte. Se dice que todas se suicidaron, en una especie de programa cúltico.           
           
Por qué no.
           
Eventualmente se encontraron los huesos de Patricia Partin, hija adoptiva y presunta amante de Castaneda, en un desierto (¿y en dónde más?) en Death Valley. Que nunca se encontraran esas osamentas habría quedado más misterioso y mitológico. Pero no hay mitología que no termine descosiéndose por algún lado.
           
La muerte del propio Castaneda (1998) no fue especialmente esotérica: murió de cáncer, como tantos otros llamados maestros. Lo cual siempre molesta a sus beatos creyentes, que hubieran querido que sus santos mentores se desintegraran en luz.  
           
Suckers. 


(Buscando a Syd publicada el 22 de septiembre de 2016 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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