Pelearse en las redes (2)
Si he de ser sincero, yo no estoy tanto
en las redes sociales por conectar con los otros, en el sentido exclusivo de
socializar con ellos. Yo estoy más en las redes para expresarme, un enfoque muy
distinto. Me sentiría mucho más cómodo si las “redes sociales” se llamaran “redes
expresivas”.
Hay una diferencia abismal entre
comunicar para socializar y comunicar para expresarse. Como no estoy en las
redes sociales para hacer amigos, entonces no soy particularmente delicado con
lo que digo. No soy delicado y me reservo el derecho a no serlo. No juego en el
bando de la corrección política, de la “tolerancia”. De esa cuenta, a mí me da
igual si una confrontación digital termina en un unfriend o en un blockeo.
Dicho esto, procuro no perder la
elegancia. Creo que una sacada de madre o ridiculización siempre tienen que
venir acompañadas de cierta categoría. Sin blanquear el insulto, celebro la
sutileza. Es el arte de insultar.
Luego todo embate serio demanda cierto
grado consciencia estética, me parece. A pesar de que todos mis posts siempre
se hacen desde una suerte de urgencia, yo siempre busco en ellos alguna clase
de efecto. Claro, ocurre a veces que el efecto mata la claridad. De igual
manera, a veces la claridad mata el efecto. No hay fórmulas.
Que uno no quiera perder la distinción
–en forma/fondo– no quiere decir que otros no lo hagan. Pero si otros deciden
ponerse torpes, sucios y simios, al punto de llegar al agravio y la calumnia, eso
está fuera de nuestro control. Aquí es donde un sentido de protección es
recomendable. Hay un Sun Tzu de la guerra digital.
A veces es uno el que pierde la
elegancia, contra las mejores intenciones. Es normal. Todos estamos perdiendo
la elegancia todo el tiempo. La fricción es constante y es dolorosa. Una purga
necesaria, mientras aprendemos a usar esta (relativamente) nueva modalidad
cultural del intercambio internético. La verdad es que estamos en pañales. Aún
si avanzamos a zancadas extraordinarias, apenas empezamos a entender cómo
funciona esto de la comunicación web.
Hace unas décadas nomás, lo normal para
la gente de a pie era sostener diálogos con un grupo limitado de personas en un
espacio localizado. Hoy la transversalidad radical del internet nos permite
comunicar con miles y hasta decenas de miles de personas al mismo tiempo, en
todas partes. Nuestras palabras tienen resonancias inusitadas. Y, por supuesto,
la desavenencia es mucho más intensa. El quinto chakra colectivo se abre, y eso
es un proceso doloroso, un parto.
Pero de otra parte cada vez nos volvemos
más inteligentes para emanar perspectivas en el cerebro global, y eso implica
lidiar con la codependencia digital. La codependencia digital que se debate
entre el linchamiento virtual y la sublimación viralizada, entre el cinismo
compulsivo y la correctividad a ultranza, entre la entronización obcecada y el
troleo cholero.
Aprenderemos.
(Buscando a Syd publicada el 18 de agosto
de 2016 en El Periódico.)
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