Pelearse en las redes (1)
Vivo peleándome en las redes. Es una
cosa de todos los días. A veces es divertido. Otras muy desagradable.
No soy el único, por supuesto. Cualquier
usuario solido de redes sociales conoce el nada sutil malestar que acompaña una
buena pelea digital. Una dura contienda de comments. Un tuitvergueo.
Especialmente cuando se trata de una
pelea de trincheras. Tras una de estas riñas, siempre anticipo un shock
diabético o algo así. Más cuando no se trata de una mera pelea, sino de una
seguidilla y con muchas personas simultáneamente. A veces inclusivo caigo en
temporadas confrontacionales, alfaques les llamo yo. Termina uno con el sistema
nervioso francamente pulverizado.
Es el infierno de la comunicación a
escala. Desde hace décadas nos advertían los futuristas y los enterados que la
nueva etapa cultural iba a venir con una presión informacional sin precedentes.
Ahora nuestros sistemas nerviosos están viviendo un proceso delicado de ajuste,
sin el cual no aguantaremos semejante tráfico masivo de data y criterios.
No faltan las personas que miran con
nostalgia la vieja era. Y a quienes les gustaría regresar a una especie de
orden pre/internético. Toda una fantasía, que consiste en edenizar aquellos
tiempos previos a las discrepancias digitales. Pero eso es como querer volver
al universo antes de los vehículos de transporte: un ensueño bonito, pero
completamente infactible. Desaparecer en el anonimato del offline ya no es una
opción.
Tampoco estoy en contra de hacer desintoxicaciones
de redes sociales. He visto que muchas personas se van de las redes, por
aquello de limpiarse de ellas. El problema es que cuando vuelven todo sigue igual.
La desintoxicación ha resultado ser un paréntesis agradable, pero nada más. Al
entrar de nuevo en contacto con la presión comunicacional, el malestar, la
paranoia recomienzan.
Es mucho más valioso aprender a lidiar
con los retos del diálogo virtual antes que circunvalarlos (aunque admito que
hay conversaciones que son callejones muertos, de las cuales no queda otra opción
sino retirarse). Es un aprendizaje perpetuo, de prueba y error. Por mi parte, algunos
encontronazos los he resuelto con gracia, otros no. Pero de todos he aprendido.
No vayan a creer que me fascina la
guerra. Contrariamente a lo que consideran muchas personas, nada me gusta entrar
en controversia. Lo que sí me gusta es la claridad. De ahí mi proclividad al
debate. Es por mi forma de ser: la confusión me repugna.
Por ejemplo, no es infrecuente que otro
piense que yo pienso determinada cosa, cuando pienso algo enteramente distinto.
Es un trabajo perpetuo de matizar y esclarecer. De más está decir que no puedo
clarificar tanto como me gustaría. ¿Quién puede realmente? ¿Quién cuenta con semejante
tiempo y energía?
(Buscando a Syd publicada el 11 de agosto
de 2016 en El Periódico.)
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