Marcas & empresas
Ando bien ocupado trabajando.
–Bueno, por una vez que trabaje.
No sea malo, lector. Yo he cumplido con mi
cuota de negreo a lo largo de muchos idiotas años. Que ande laborando a menudo
en cosas inútiles, indóciles, como libros narrativos, como poemas, como columnas
subjetivas de opinión, eso es otra historia.
Pero luego resulta que también trabajo
considerablemente en asuntos más aterrizados, que son los que de hecho me dan
de hartar.
Les cuento: desde hace muchos años mi esposa y
yo hemos construido haciendo una suerte de tándem laboral, volcado a la
identidad corporativa y el diseño de marcas. Ella es definitivamente la experta
aquí, con un background total en mercadeo, estrategia y comunicación. A lo
largo del tiempo es ella quien me ha preparado y marinado en estas cuestiones.
Hasta el punto de que hoy en día es frecuente encontrarme leyendo libros a los
cuales antes jamás me hubiese acercado por principio –branding, marketing, diseño
organizacional, etcétera.
Alguna cosa he ido aprendiendo.
Admito que no tengo estudios formales en mercadotecnia,
publicidad o nada parecido. Estudié unos años (sin ni siquiera graduarme) filosofía
y letras, eso es todo. Sin embargo, puede que el hecho de comparecer desde un
ámbito totalmente ajeno al que he venido aludiendo me pone en una situación incluso
original para entender las compañías y corporaciones. Quizá lo periférico de mi
punto de vista ofrece, cada tanto, cierta frescura o claridad. Dicho así: es
justamente porque no tengo especialización alguna en el presente territorio que
puedo dar insights no convencionales al respecto.
Por supuesto, esto no quiere decir que no esté
absorbiendo la información del caso, de modo constante, en mística autodidacta. El mero hecho de
interactuar con tantas empresas, instituciones, proyectos, me ha dado un saber
general que valoro bastante.
Todo esto parece menos resplandeciente –menos
exultante– que el Bardo, pero de hecho resulta ser un cosmos bastante
estimulante. He dicho ya antes que, para
mí, conceptuar y escribir una plataforma de marca, aún si no implica mayores
derivas verbales, es de hecho tan interesante como redactar una obra literaria.
El placer neural es, contra todo pronóstico, el mismo.
Toda esta experiencia me ha servido para
entender algo: que uno puede ser autor de muchas maneras, que aquellos que
escribimos podemos relajar nuestros usual esnobismo e incurrir en zonas
foráneas a la literatura pura, que los intelectuales pueden emerger sin pena de
su reclusión contemplativa e impregnar perímetros laborales que a primera vista
parecen contraintuitivos, pero que luego terminan siendo fascinantes.
Este lugar que yo juzgaba hace años ominoso –el
de las empresas, el de las marcas– a lo mejor nos rinde una sorpresa. Hay
personas que creen que es aquí donde reside el Boogey Man y por supuesto que hay
razones de peso para así considerarlo –siendo yo el primero en consignarlas– pero
lo cierto es que he visto igualmente en este mundo no poca generosidad y
heroísmo.
Por tanto me revienta cuando algunas personas
hablan de la totalidad de la clase empresarial como si fuera la barra de los
Ayudantes de Satanás.
Matice, mi hermano, matice.
(Buscando a Syd publicada el 28 de julio
de 2016 en El Periódico.)
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