'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Leer menos

Leer es hermoso. Pero no siempre. A veces es malsano.
           
Muchos se sumergen en lo impreso como manera de confirmar una presunta identidad de personas sensibles, volcada a los frutos y divertimentos del espíritu. Nada causa mayor placer, a estos sibaritas de la consciencia, que sentarse en su sillón de leer y desde ahí acumular grasa psíquica.
           
Hay un cierto esnobismo en creer que acumular ideas y capital verbal es superior a amontonar posesiones materiales. Lo cierto es que leer también puede responder a una exigencia de seguridad desmedida, de tufillo burgués, a veces de contorno cúltico.
           
No hay por qué convertirse en un hoarder de libros. Como tampoco hay por qué convertirse en un seco ser ectomórfico –ya ectoplásmico– que no tiene capacidad de relacionarse con la vida más allá de las palabras, viviendo  en una esfera neuróticamente teórica.
           
Tampoco estoy invitando a dejar de consumir libros, por favor. De hecho, un problema frecuente es que las personas leen muy poco: subleen. Algunos (demasiados, en este país) porque no pueden leer. En tal sentido los que sí contamos con el privilegio de la lectura tenemos la obligación de asumirla con gratitud. Y sin embargo hay tantos que, sabiendo leer, no leen; o apenas leen; o maleen; es decir, leen un montón de mierda.
           
Lo cual es ya de sí criminal.  
           
Pero así como se puede subleer también se puede sobreleer. Algo que a mí me ocurre no poco. A veces leo hasta la indigestión (indigestiones gramaticales) o bien hasta vomitar.
           
La peor maldición para mí ha sido el 1–Click de Amazon. Para empezar porque es tan fácil olvidar, por medio de esta forma de transacción tan instantánea, que los libros de hecho cuestan dinero (con lo cual termino gastando toneladas de pisto que no tengo en libros que nunca leo). Y para seguir, porque los libros digitales, ya sin cuerpo físico, no ocupan espacio matérico, pero indigestan igual.
           
En mi caso, cuando compro un libro, siento que tengo que leerlo, de otro modo me da culpa. Bajo esta lógica dudosa, estoy obligado a leer los cientos de títulos en mi biblioteca a los cuales nunca me he acercado. La pregunta se impone: ¿por qué agregar más libros a mi lista de libros no leídos, entonces? ¿No son suficiente los que ya tengo?
           
Y eso sin contar los millones de terabytes disponibles en la web. Nos estamos adaptando bastante bien a la era de la información, pero eso no quiere decir que no suframos de patologías informacionales y overloads en nuestros cerebros. Por lo mismo, nuestra sanidad neural depende de la capacidad de editorializar nuestras lecturas, lo cual supone ir a las fuentes necesarias sin tragarse el océano entero. Ya no es necesario leer como un esclavo de la lectura. Leer en el siglo veintiuno debe ser una cosa a la vez aérea y puntual. Aérea: podemos sobrevolar los paisajes textuales sin necesariamente recorrerlos a pie, remachonamente, desde un estilo sufriente. Puntual: porque una vez nos interesa algo podemos descender como el águila y desgarrarlo.
           
Por supuesto, para leer así necesitamos sobre todo conocernos: saber quiénes somos y qué realmente nos eleva. No es leer a cien autores, sino a unos cuantos que nos hagan vibrar. Una vida es poco para leer a cinco autores, lo que se dice leerlos. Y bueno, ya no digamos diez o quince. Más de veinte es diletar.
           
Unos leen mucho para ser más inteligentes, pero a veces lo inteligente es leer menos.


(Buscando a Syd publicada el 14 de julio de 2016 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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