La sombra del héroe (4)
El problema
surge cuando normativizamos el desprecio y el ostracismo. De esta rabia acolmillada
–con hilillo de sangre en la mejilla, mezclada con el color celeste y sublime
de la patria– nadie dice nada. De lo resentidos y retrecheros que somos los
chapines, que condenan, no una sino tres veces, nadie expresa cosa alguna. Ni
modo: eso no se ve bien en el pic ciudadano, en la selfie histórica...
Eso puede
recibir el nombre de negación. Si no veo en mí lo que estoy atacando –y aún
proyecto mis propias contradicciones y distorsiones en el orden social– la cosa
se puede poner muy delicada: lo único que aporto al ambiente colectivo es pegajosidad,
confusión y desdén. Si yo lucho contra los demonios afuera de mí y no lucho
contra esos mismos demonios dentro, entonces estoy practicando una doble, una
fariseica moral.
(Por ejemplo,
si soy un medio o institución que pido transparencia, pero yo mismo no soy
transparente con la manera cómo recibo y gestiono la información o recursos,
hay algo ahí que no rima.)
Pero luchar es
un concepto a revisar: en el nivel más inteligente, no es cuestión de luchar con
nuestros aspectos demónicos, sino de trabajar con ellos, para transformarlos e
integrarlos.
Rehabilitar el
Estado roto –y a quienes lo rompieron– es mil veces más avanzado y compasivo
que alimentar la imagen de un Estado–Fénix. Eso de refundar el Estado (como si
el Estado fuera una estructura de legos) es retórica de oportunistas y
rupturistas por igual. Los oportunistas que andan buscando nuevos escenarios
para establecer viejos patrones de conducta; y los rupturistas, que andan tras
un Estado corre–y–va–de–nuevo, porque así no tienen que conversar, de veras
conversar, con modalidades incómodas del ayer, que prefieren sepultar, aún
cuando esas modalidades son el propio strata
cultural sobre el cual su propio panorama descansa, guste o no.
No está bien
visto decir que el pasado fue una condición evolutiva determinante para el
cambio que hoy estamos viendo. Pero de hecho es exactamente el caso. Es por lo
mismo que el pasado no es algo que puede encerrarse en un arcón.
Se requiere ir,
no solo del pasado al futuro, sino también del futuro al pasado. Injusto juzgar
a navaja las estructuras pretéritas con nuestras reglas, ambientes y
herramientas discursivas actuales. Mañana nosotros mismos seremos juzgados por
hacer cosas que hoy, no solo son culturalmente legitimadas, sino aplaudidas por
el sistema. Y en ese sentido, me gustaría que los habitantes del futuro tengan
alguna clase de consideración con nuestras limitaciones de consciencia
presentes.
No hablo
(¿pero es necesario aclararlo?) de indultar el pasado sino de darle el mayor
contexto posible, y de comprenderlo en términos de evolución cultural,
evitando, además del prejuicio, el postjuicio.
¿Qué hay del
juicio a secas? Por supuesto, encontrar culpables es bueno –porque los hay, son
muchos– pero sepan que no será suficiente con colmar las cárceles de culpables.
En la culpabilización a ultranza dosis masivas de responsabilidad se extravían.
Y sin embargo no hay nada que no sea nuestra responsabilidad.
Incluso los
culpables son nuestra responsabilidad. Dicho de otro modo: un Estado sano es
uno que se hace responsable de sus demonios, pero ya no dentro de una lógica
binodal, nosotros–versus–ellos, lógica que invoca agresión, murmuro y
polaridad, sino más bien como expresión completamente inclusiva, en el espacio
y tiempo estatales.
(Buscando a Syd publicada el 6 de julio de
2016 en El Periódico.)
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