Un traidor afán
Seguir la
vocación de escritor –por muy auténtico que sea el “llamado”– no garantiza
nada, no significa que uno vaya a ser feliz.
Hay quienes
creen que sí, pero eso es pensamiento mágico.
No hay que
descartar los momentos de plenitud. Pero tampoco sería sabio olvidar la
frustración.
Comprendan que
este brete de la literatura lo crucifica a uno incontables veces. Me gustaría
decírselo a quienquiera esté considerando volcarse a tan traidor afán.
Lamentablemente,
y dado que hoy la escritura gana popularidad en el universo de los oficios, se
multiplican los ingenuos que creen que van a encontrar en la literatura el
divino shangrilá.
Yo le
recomendaría vivamente a la mayoría de las personas que consideran dejar su
trabajo para dedicarse a eso de redactar cuartillas que lo piensen un par de
veces. Puede que algún día amanezcan en un cuarto sucio y sin un riñón en el
costado. Es un asunto de prudencia.
El caso es
distinto para aquellos que de veras son escritores. Esos no pueden no escribir.
No cuentan con el lujo de escoger. Su maldición será, para siempre, la de Quemarse
Con La Palabra. Es, por seguir a Capote, el látigo que Dios les dio.
En 2003, ingresé
al universo inestable de la redacción independiente. Fue la última vez que tuve un trabajo de
veras fijo, con la sola excepción de un brevísimo período en una agencia de
publicidad, en donde laboré sin gloria por razones económicas.
Tomar la decisión
de renunciar a un trabajo solido para dedicarme al naipe vaporoso de la
redacción no fue de ningún punto de vista fácil. En la distancia, lo veo con cierto
humor, pero en aquel momento había un abismo rojo y real debajo de mis pies.
Que sigue estando
ahí.
Es cierto que he
logrado hasta el día de hoy –esto es: trece años más tarde– mantenerme a flote,
gracias a la redacción corporativa, el periodismo de opinión y cultural, esporádicamente
gracias a uno que otro proyecto creativo.
Pero Dios sabe
lo que eso ha costado. Cristo santo. Pienso
en los innumerables correos que nunca recibieron respuesta… En la angustia de
no tener a nadie a quién venderle un artículo… Soñando con la clase de
oportunidades literarias que solo se dan en el país de los unicornios…
En verdad ser
escritor no es cosa de soplar y hacer botellas. Para empezar, uno tiene que encargarse
de toda la enchilada: generar negocios, malabarear con los flujos de trabajo, flirtear
con los clientes, perseguir a los morosos, la difusión y todo el resto.
En ciertos
momentos la vida se vuelve una pesadilla de deadlines: es un trabajo infinito
para un cheque de nada. Luego otras veces la onda se torna glacial: nadie nos
contrata, nadie reclama nuestro talento.
Será porque es
un talento muy dudoso...
¿Que si ha
valido la pena la cosa de la escritura? Podría decir, con el replicante de
Blade Runner, que he visto cosas que ustedes no creerían. Pero también podría
decir, siguiendo el parlamento, que todos esos momentos se perderán en el
tiempo, como lágrimas en la lluvia.
(Buscando a Syd publicada el 2 de junio de
2016 en El Periódico.)
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