'Buscando a Syd'... El reto ha sido buscar lo poético en lo profano y lo eterno en lo breve, siendo lo breve una columna medio extraviada en la penúltima, y quien llega a la penúltima, ya se sabe, llega allí con las manos sucias, luego de haber manoseado el diario entero, neurótico de actualidad y maldiciendo. El escritor de penúltimas sabe que una vez cerrado el periódico, jamás será abierto de nuevo, y por eso se juega el todo por el todo. Sirva, pues, cada uno de estos textos como prefacio al olvido… Es lo que soy... Un escritor de relámpagos… Maurice Echeverría







Una vida

A los cuarenta con la piña.

1. Hoy cumplo cuarenta años. Es un evento energético –un umbral– que tiene alguna importancia para mí.
           
Y no solo para mí: los cuarenta son percibidos culturalmente como un lugar de transición. Es de eso pues –de la transición, del movimiento de la vida– de lo cual quiero hablar en la presente columna. Yo soy de la idea de que el desarrollo de una vida no debiera ser una cosa involuntaria. Yo creo, más bien, en la vida consciente.
           
Lo cual quiere decir vivir direccionadamente, de acuerdo al modelo que mejor le convenga a cada quien. Por supuesto, hay muchos modelos que se pueden aplicar. En lo personal, conozco uno que es sencillo: el que va de la nada a la indeterminación; de la indeterminación a la búsqueda; de la búsqueda al encuentro; del encuentro a la integración; de la integración al gozo; y del gozo a la muerte. 
           
A la muerte, que es la nada.

           
2. De la nada no podemos decir mayor cosa. Mejor pasemos de una vez a lo que he llamado indeterminación, que también podemos llamar caos. Es un mundo de salvajes esfínteres aún no domesticados; de retazos perceptuales sin orden ni concierto; de terrores profundos en lo profundo de la noche; de precarias estabilidades y vergazos muy seguros. Es cierto que poco a poco el infante empieza a juntar alguna clase de equilibrio. Pero el ego, en su primera formación, es tan vulnerable, que apenas nos ayuda a sobrevivir en el patio del colegio. Los padres hacen lo que se les da la gana con nosotros. No tenemos las condiciones ni los recursos materiales e interiores para gerenciar la propia existencia. Lo cuál es muy frustrante. Terminamos metidos en el ático, rumiando malas vibras, y cada vez que salimos un poco, para socializar un tanto, resulta que solo emanamos torpezas, por las cuales nos odiamos otra vez. Y odiando a los otros que, como es sabido, son todos unos cabrones. En ese desconecte, empezamos a tirar patadas para todos lados, y a consumir cocaína pésimamente cortada, hasta caer en la frenética cuneta.
           
Con alguna suerte entendemos que no hay por qué quedarse ahí. Así empieza un proceso de expansión. Hay un llamado a encontrarse a uno mismo, una curiosidad intensificada hacia el prójimo, y en términos generales un impulso a navegar en ese cuarto vasto y proteico llamado mundo, con todas sus amplias fractalidades. Es la etapa de investigación. Por supuesto, es muy posible que uno termine incluso más perdido en tanta búsqueda, extraviado en una superabundancia de referencias.
           
Sin embargo en algún momento podemos empezar a distinguir lo que funciona de lo que no funciona. Y lo que funciona mejor de lo que apenas funciona. Podemos empezar a tomar decisiones, amasando así una identidad clara.
           
Pero ojo: una identidad clara, un mapa preciso, no bastan. Hemos comprendido algo, es cierto, pero eso tiene que dar lugar a una práctica, a una fase de metabolización. El aprendizaje teórico aquí pierde poder. Siempre se sigue aprendiendo, por supuesto, pero uno ya no es dependiente de ese  aprendizaje, porque la madurez es la capacidad de generar conclusiones propias y de enhebrar sistemas propios de realidad. También hay una poderosa toma de responsabilidad, en todos los niveles.
           
La practica es una cosa que sigue hasta el final, pero eventualmente hay que alargar la mano y tomar los frutos. Para eso están ahí. Es lo que llamo gozo. Gozo, aclaro, no es ausencia de dolor, sino comunión con el dolor. En este lugar, el proceso de transfiguración alcanza una claridad notable. Y como expresión de ese gozo, compartimos con los demás las “buenas nuevas”:  vivir es concebible, posible y deseable.
           
El peligro está en no querer soltar tantísima beatitud. Pero de hecho lo orgánico es renunciar a ella. Las señales de que es hora ya de retirarse están ahí. La energía cae. La próstata se enferma. Los amigos mueren. Y nosotros también. Algunos quisiéramos quedarnos así, bien muertos, hasta el fin de los tiempos, pero eso es demasiado cómodo. El baile ha de recomenzar, porque tal es la naturaleza del baile.  
           

3. Por supuesto, puesto así, la vida resulta como esquemática y sobreimpuesta. En realidad, es importante que permanezcamos abiertos a las corrientes naturales y los ritmos orgánicos de la existencia (cada etapa tiene su duración, aspecto, contenido, respectiva intensidad). Y aunque de hecho podemos rastrear todas las fases en nuestro propio devenir, en la práctica la vida es mucho más sucia e imprevisible. De hecho muchas personas ni siquiera ingresan formalmente  a lo que podemos llamar una lógica de desarrollo. En cuanto a los que sí consiguen hacerlo, no todo es tan suave como parece:  hay retrocesos a etapas anteriores, saltos prematuros a etapas futuras, inercias graníticas. Luego agregar que la vida suele ser muy compleja, en cuanto a que hay una simultaneidad de estadios –nada, indeterminación, búsqueda, encuentro, integración, gozo, muerte– en un mismo momento y de hecho en todos los momentos de la biografía. Ninguna etapa nace o se agota completamente. Son como olas que van y vienen y ya no se sabe donde empieza una y termina la otra. Para colmo, no hay una sola línea de desarrollo dentro de un mismo ser humano, sino muchas, y cada una se encuentra en su propio período o mixtura de períodos. Esas líneas de desarrollo están interconectadas a las líneas de desarrollo de los demás y de todas las cosas del universo, en una notable trama evolucionaria. Vivir, se ve, no es exactamente una cosa sencilla. Es tan complicado, que algunos dicen que la vida carece de orden y programa. En cierto modo, tienen razón. La vida, en su complejidad, termina destruyendo todos los modelos, pareciera. El desarrollo de esta cuenta se quimeriza. Todo este movimiento es un juego nomás en la bruma del infinito.


(Buscando a Syd publicada el 26 de mayo de 2016 en El Periódico.)

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Mi foto
Maurice Echeverría (1976) nació en la ciudad de Guatemala. Ha publicado el libro de cuentos "Sala de espera" (Magna Terra, Guatemala, 2001) y "Por lo menos" (Santillana, Punto de Lectura, Guatemala, 2013). Los libros de poesía "Encierro y divagación en tres espacios y un anexo" (Editorial X, 2001) y "Los falsos millonarios" (Catafixia, 2010). Ha publicado la nouvelle "Labios" (Magna Terra, Guatemala, 2003), así como la novela "Diccionario Esotérico" (Norma, Guatemala, 2006). Maurice Echeverría ha colaborado en medios locales como Siglo XXI, El Periódico o Plaza Pública. Algunos de sus textos periodísticos son encontrables en el blog "Las páginas vulgares" (http://www.laspaginasvulgares.blogspot.com/). Como columnista, trabajó activamente para el diario El Quetzalteco, por medio de su columna "La Cueva" (reseñas de cine) y su columna editorial "Los Tarados". Desde el 2002 mantiene su columna "Buscando a Syd", en el diario El Periódico.
 
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